EL ROSARIO DE ESPERA
“Dedicada a la memoria de unos de esos
matrimonios, al que todo el mundo admiraba y al que tuve el placer
de conocer y querer”.
-José, es un poco difícil compaginar datos de una
parte con los datos de la otra. La gente mayor cuenta ciertas cosas
difíciles de aceptar según los datos que he encontrado en otros
sitios.-
-Y tú que presumes de saber extrapolar, de lo que
está escrito, aquello que no se atreve a decir claramente, por miedo
o por interés, el que escribe ¿No encuentras una explicación que
conexione las aparentes contradicciones, Juan José? Te aseguro que
lo del Rosario de la Aurora tiene su origen en este pueblo.
Me quedé pensativo contemplando a José, notaba un
cierto desafío en sus palabras. Era José un hombre honesto, cabal,
critico incluso con lo que no admite cítricas. A mi cabeza vino la
imagen de un caballero español, tantas veces vislumbrado en la
literatura y poesía castellana. Era un fiel representante de la
forma de vivir y de pensar, propia de un español hecho a si mismo;
era muy firme en sus convicciones, pero sin fanatismo.
-No sé por dónde vais en vuestra conversación,
pero un buen café seguro que os apetece- interrumpió Frasquita,
esposa de José
Barea, entrando con tres tazas de café y
azúcar sobre una plana bandeja de tonos azules y blancos.
Era Frasquita una mujer menuda, agradable y
encantadora. Jamás vi. a esa mujer enfadada. Era la viva imagen de
la persona en paz con ella misma y con los demás. Siempre tranquila,
siempre dulce y con una sonrisa eterna en su cara.
-Frasquita,
¿Cómo explico yo que “el rosario de la aurora” famoso proviene de
“el rosario de Espera”, si el rosario es muy tempranero y el
accidente de los bueyes, con la muerte de presbítero
Juan
José Valverde, sucede sobre las dos de la tarde?
- Juan José, tú ya llevas tiempo en este pueblo
y sabes que las mujeres de aquí
somos
de “armas tomar”. Algún barullo o discusión tuvo que haber- dijo
Frasquita y le dio un breve sorbo a su café.
Me quedé con cara de tonto mientras miraba
alternativamente a los dos. Noté una ligera sonrisa en sus ojos.
¡Claro; ahí estaba la explicación y me la habían dado ellos! ¡Qué
torpe es uno y que sabio es el pueblo llano!
Nos tomamos el café, charlamos sobre algunas otras
cosas, llego mi mujer y al ratito, nos despedimos de ellos. Nada más
llegar a mi casa, escribí esto que ahora publico:
-Doña Paquita, por favor, apártense usted y las
otras mujeres para que podamos sacar los bueyes al campo, que ya se
está haciendo tarde y se van a quedar sin comer los anímales- decía
el vaquero a la mujer del Alcalde.
- De la calle Gómez no nos movemos ni una de
nosotras. Hoy vamos a rezar un rosario desde aquí hasta la Iglesia y
estamos esperando a Don José, el cura.
-Pero, si ya saben ustedes que don Juan José el
presbítero, ha ordenado que de rosario nada.
- El presbítero- dijo Curra- podrá decir lo que
quiera pero… o hay rosario o nos movemos de aquí; así que hoy no
comen nuestros maridos como no nos dejen realizar el rosario,
Antonio. Ya llevamos más de dos horas esperando y seguiremos.
- Miren, señores, que los bueyes están nerviosos y
hambrientos.
- Pues, hoy les toca ayuno a todos- replico con
rotundidad la mujer.
- Al menos, presten atención a los niños que están
tirando piedras a los bueyes- insistió Antonio.
- No peles tú tanto la pava con Quiteria… y los
niños estarán más controlados.
Viendo que era imposible convencer a aquellas
fieras, el muchacho se dirige hacia la pequeña vaqueriza que tenía
al lado de su casa.
-Paquita, llevamos más de dos horas las treinta
mujeres y la panda de niños; pero, todas decimos lo mismo: ¡de aquí
no nos movemos! Así que o llega don José con la cruz, el incensario
y sus ropas o, cuando lleguen nuestros maridos sobre las dos para
los oficios, no pasan por esta calle.
-No te preocupes, Curra; que si quieren guerra, la
van a tener- tranquilizó Paquita a su amiga- Mira, por ahí llegan
nuestros maridos.
- Vaya cara que traen- dijo Curra.
-Peor se les va
poner.
Al ver llegar al alcalde con los alguaciles, las
mujeres apretaron filas junto a sus dos “jefas”.
-Escucha, Paquita- soltó el alcalde a su mujer.
Como no dejéis libre esta vía…
-Dona Francisca Bermúdez, si le da lo mismo, señor
alcalde- corto su mujer.
- A ti te llamo yo como…
- Como Dios manda, señor Alcalde de Espera- volvió
a cortarle su esposa.
- Ahora mismo estáis todas desalojando la calle o…
- Pues mira… allá tu si todo el mundo va por ahí
diciendo que los alguaciles le han metido mano a tu mujer con el
consentimiento tuyo.
-¡Paquita, Paquita!
- ¡Ni paquita ni nada! De aquí no nos movemos
hasta que aparezca Don José y vayamos hasta la iglesia rezando el
rosario.
- Pero, ¡es que son horas las siete de la mañana
para que estén por la calle las mujeres de Espera!
- Es la misma hora a la que vamos al campo a
trabajar con vosotros después de preparar la comida. A propósito de
comida: hoy no comes; pues hasta que no llegue a casa, no empiezo a
hacerla. Así que hoy, que además son fechas de eso, te toca ayuno.
El segundo del Alcalde, por querer quedar como muy
macho, le dijo en ese momento a su mujer Curra:
-Tú ya estás tirando para casa.
-Escucha, Frasquito; a ti, además de ayuno, te
toca abstinencia esta noche para que me hables con respeto- le
replicó Curra.
- Como sigáis aquí cuando pasemos los de la
Hermandad de la Veracruz, no respondo de mis actos. No hay más que
hablar- sentencio el alcalde.
Y con mucha dignidad y prepotencia se retiraron
los hombres de la calle Gomelez torciendo por la de Carasa, no sin
antes escuchar a todas las mujeres: “Aquí estaremos”.
-Señoras, ya está bien y tiren para sus casas-
gritó un personaje que apareció de repente; era conocido con el
apodo de “Chaparro” y todo el pueblo sabía de su mal genio; vivía
también en la Calle Gomelez- Ya estoy harto de rezos, campanadas,
discusiones, cánticos y todos su rollo. Tengo que sacar mis vacas a
pastar y ya he aguantado demasiado.
- Escucha, sigue arreándole a la bota de vino y el
tiempo se te hará más corto- le soltó otra de las mujeres, llamada
Mercedes.
-Lo que tenías que hacer es lavar a los tres
guarros de tus hijos.
-¡Guarro y asqueroso tú que hasta la ropa se te
pudre de tanta mierda como llevas encima!
- Como te metas con mi madre, te mato todas las
vacas a pedradas- chillo un chiquillo pelirrojo y con una cara de
pillo y sinvergüenza que asustaba.
- Si tú tienes…
- Cuidaito con lo que sueltas, Chaparro, que me
voy a chivar del agua que le echas a la leche- soltó Paquita.
Chaparro, maldiciendo por lo bajo, se metió en su
vazqueriza como ya antes había hecho Antonio, no sin antes echar una
mirada asesina al pelirrojo y sus dos compañero.
Entre riñas, discusiones, plante, asomos
disimulados de los maridos y firmeza o terquedad femenina
transcurrió otro par de horas.
Intentando intimidarlos, mandó el alcalde a dos
alguaciles para que las mujeres abandonaran su actitud. Muy
educadamente, pues ambos conocían perfectamente cómo se las gastaban
Paquita y Curra, se acercaron al grupo de mujeres.
-Doña Paquita y compaña, hagan el favor de
abandonar esta calle que dentro de un rato van a pasar por aquí los
de la hermandad.
-Escucha, alguacilillo: mi abuela se plantó con
dos trabucos en esta calle cuando lo de los franceses y esos
tuvieron que subirse al castillo todos. Pues aquí se planta su nieta
y no pasan ni los hermanos ni los primos- contestó con genio Curra.
- Niño, como te vea tirar otra piedra a los
bueyes, te arranco las orejas. Dijo el otro alguacil al pelirrojo y
a sus dos amiguetes.
- Mercedes, agarra al bicho de tu hijo que vamos a
tener fiesta hoy. ¿No has oído reñirle al alguacil?
Mercedes se dirigió hacia los niños y le arreó
medio sopapo al “jefecillo de la tribu” que casi lo tiró al suelo.
-Señoras, nosotros hemos cumplido con nuestro
deber. Aquí se quedan ustedes y nosotros nos lavamos las manos- dijo
un alguacil y, a continuación, se retiraron los dos.
Finalmente, tras otro buen rato, el Mayordomo de
la Hermandad de la Veracruz y los vocales, con todos sus
estandartes, palios y bandas, aparecieron haciendo el recorrido
hacia la iglesia de Santa Maria de Gracia. Al frente iba el
presbítero Don Juan José Valverde, personaje de 82 años y muy poco
apreciado por los lugareños a causa de su prepotencia y rigidez
eclesiástica. Este, llegando hasta las mujeres, les soltó:
-Mujeres que abandonáis a vuestros hijos y, en
contra del juramento matrimonial donde prometisteis obediencia a
vuestros esposos…
Blancas y temerosas ante una próxima excomunión,
según creían y veían ellas, las mujeres comenzaron a retroceder,
pero… el diablo que debía andar muy cerca divirtiéndose ante
situación tan extraña quiso echar más leña al fuego. El pelirrojo y
los otros dos, para vengarse de Chaparro, comenzaron a apedrear los
bueyes. Estos derribaron el pequeño cercado donde estaban encerrados
y comenzaron a correr sin control por toda la calle.
¡Madres mía la que se lío!¡Banderas, estandartes,
bandas, todo por el aire y por el suelo! La gente intentó
esquivarlos como Dios les dio a entender, mas el presbítero se llevo
la peor parte fue embestido y corneado. Muchas personas acabaron
malheridas y otras con fracturas. El presbítero murió seis días
después del suceso.
Y esta es la historia del rosario que empezó
cuando no empezó y acabo sin acabar.
JUAN JOSÉ SOLER.
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@ Antonio Durán Azcárate. 2001 - 2008 Espera ( Cádiz ) ANDALUCÍA - ESPAÑA