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REVISTA DE NAVIDAD 2008

El Rosario de Espera

 

EL ROSARIO DE ESPERA

 

“Dedicada a la memoria de unos de esos matrimonios, al que todo el mundo admiraba y al que tuve el placer de conocer y querer”.

 

-José, es un poco difícil compaginar datos de una parte con los datos de la otra. La gente mayor cuenta ciertas cosas difíciles de aceptar según los datos que he encontrado en otros sitios.-

-Y tú que presumes de saber extrapolar, de lo que está escrito, aquello que no se atreve a decir claramente, por miedo o por interés, el que escribe ¿No encuentras una explicación que conexione las aparentes contradicciones, Juan José? Te aseguro que lo del Rosario de la Aurora tiene su origen en este pueblo.

Me quedé pensativo contemplando a José, notaba un cierto desafío en sus palabras. Era José un hombre honesto, cabal, critico incluso con lo que no admite cítricas. A mi cabeza vino la imagen de un caballero español, tantas veces vislumbrado en la literatura y poesía castellana. Era un fiel representante de la forma de vivir y de pensar, propia de un español hecho a si mismo; era muy firme en sus convicciones, pero sin fanatismo.

-No sé por dónde vais en vuestra conversación, pero un buen café seguro que os apetece- interrumpió Frasquita, esposa de José  Barea, entrando con tres tazas de café y azúcar sobre una plana bandeja de tonos azules y blancos.

Era Frasquita una mujer menuda, agradable y encantadora. Jamás vi. a esa mujer enfadada. Era la viva imagen de la persona en paz con ella misma y con los demás. Siempre tranquila, siempre dulce y con una sonrisa eterna en su cara.

-Frasquita, ¿Cómo explico yo que “el rosario de la aurora” famoso proviene de “el rosario de Espera”, si el rosario es muy tempranero y el accidente de los bueyes, con la muerte de presbítero  Juan José Valverde, sucede sobre las dos de la tarde?

- Juan José, tú ya llevas tiempo en este pueblo y sabes que las mujeres de aquí  somos de “armas tomar”. Algún barullo o discusión tuvo que haber- dijo Frasquita y le dio un breve sorbo a su café.

Me quedé con cara de tonto mientras miraba alternativamente a los dos. Noté una ligera sonrisa en sus ojos. ¡Claro; ahí estaba la explicación y me la habían dado ellos! ¡Qué torpe es uno y que sabio es el pueblo llano!

Nos tomamos el café, charlamos sobre algunas otras cosas, llego mi mujer y al ratito, nos despedimos de ellos. Nada más llegar a mi casa, escribí esto que ahora publico:

-Doña Paquita, por favor, apártense usted y las otras mujeres para que podamos sacar los bueyes al campo, que ya se está haciendo tarde y se van a quedar sin comer los anímales- decía el vaquero a la mujer del Alcalde.

- De la calle Gómez no nos movemos ni una de nosotras. Hoy vamos a rezar un rosario desde aquí hasta la Iglesia y estamos esperando a Don José, el cura.

-Pero, si ya saben ustedes que don Juan José el presbítero, ha ordenado que de rosario nada.

- El presbítero- dijo Curra- podrá decir lo que quiera pero… o hay rosario o nos movemos de aquí; así que hoy no comen nuestros maridos como no nos dejen realizar el rosario, Antonio. Ya llevamos más de dos horas esperando y seguiremos.

- Miren, señores, que los bueyes están nerviosos y hambrientos.

- Pues, hoy les toca ayuno a todos- replico con rotundidad la mujer.

- Al menos, presten atención a los niños que están tirando piedras a los bueyes- insistió Antonio.

- No peles tú tanto la pava con Quiteria… y los niños estarán más controlados.

Viendo que era imposible convencer a aquellas fieras, el muchacho se dirige hacia la pequeña vaqueriza que tenía al lado de su casa.

-Paquita, llevamos más de dos horas las treinta mujeres y la panda de niños; pero, todas decimos lo mismo: ¡de aquí no nos movemos! Así que o llega don José con la cruz, el incensario y sus ropas o, cuando lleguen nuestros maridos sobre las dos para los oficios, no pasan por esta calle.

-No te preocupes, Curra; que si quieren guerra, la van a tener- tranquilizó Paquita a su amiga- Mira, por ahí llegan nuestros maridos.

- Vaya cara que traen- dijo Curra.

-Peor se les va  poner.

Al ver llegar al alcalde con los alguaciles, las mujeres apretaron filas junto a sus dos “jefas”.

-Escucha, Paquita- soltó el alcalde a su mujer. Como no dejéis libre esta vía…

-Dona Francisca Bermúdez, si le da lo mismo, señor alcalde- corto su mujer.

- A ti te llamo yo como…

- Como Dios manda, señor Alcalde de Espera- volvió a cortarle su esposa.

- Ahora mismo estáis todas desalojando la calle o…

- Pues mira… allá tu si todo el mundo va por ahí diciendo que los alguaciles le han metido mano a tu mujer con el consentimiento tuyo.

-¡Paquita, Paquita!

- ¡Ni paquita ni nada! De aquí no nos movemos hasta que aparezca Don José y vayamos hasta la iglesia rezando el rosario.

- Pero, ¡es que son horas las siete de la mañana para que estén por la calle las mujeres de Espera!

- Es la misma hora a la que vamos al campo a trabajar con vosotros después de preparar la comida. A propósito de comida: hoy no comes; pues hasta que no llegue a casa, no empiezo a hacerla. Así que hoy, que además son fechas de eso, te toca ayuno.

El segundo del Alcalde, por querer quedar como muy macho, le dijo en ese momento a su mujer Curra:

-Tú ya estás tirando para casa.

-Escucha, Frasquito; a ti, además de ayuno, te toca abstinencia esta noche para que me hables con respeto- le replicó Curra.

- Como sigáis aquí cuando pasemos los de la Hermandad de la Veracruz, no respondo de mis actos. No hay más que hablar- sentencio el alcalde.

Y con mucha dignidad y prepotencia se retiraron los hombres de la calle Gomelez torciendo por la de Carasa, no sin antes escuchar a todas las mujeres: “Aquí estaremos”.

-Señoras, ya está bien y tiren para sus casas- gritó un personaje que apareció de repente; era conocido con el apodo de “Chaparro” y todo el pueblo sabía de su mal genio; vivía también en la Calle Gomelez- Ya estoy harto de rezos, campanadas, discusiones, cánticos y todos su rollo. Tengo que sacar mis vacas a pastar y ya he aguantado demasiado.

- Escucha, sigue arreándole a la bota de vino y el tiempo se te hará más corto- le soltó otra de las mujeres, llamada Mercedes.

-Lo que tenías que hacer es lavar a los tres guarros de tus hijos.

-¡Guarro y asqueroso tú que hasta la ropa se te pudre de tanta mierda como llevas encima!

- Como te metas con mi madre, te mato todas las vacas a pedradas- chillo un chiquillo pelirrojo y con una cara de pillo y sinvergüenza que asustaba.

- Si tú tienes…

- Cuidaito con lo que sueltas, Chaparro, que me voy a chivar del agua que le echas a la leche- soltó Paquita.

Chaparro, maldiciendo por lo bajo, se metió en su vazqueriza como ya antes había hecho Antonio, no sin antes echar una mirada asesina al pelirrojo y sus dos compañero.

Entre riñas, discusiones, plante, asomos disimulados de los maridos y firmeza o terquedad femenina transcurrió otro par de horas.

Intentando intimidarlos, mandó el alcalde a dos alguaciles para que las mujeres abandonaran su actitud. Muy educadamente, pues ambos conocían perfectamente cómo se las gastaban Paquita y Curra, se acercaron al grupo de mujeres.

-Doña Paquita y compaña, hagan el favor de abandonar esta calle que dentro de un rato van a pasar por aquí los de la hermandad.

-Escucha, alguacilillo: mi abuela se plantó con dos trabucos en esta calle cuando lo de los franceses y esos tuvieron que subirse al castillo todos. Pues aquí se planta su nieta y no pasan ni los hermanos ni los primos- contestó con genio Curra.

- Niño, como te vea tirar otra piedra a los bueyes, te arranco las orejas. Dijo el otro alguacil al pelirrojo y a sus dos amiguetes.

- Mercedes, agarra al bicho de tu hijo que vamos a tener fiesta hoy. ¿No has oído reñirle al alguacil?

Mercedes se dirigió hacia los niños y le arreó medio sopapo al “jefecillo de la tribu” que casi lo tiró al suelo.

-Señoras, nosotros hemos cumplido con nuestro deber. Aquí se quedan ustedes y nosotros nos lavamos las manos- dijo un alguacil y, a continuación, se retiraron los dos.

Finalmente, tras otro buen rato, el Mayordomo de la Hermandad de la Veracruz y los vocales, con todos sus estandartes, palios y bandas, aparecieron haciendo el recorrido hacia la iglesia de Santa Maria de Gracia. Al frente iba el presbítero Don Juan José Valverde, personaje de 82 años y muy poco apreciado por los lugareños a causa de su prepotencia y rigidez eclesiástica. Este, llegando hasta las mujeres, les soltó:

-Mujeres que abandonáis a vuestros hijos y, en contra del juramento matrimonial donde prometisteis obediencia a vuestros esposos…

Blancas y temerosas ante una próxima excomunión, según creían y veían ellas, las mujeres comenzaron a retroceder, pero… el diablo que debía andar muy cerca divirtiéndose ante situación tan extraña quiso echar más leña al fuego. El pelirrojo y los otros dos, para vengarse de Chaparro, comenzaron a apedrear los bueyes. Estos derribaron el pequeño cercado donde estaban encerrados y comenzaron a correr sin control por toda la calle.

¡Madres mía la que se lío!¡Banderas, estandartes, bandas, todo por el aire y por el suelo! La gente intentó esquivarlos como Dios les dio a entender, mas el presbítero se llevo la peor parte fue embestido y corneado. Muchas personas acabaron malheridas y otras con fracturas. El presbítero murió seis días después del suceso.

Y esta es la historia del rosario que empezó cuando no empezó y acabo sin acabar.

 

 

JUAN JOSÉ SOLER.

                    

 

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@ Antonio Durán Azcárate. 2001  - 2008  Espera ( Cádiz ) ANDALUCÍA - ESPAÑA