Cinco minutos con Mario
En sus últimos días entre nosotros, aún era frecuente verlo con
sombrero y bastón en la terraza de Tomás, paseando por
Ahora gusto de recordar el eco de su cálida palabra, cargada de fino
humor, y de esa inteligencia especial preñada de destellos geniales,
que solo los humildes atesoran. Su impenitente humildad intelectual.
Con el paso de los calendarios ha escrito sin saberlo, mil páginas
de amor en el corazón de aquellos que lo conocimos.
Aún lo recuerdo en su casa, sentado en el amplio porche que da al
patio. Un lugar hermoso, rodeado de vetustas columnas que sirven de
ventana a ese coqueto rincón refrescado por un mágico pozo. Todo un
espacio hecho para el ágora y las risas, también para los recuerdos;
siempre los recuerdos.
Cinco minutos con Mario eran cinco eternos minutos de aire cálido
soplado desde su pasado,
tiempo pasado que sabiamente lo hacía nuestro.
Una determinada mañana hablábamos de los momentos felices y remotos
vividos en El Madrigal; El Madrigal de Felisa como gustaba de
llamarle. Con la mirada detenida en un espacio entre el ayer y la
nada, te recordaba cómo le calaba hasta lo más hondo de su ser aquel
horizonte que moría al oeste
y sus atardeceres fundidos en un crisol de colores imposibles.
Otra tarde cualquiera y en distinta tertulia resurgía el más
recurrente de los temas, el que más anclado llevaba a su sombra; su
pronta orfandad. Aún siendo un niño y muerta su madre de parto, el
disfrute de su padre se lo robó un pelotón de fusilamiento. Vinieron
a asesinar a Curro Garrido pero Espera adoptó cariñosamente a ese
crio, como hijo del pueblo. Siempre buscó a su padre, y en esa
imagen paterna idealizada, en ese juego de espejos se fue fraguando
como un ser humano excepcional.
Como gema del pasado guardaba en algún
cajón, la filmación que en tiempos de
Mario atesoraba una forma especial de contar las cosas. Verbalizaba
con un tempo en la voz, que te absorbía hacia lo que te estaba
narrando. Poseía una notable cultura humanística, siendo un ávido
lector de autores como Ortega y Gasset, de historia local, de
poesía, como así lo atestigua su nutrida biblioteca que aún conserva
la familia. Escribió páginas hermosas que algún día verán la luz.
Fueron muchos los que le consultaban sobre las cuestiones más
diversas, y siempre tuvo hacia todos sus paisanos, buen gesto y
vocación de ayuda.
Todos los Diciembres, llega de la mano del frio
Es complicado ser un ecuánime exégeta de quién se admira, pero como
corolario de un proverbio árabe que reza “quien no entiende un
gesto; una simple mirada, no comprende una larga conversación”,
puedo afirmar que existen seres humanos que con un solo gesto en su
vida se auto biografían por sí solos. Este que sigue a continuación
es el gesto de Mario; el relato de su particular mirada sobre
……..Hubo
un tiempo, cuando aún muchos espereños vivíamos diseminados por sus
campos, en el que tuvo la feliz idea de llevar a estos alejados
lugares el verdadero espíritu de
Obsequiosos, como solo la gente humilde de campo sabe ser, abrían
cajones y alacenas, para vestir su mesa con pestiños, polvorones,
roscos de vino y anís. Después de la celebración todo se evanescía
suavemente en la fría noche, la música se hacía distancia y la
distancia recuerdo. Al apagarse la última lumbre de la hacienda,
solo quedaba prendido del ambiente, el olor navideño a licor y el
calor humano dejado por un ser especial que comprendió como nadie,
que el amor es la única cosa que crece cuando se reparte.
Mario, el Gran Humanista. En sus reflejos paternos de espejos quedó
sellada esa “sangre caliente de macho, en un corazón de niño”.
Querido tío, aún no puedo soñarte porque te mantengo presente.
…….”Si a Espera hubiera venio Mario Garrido esta Navidad”.
Cristóbal Garrido Jiménez
Jerez de
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@ Antonio Durán Azcárate. 2001 - 2008 Espera ( Cádiz ) ANDALUCÍA - ESPAÑA