EL
“SOBERAO” DE LA TÍA ABUELA FELISA
Introducción.-
Son muchas las reliquias que
albergan aún los desvanes de nuestros abuelos. Una de las halladas en los
sombríos fondos de arcones centenarios, nos narra en formato fotográfico, la
restauración que nuestro patrón el Santo Cristo de la Antigua tuvo en el año
1967. Esta sagrada imagen se
hospedó por un tiempo en los soberaos que más abajo se narran. Su camarera fue
la piadosa Felisa Garrido Barrera, nuestra queridísima tía abuela, hermana que
fue de Curro Garrido, conocido de todos los espereños. Una vez escaneadas estas
fotos y aumentando las imágines con la lupa digital se puede comprobar
fehacientemente, el lamentablemente estado de conservación que detentaba en
aquellos momentos la hermosa talla de nuestro reverenciado salvador y el
maravilloso milagro obrado tras la restauración. Su restaurador fue Quiroga de
los Monteros.
El siguiente relato se escribió para el concurso radiofónico Historias de la
Vida.
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…..Largas cadenas de besos y abrazos a las puertas del cementerio de nuestro
pueblo natal; Espera. Esta vez se nos marchó el amado tío Mario, y con él se
perdía, otra hermosa página condenada a diluirse en el éter del tiempo.
La familia Garrido venida de todas partes para dar otro último adiós. Tomamos
con resignación el vernos tan sólo con ocasión de la despedida de nuestros
mayores. Nuestros mayores… ¡Dios, cuanta sabiduría viaja y se esfuma con los
difuntos!
Bajando la cuesta del campo santo,
algunos entramos a visitar a la tía Carmen; su viuda, la última habitante de la
vieja casa de los Garrido. El alzhéimer la mantiene postrada en una cama y esa
circunstancia sirve de escusa para que los que estamos más próximos al pueblo,
volvamos de vez en cuando a ese viejo hogar.
La casa es espaciosa y hermosamente andaluza. El patio se perfila mediante un
peristilo de vetustas columnas y en su centro, el pozo tachonado de
culantrillos, riega con su cubo un jazmín que enreda sus sierpes hacia las
estancias altas. Hacia este espacio misterioso me dirigí escaleras arriba con
uno de mis primos. En ese mágico lugar, ¡todo era recuerdo! En sus descalichadas
paredes se habían dormido los calendarios, como un perpetuo otoño. Salas enormes
con perfume a siglos y a las almendras traídas de la finca.
De niños, jugábamos a escalar interminables montañas de grano ensilado y tocar
las vigas del techo con nuestros párvulos dedos. Recuerdo aún como el aire se
hacía trigo y el trigo, juguete.
Reparamos en una puerta del fondo que se mantenía cerrada desde hacía largo
tiempo. El primo Mario la abrió y tras ella apareció una imagen congelada por el
tiempo, bañada por la luz de un ventanuco orientado hacia el patio. Un
sorprendido gorrión voló despavorido desde las baldosas de barro. Cajas, maletas
y baúles aparecieron desordenados por toda la habitación mientras nosotros, como
chiquillos ansiosos en una mañana de Reyes, fuimos desempolvando todo tipo de
objetos conservados desde centurias.
Fueron surgiendo fotos en cartón con seres de otras épocas. Cartas, cientos de
cartas selladas desde San Juan de Puerto Rico, Montevideo, Madrid, Jerez o
Sevilla. La particular diáspora familiar. Manuscritos, poemas, añejas
contabilidades, felicitaciones navideñas. Desde textos remotos datados en 1830,
hasta bellísimas estampas religiosas de dorados calados.
Comprendí al pronto que lo verdaderamente maravilloso se sustanciaba en la
correspondencia y en la tinta
sabiamente vertida por aquellos que quedaban en el cementerio.
Dedujimos que la humilde historia de los Garrido se conserva gracias a la labor
recaudadora, meticulosa y fecunda de nuestra tía abuela Felisa, fallecida en los
años setenta.
Con ayuda de las nuevas tecnologías; escáner y programas de tratamientos de
imagen, vamos descubriendo ante nuestros asombrados ojos, un universo oculto.
Detalles tales como la tinta diluida por una lágrima, el surco dejado por un
borrado de lápiz o desdibujados besos de carmín. Gozamos al ver aumentadas al
infinito, la geografía vertiginosa de caligrafías de otras épocas.
Volvemos de vez en cuando al pueblo donde nos esperan cartas sin sobre, sobres
sin carta, poemas sin dueño y rostros sin nombre. En estos precisos momentos
seguimos la pista al retrato de un personaje de gran bigote, que posa con
atuendo militar y un sable a la cintura.
Este antiquísimo sable siempre estuvo dando tumbos por la casa hasta que
un buen día desapareció. Mediante la lupa digital lograremos ponerle nombre a su
dueño.
¡A fe que lo conseguiremos!
Las lágrimas volvieron a mis ojos al hallar cartas de mi padre escritas desde el
frente.
“Estafeta nº 90. En Campaña a 15 de Noviembre de 1938, III Año Triunfal…. A Doña
Felisa Garrido de Ibáñez… Querida tía…”
Mi padre marchó a la guerra siendo un huérfano zagal de diecisiete años.
Esta historia está inacabada pues cuando concluyamos de clasificar nuestro
tesoro, haremos una gran fiesta en la coqueta finca familiar de nombre “El
Madrigal de Felisa”. Proyectaremos una filmación en gran pantalla, con lecturas
dramatizadas de cartas de vertiginosa caligrafía,
recitados de poemas de la tía Felisa, del tío Mario; recordando a Víctor,
al abuelo Curro….
Vendrán los primos los curas, que son cuatro alegres mayores y gozarán viendo
cómo conservamos las invitaciones de las que fueron sus primeras misas.
La familia unida para ver en película sepia, cartas de amor como aquella escrita
en agosto de 1910 desde El Madrigal y que nos ilustra sobre el arte de
remansarnos…
…. “Paso los días en estos pacíficos campos, exento de toda turbación. Mi mejor
música es el misterioso silencio, mi mejor compañía la soledad halagadora. Hoy
tengo tan llena mi alma de cosas, que ya necesita en quién vaciarlas.”…..
Estos son los ecos silbantes de aquellos que yacían en
ese “soberao” de dormidos calendarios.
Cristóbal Garrido Jiménez
6 Diciembre 2008
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@ Antonio Durán Azcárate. 2001 - 2009 Espera ( Cádiz ) ANDALUCÍA - ESPAÑA