A MI ABUELA DOLORES

Desde estas líneas quiero recordar, en estas fechas tan entrañables e importantes para los espereños, a mi abuela Dolores Zarco, mujer que durante toda su vida se caracterizó por su FE y devoción hacia el SANTO CRISTO DE LA ANTIGUA.

Como mucha gente sabe en Espera, mi abuela estuvo comprando las flores al Cristo más de 40 años. Al principio la Bajada era el sábado y la Subida el domingo, por lo que las flores que le compraba a su Santo Cristo servían para todas las Fiestas.

Posteriormente se cambió y es como aún permanece: el primer domingo de septiembre baja del Castillo a la Iglesia Santa Maria de Gracia y el Segundo domingo del mismo mes
hace el recorrido inverso. Cuando se cambio, ella siguió con su tradición personal y, mostrando su devoción, continuó comprando las flores para engalanar la Bajada. Así hasta sus últimos días entre nosotros, sin fallar ningún año.

Esto lo hacía debido a una promesa que tenia, con la que se nos fue. Nunca quiso contarla, era suya y duraría mientras viviera, siempre insistió que ninguno de sus hijos debía continuarla, ya que era algo personal. Cuando le preguntaban cual era el motivo de su promesa, ella no contestaba, y jamás lo dijo. En el año 1994, murió mi abuelo Fernando, mi tía le dijo a el que si no le decía la promesa de Mamá-Dolores (que es como siempre le llamamos sus nietos) no iría por las flores. El le respondió que no podía hacer nada, se moriría y no se la podría decir, era la promesa de Mama-Dolores y "las promesas nunca se cuentan". Ese ano la bajada del Santo Cristo fue el 7 de septiembre y el 20 del mismo mes falleció mi abuelo. Falleció sin contarlo.

La familia piensa que su promesa pudo ser por un hecho que le ocurrió yendo a Sevilla con su único hijo varón en el Amarillo, a la altura de las "Torres Alocaz". El autobús volcó al sufrir un accidente. En esos instantes de peligro y miedo, todos los viajeros de Espera se encomendaron al Cristo. No ocurrió nada grave y todos salieron ilesos. Pensaron quo había sido gracias al Santo Cristo de Espera, que los había escuchado y protegido. Incluso el conductor, que no era de nuestra localidad, dio las gracias a nuestro patrón.

Cuando comenzó a comprar las flores, cerca de nuestro pueblo no había donde conseguirlas, por lo que las encargaba en Sevilla, en "Floristería José Flores", en la Plaza de la Encarnación. Delfín Santos o Juan José Duque se las traían de la mencionada floristería. Posteriormente, sobre el alto 1978, mi tía Dolo se sacó el carnet y tuvo coche, por lo que ella era la encargada de ir a Sevilla. Los últimos altos las adquirían en Arcos de la Frontera, en la Pequeña Holanda.

La devoción y el cariño al Santo Cristo la acompañó toda su vida. Estuvo muchos altos junto a El en su procesionar por las laderas y calles de nuestro pueblo, cuando ya no pudo por su edad, lo esperaba en una butaca a la puerta de su casa, en la calle Hernán Cortés. Para ella el sentido de la vida pasaba a través de su Cristo, al que siempre tuvo presente y por el que se sentía protegida.

Para todos los que la conocimos, los que tuvimos la suerte de conocerla, mi abuela fue una mujer fuerte, que siempre destacó por su generosidad y caridad hacia los más necesitados, especialmente en aquellos altos tan difíciles que tuvieron que vivir nuestros antepasados.

En mi memoria perdura el recuerdo de mi abuela y su extraordinaria relación con el Santo Cristo de nuestro pueblo. Llegaba el Cristo y yo lo veía bajar, y llevaba las flores de mi abuela, flores que con cariño le ofrecía como pago a una deuda personal que con El tenía. Hizo que aquellos días de bajadas fueran especialmente bonitos para nosotros, para mí, pues las flores eran también, por qué no, un poco mías.

Todo lo que aquí escribo ha sido gracias a lo que me han contado mi tía Dolo y mi madre. También quiero agradecer la colaboración y ayuda que me ha prestado mi primo Diego.

 

Fernando Camargo Hervás