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REVISTA DEL CRISTO 2006

Luis Troncoso o la observación de los meteoros

            

Luís Troncoso o la observación de los meteoros

  

En la vetusta biblioteca de mi tío Mario Garrido Troncoso, se encuentra solo uno de los dos tomos de una obra sencillamente excepcional, “Manual de Agricultura y Ganadería”; su autor, Luís Troncoso. En su primera página, el escritor se define textualmente de la siguiente forma, “Joven dedicado al arte del cultivo en el término de Jerez de la Frontera y en el de la Villa de Espera”.

Por fortuna los dos tomos al completo se encuentran actualmente en Arcos de la Frontera, en manos de otro familiar, Bartolomé Troncoso, perito agrícola. Cierto día un colega suyo no sé en qué departamento de la Consejería de Agricultura, le dijo con buen criterio que se llevara de sus vitrinas esos libros antiguos de su antepasado, que seguramente estarían a mejor recaudo.

La obra está editada en Cádiz el año de 1839 y ya en su primera página se encabeza con una frase, quizás cita popular, que nos muestra de forma entrañable la  bisoñez y modestia intelectual del autor.

“No se da libro tan malo de donde el ingenio astuto no pueda sacar buen fruto”.

Puede ser un gran descubrimiento para la nueva ciencia que se avecina (que mira hacia atrás) y para el común de los mortales, rescatar, sacar a la luz el trabajo de este agrónomo de la primera mitad del siglo XIX. Personalmente, leer las páginas de mi remoto familiar, ha supuesto el reafirmar el antaño concepto de “finca agrícola” frente al de “explotación agraria” que hasta ahora ha estado vigente. Y digo bien, pues las cosas están cambiando hacia una concepción más acorde con los principios que la madre naturaleza nos depara, siendo ejemplo de lo que digo el auge descomunal que está teniendo la Agricultura Ecológica y la Producción Integrada en los tiempos que corren, cuestión por la cual no ha perdido vigencia este manual agropecuario.

El acercarse a sus páginas de forma natural, desarmados culturalmente y con el ansia humilde de dejarnos lucrar intelectualmente por su sabiduría añeja, es un ejercicio de lo más edificante. Esa sabiduría descansa en las dotes de observación de los meteoros, de los fenómenos de la Naturaleza a los que nuestros antepasados tenían como iconos de referencia.

Algunos agricultores muy ancianos de Espera aún recuerdan lo que otros han olvidado y postreras generaciones ni tan siquiera hemos aprendido.

Estos dos tomitos en formato misal, de pastas oscuras y páginas con olor a siglos, hablan de cortijos, zahúrdas, viñas, huertas, yugos y coyundas. Arados, carretas, palomares, terrenos calizos y de bujeos; de pavos, abejas, burros, yeguas y gansos. De forrajes para invierno, excrementos, abonos minerales (del cieno y la cal), de graneros, alberos y abonos vegetales (del orujo, hollín y ceniza). De cómo elegir las mejores tierras, del mejor sentido de su labranza, de donde ubicar la siembra del cereal y donde vegetan mejor los olivos. Nombra los tipos de trigo que se daban mejor en los pagos de Espera y su entorno. Es curioso, ayer mismo se escuchaba en los telediarios como la ONU apuesta ahora por la preservación fitogenética. Tan solo cuatro especies de manzanas copan más del 90% de la demanda total del planeta. En aquellos antiguos huertos, seguro que vegetaban más del doble de variedades de perillos, por desgracia  ya extinguidos. La herencia cultural olvidada.

 

Os voy a mostrar dos joyas de las muchas que jalonan sus páginas.

 

“Señales de una próxima tempestad”

. Cuando los bueyes y vacas inquietos y bramando se reúnen oliendo el aire.

. Cuando los cerdos gruñen y corren velozmente para meterse en la zahúrda.

. Cuando los gansos gritan y se zambullen muy a menudo sacudiendo las alas.

. Cuando los ratones chillan corriendo de una parte a otra.

. Cuando las hormigas mudan sus ninfas o huevos.

 

En otra parte de esta obra se da cuenta de forma ingeniosa, como combatir preventivamente la rabia del garbanzo. Tras una copiosa lluvia, dos labradores cogían una larga soga cada uno por sus respectivos extremos, y la hacían pasar por la parte aérea de las matas, sacudiendo los restos de humedad que quedaran sobre las mismas. Que cosa más extraña, diría el profano en la materia. Más bien parece nigromancia que agricultura racional.

A buen seguro que aquellos decimonónicos personajes no sabrían reconocer los conceptos que hoy en día barajamos los Ingenieros Técnicos Agrícolas. Desconocían nociones tales como enfermedades fúngicas, menos aún hongos endoparásitos y vector de transmisión. A modo de síntesis decir que el microscópico hongo de la rabia  está en la superficie del suelo y sobre restos de cosecha, y que al llover copiosamente el agua de lluvia sirve de vehículo, porque al salpicar en el suelo recoge al hongo y lo deposita en la mata de garbanzo. Estos viejos labriegos ingeniosamente se limitaban con la soga, a escurrir la planta y de este modo evitar que la rabia quedara en la planta al secarse el agua.

Ya alguna enciclopedia de índole local, cita someramente a este espereño entre nombres tan ilustres como los gaditanos Columela o Celestino Mutis.

Estimo oportuno que sería interesante rescatar del polvo de las estanterías este singular manual en peligro de extinción y poder clonar con las técnicas que hoy en día nos depara la informática e imprenta, sus densas páginas cargadas de sabiduría.

La obra de Luís Troncoso, aún con aportaciones propias, es también el fruto de todos los espereños de su época y se nutre a buen seguro de la tradición oral transmitida por sus mayores.

El agricultor de tiempos pretéritos olía la tierra, se fijaba en el vuelo de las aves, el zumbar de los insectos, el cerco de la Luna y atesoraba amplios conocimientos sobre meteorología.

Sería injusto y un desperdicio para las generaciones futuras, ignorar lo que nuestros abuelos y los abuelos de nuestros abuelos, fueron atesorando. Gente quizás ruda y sin formación, pero iletradamente sabios, personas maravillosas que dormían muchas veces bajo las estrellas y sentían e interpretaban como nadie el palpitar de la naturaleza.

Desparramados por las siete laderas que conducen a la ermita del Sto. Cristo de la Antigua, cientos de obreros del campo de tiempos no tan remotos, se daban cita al repicar de campanas. Respetuosos, cañero en mano, frente bicolor y camisa abrochada hasta el último botón, rendían respeto al Redentor. En un diálogo mudo le solicitaban feraces cosechas y peonadas para la próxima campaña.

Su mágica sapiencia descansaba en la curiosidad y esta a su vez en la observación.

En la observación de los meteoros.

 

 

 

                                                                             Cristóbal Garrido Jiménez

                                                                   Jerez de la Frontera 25/06/2006

           

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