“CARISSA AURELIA” Y LA ORGANIZACIÓN TERRITORIAL DE LA SIERRA ROMANA
Luis Javier Guerrero Misa
María José Lozano Ramírez
Arqueólogos
Todos los espereños saben de la riqueza arqueológica de su término municipal y muchos de ellos han trabajado en las labores de excavación, consolidación, limpieza y puesta en valor de la antigua ciudad íbero-romana de “Carissa Aurelia”. Queremos dar en este artículo unas pequeñas nociones de cómo esta antigua ciudad estuvo integrada, a su vez, en una auténtica red de ciudades, con una división administrativa propia, con unas infraestructuras viarias comunes y con una plena integración en la organización territorial que los romanos implantaron en la Península Ibérica tras su conquista y anexión a la, por entonces, República de Roma.
Efectivamente, tras el fin de la Segunda Guerra Púnica (219 a 201 antes de Cristo), que terminaría con la aniquilación efectiva de Cartago como potencia mediterránea y su expulsión de la península ibérica, serán las legiones romanas las que impondrán un nuevo orden. Roma iniciará una rápida y extensa colonización del sur de la Península, que pasará a llamarse provincia Ulterior en época republicana y luego Bética, con la división administrativa imperial hecha por Augusto hacia el 27 a.C.
Se inicia así, un proceso de aculturación y romanización de casi toda la península Ibérica. En el sur, tras algunos años en los que los turdetanos (ibéricos) intentaron liberarse de los romanos con escaso éxito, Roma impuso un sistema tributario (estipendios) a los sometidos, mientras fundaba nuevas colonias. Durante todo el siglo II a.C. la situación fue difícil para Roma, incluidas las guerras contra los lusitanos, los celtíberos y varias guerras civiles. La romanización de Hispania durante la época republicana fue el resultado de la unión de varios factores, por un lado las acciones bélicas y el liderazgo de grandes jefes militares, la implantación rápida de una estructurada organización político-administrativa y, por otro, la aceptación progresiva de las costumbres económicas y sociales romanas por parte de los indígenas.
Además de la adopción de su administración, estructura política, sistema social, costumbres, religión, e incluso su lengua, Roma impondría una organización territorial a imagen y semejanza de la puesta en práctica en la península italiana. Para la organización y control del territorio creará un entramado de caminos, vías, puentes y acueductos para poder comunicar a las ciudades, antiguas y de nueva fundación.
En la sierra gaditana, al contrario que en otros lugares, incluso de la Bética, los romanos en lugar de destruir o despoblar, aceptaron y consolidaron las ciudades indígenas ya existentes, que incluso llegaron a tener cierta autonomía, como demuestra que Iptuci (Cabezo de Hortales en Prado del Rey) y Acinipo (cercanías de Setenil, término de Ronda) acuñaran monedas hasta el primer tercio del siglo I d.C con su propio alfabeto, de origen púnico. No obstante, todas estas ciudades, entre ellas Carissa Aurelia, junto con Ocuri (Salto de la Mora, Ubrique), Saepo (Cerro de la Botinera en Algodonales), Usaepo (Cortijo de la Fantasía, entre Ubrique y Cortes de la Frontera), Calduba (Sierra Aznar, Arcos de la Frontera) y Lacilbula (Cortijo Clavijo, Grazalema), adoptaron la organización político-administrativa romana (“ordos” municipales), así como su lengua. Aquellas que se habían rebelado contra Roma siguieron siendo ciudades estipendiarias (con fuertes tributos e impuestos), pero otras obtuvieron rápidamente la categoría de municipios de derecho latino.
Sobre este sistema de ciudades romanizadas se extendió la red viaria, fundamental para las comunicaciones entre ellas y con el resto de las ciudades a uno y otro lado de la sierra (vías principales y ramales secundarios). Sus vestigios son aún visibles en muchos lugares de la sierra. El caso más claro es el del tramo conservado entre Ubrique y Benaocaz, restaurado en la Edad Media, en la Moderna e incluso en uso hoy día. Se conservan además varios puentes, alcantarillas, posibles conducciones de agua, etc… Otro ramal conservado atraviesa la Manga de Villaluenga, paso natural que comunica las actuales provincias de Cádiz y Málaga. Esta vía pudo pertenecer, como ramal, según algunos historiadores, a una de las vías más importantes, aquella que comunicaba Corduba (Córdoba) con la ciudad portuaria de Carteia (bahía de Algeciras), vía de comunicación estratégica y famosa históricamente porque permitió la huida de los hijos de Pompeyo tras ser derrotados en la batalla de Munda (45 a.C.) por Julio César.
Es posible que estas vías tuvieran zonas de control o de aduanas, con puestos militares (fielatos), como debió ser el hallado en el Peñón Gordo de Benaocaz, excavado en 1985 por uno de nosotros, y que controlaba precisamente el acceso a la Manga de Villaluenga.
Alrededor de estas ciudades se establecieron diversos asentamientos, de carácter agropecuario, que repartidos entre colonos primero y grandes terratenientes después, se encargaron de explotar económicamente el territorio. Las vastas extensiones agrarias que van desde Jerez a Arcos y de ésta hasta Olvera fueron ampliamente explotadas como demuestran los hallazgos de villas impresionantemente ricas, como la descubierta en El Santiscal, junto al actual pantano de Arcos, que conservaba pavimentos de mosaicos de inusual belleza. Decenas de estas haciendas o “villae” jalonan con sus restos constructivos, sus zonas agropecuarias, industriales y sus necrópolis toda la sierra gaditana. Son, en muchos casos, el germen de muchos de nuestros ranchos y cortijos e, incluso, de algunas poblaciones, ya que a partir del siglo III d.C. se produciría un proceso de decadencia y abandono de las ciudades y de desarrollo de estas “villae”.
Con la llegada del imperio, Gades (la actual Cádiz) tendrá una nueva época de esplendor y la actual provincia será dividida en cuatro jurisdicciones o conventus, recayendo casi toda la sierra dentro del conventus iuriducus gaditanus y sólo una mínima parte en el conventus astigitanus (Écija) y el hispalensis (Sevilla).
El emperador Vespasiano terminaría por conceder el derecho latino a todos los hispanos hacia el año 70 d.C., de ahí que varias de las inscripciones conmemorativas halladas en la sierra hablen ya claramente de ordos o senados locales, característico hasta entonces sólo de los municipios de ciudadanos romanos.
Además de las calzadas, se conservan, además, varios puentes, alcantarillas, conducciones de agua, etc…y, sobre todo el complejo hidráulico y fortificado conservado en Calduba, un auténtico “Castellum Aquae” que debió abastecer no sólo a la ciudad íbero-romana situada en la Sierra de Aznar (Arcos de la Frontera), sino a toda la campiña circundante y, según algunos arqueólogos, a través de un acueducto a la propia capital, a Gades. Lo que está claro es que este complejo hidráulico es uno de los ejemplos más claros de la perfección de la ingeniería romana.
En lo referente a estas ciudades, queremos dar aquí un breve pero documentado resumen sobre lo que sabemos actualmente sobre sus topónimos y sus ubicaciones, con vistas a intentar aclarar ciertas adjudicaciones, hechas desde antiguo, que hoy día no se sostienen.
Los esfuerzos de la historiografía moderna (siglos XVI al XIX) estuvieron dirigidos fundamentalmente a la ubicación exacta de las antiguas ciudades citadas por las fuentes. El hallazgo de inscripciones alusivas a ellas y la pervivencia de numerosos topónimos desde la antigüedad, con ligeras modificaciones, permitió en la mayoría de los casos su identificación. Sin embargo, la ligereza demostrada por algunos eruditos en la localización de algunas ciudades antiguas ha provocado que, a pesar de ser éstas completamente erróneas, se hayan afianzado de tal manera, que actualmente son muy difíciles de desterrar de los estudios históricos, que siguen repitiendo de forma cansina los mismos errores. En el caso de la Sierra de Cádiz, los hallazgos epigráficos han tenido el protagonismo en la identificación de todas las antiguas ciudades iberorromanas; la pervivencia del nombre a través del tiempo sólo se ha dado en el caso de Carissa Aurelia, ya que actualmente sigue existiendo con el nombre de Cortijo de Carija. En este sentido, Carissa Aurelia es citada por Plinio y Ptolomeo y según algunos autores sería un nombre claramente de origen indoeuropeo.
La ciudad de Lacidula ha sido tradicionalmente localizada en las proximidades de Grazalema –en el cortijo de Clavijo- gracias al descubrimiento de dos inscripciones donde se menciona al Senado local (CIL 1342 y 5409); así, su ubicación no reviste duda alguna. Sin embargo, el epigrafista alemán Hübner transcribió en uno de los epígrafes Lacilbula y en el otro se puede leer Lacidula, por lo que se plantea el problema de cuál fue su verdadero nombre. Un reciente y minucioso estudio de la única inscripción que se conserva de esta ciudad (CIL 5409), ha demostrado cómo en su tercera línea pone Lacidula, a pesar de su mal estado de conservación; por lo tanto, hemos de adoptar provisionalmente este nombre hasta que futuros hallazgos arqueológicos resuelvan la cuestión. En cuanto a la etimología del término, nos encontramos ante un nombre compuesto de origen indígena con la misma raíz que Lacca, denominación antigua del río Guadalete, que nace en sus proximidades.
En el caso de Iptuci hallamos menos dificultades para relacionar todos los testimonios, aunque la identificación del topónimo no está exenta de ellas. La primera mención de la ciudad en las fuentes la encontramos en Ptolomeo, que la cita entre los turdetanos; Plinio la incluye entre las ciudades tributarias del Conventus Gaditanus, aunque este mismo autor y algunas fuentes antiguas citan otras ciudades de nombre similar. Un reciente análisis del problema ha descartado cualquier relación entre Iptuci y los demás topónimos parecidos. Por otra parte, las monedas nos proporcionan las variantes feno-púnica (Ibduoši) y latina del nombre de la ciudad (Iptuci), que se corresponde con la cita de Plinio. Sin embargo, hay que descartar que la procedencia del topónimo sea fenicia y buscar más bien un origen ibérico, por la presencia del elemento ip-, que se viene interpretando como «ciudad», con lo que tendríamos el compuesto “ciudad de Tuci”; esta hipótesis podría ser avalada por la cita en la Crónica de Alfonso VII de una tal Tucci en la comarca jerezana. Otro problema es que el nombre aparece en las distintas fuentes con dos variantes, Iptuci e Iptucci; la ausencia de geminación en Ptolomeo, Plinio, en las monedas bilingües y en CIL 1923 nos hace pensar que la verdadera grafía del topónimo sería Iptuci. En cuanto a la situación de la ciudad, es indudable que se hallaba ubicada en Cabezo de Hortales (Prado del Rey), donde han aparecido los dos epígrafes que mencionan a Iptuci.
Sobre Ocuri no hay ninguna problemática en lo que se refiere a su identificación. Aunque no se menciona en ninguna de las fuentes antiguas, su nombre se halla atestiguado en dos inscripciones descubiertas por Juan Vegazo en 1794 en la sierra de Benafí (CIL 1336-1337). Hübner denomina erróneamente a esta ciudad Ocurris, a pesar de que transcribe Ocuri en el texto de las dos inscripciones, que es la grafía correcta del nombre, pues los epígrafes no dan lugar a duda alguna. La polémica sobre el nombre ha seguido vigente hasta hace unos pocos años, alimentada en parte por un libro de 1944 (Fray Sebastián de Ubrique) que, a pesar de admitir la grafía correcta como Ocuri, insistía en que Ocurris era cómo se pronunciaba el nombre. Esperemos que esta inútil polémica haya terminado con una publicación reciente que ha rastreado en los archivos de la Real Academia de la Historia, en Madrid, demostrando cómo surgió el error de traducción y cómo se perpetuó a través de los años.
Plinio menciona a Saepo entre las ciudades de la céltica y a Usaepo en el Conventus Gaditanus. Los estudiosos modernos pensaron hasta hace poco que ambas citas se referían a una misma ciudad, que se situaba en la Dehesa de la Fantasía (Cortes de la Frontera), donde habían aparecido en el siglo XVIII tres inscripciones que hacían referencia a Usaepo (CIL 1339-1341). El error persistió hasta que un hallazgo fortuito vino a poner las cosas en su lugar. Así, en 1986, se descubrió en el cortijo de Vistalegre (Olvera) una inscripción dedicada a Trajano que menciona la ciudad de Saepo. Ésta se ubicaría, pues, en los alrededores de dicha finca, cuyas proximidades están plagadas de restos romanos. Sobre la etimología del topónimo se ha aventurado su posible origen indoeuropeo, aunque, en todo caso, estamos nuevamente ante un topónimo indígena de raigambre muy posiblemente céltica. Dentro de su entorno, a muy pocos kilómetros, en la ladera oriental de la Sierra de Líjar, en término de Algodonales, hallamos importantes vestigios de construcciones de época romana en el Cerro de la Botinera. No muy lejos apareció también la inscripción de Marco Clodio Rufino, que se ha datado a finales del siglo I a. C. o principios del siguiente.
Queda por saber con certeza el nombre de la ciudad romana de Sierra de Aznar, que Mancheño quiso asimilar a la Calduba citada por Ptolomeo. En la zona de Arcos se han intentado colocar también a Laelia y Saguntia, ésta última en Gigonza. Asimismo, se ha propuesto hace algunos años situar la antigua Lacca en el cortijo de Casablanca.
Un apartado que creemos interesante tratar es el de las ciudades que la historiografía ha intentado ubicar sin fundamento alguno en la Sierra de Cádiz. La más polémica ha sido la asimilación de Olvera con la Ilipa del Itinerario de Antonino y la Hippa Nova de Plinio. El Padre José del Hierro (siglo XVIII ) afirmaba que Olvera era Ilipula Minor y la asimilaba con la Ilipa/Hippa del Itinerario, mencionada en el camino de Gades a Corduba. Esta adscripción se había perpetuado, sin cuestionarse, de modo que hasta los más recientes trabajos de ámbito local sobre este tema, con alguna honrosa excepción, insisten en ello. Sin embargo, las evidencias arqueológicas niegan esa posibilidad, pues Ilipula Minor (la Ilipa o Hippa del Itinerario) ha sido ubicada con toda seguridad en el cortijo de Repla (Los Corrales, Sevilla). Para enredar un poco más la cuestión se ha tratado de presentar a Hippa como una variante de Hippo Nova, ciudad que aparece también en la lista de Plinio; sin embargo, el antiguo asentamiento de ésta hay que buscarlo en las proximidades de Baena (Córdoba), como demuestran los hallazgos epigráficos.
La falsa identificación de la antigua ciudad de Lastigi con la actual Zahara tiene su origen en Rodrigo Caro (siglos XVI-XVII). Esta ciudad la cita Plinio dos veces, la primera junto al río Maenoba (Guadiamar, provincia de Sevilla) y luego entre las ciudades de la céltica (zona de la sierras norte de Huelva y Sevilla) pertenecientes al Conventus Hispalensis; además, acuñó moneda. En todo caso, no hay evidencia alguna para situar Lastigi en Zahara.
La localización que hizo Madoz (siglo XIX) de la antigua Lacipo en la villa de Setenil está totalmente infundada, ya que esta ciudad estaba ubicada en el cortijo de Alechipe, cerca de Casares (Málaga). Por último, la afirmación de que la antigua Irippo era El Gastor y Castra Gemina Torre Alháquime, carece de sentido ante la ausencia de cualquier tipo de evidencias, tanto epigráficas como arqueológicas, que apoyen tal hipótesis.
Por otro lado, la epigrafía constituye una fuente de primera mano para conocer, aunque sólo sea de una manera sucinta, diversos aspectos de la vida institucional, social y religiosa de las distintas ciudades romanas de la Sierra de Cádiz, sin que se nos olvide el indudable protagonismo que ha tenido en la identificación de la práctica totalidad de ellas.
En el aspecto social, sólo los miembros más pudientes de cada localidad quedaron reflejados en las inscripciones. Así, la familia o gens Fabia es una de las más representativas de la Sierra de Cádiz, en concreto la rama de los Fabius Fabianus, que gozaban de una sólida posición económica en la zona Penibética, relacionada con el disfrute de cargos municipales y la explotación de las canteras de mármol. Por el contrario, las referencias a los demás estratos sociales en la epigrafía sólo se hacen cuando se menciona al conjunto del pueblo, como comunidad, con las expresiones Senatus populusque (Iptuci y Lacidula) y Res publica (Ocuri y Saepo). Asimismo, entre los grupos marginales encontramos en Iptuci el caso de la esclava de origen griego Fuscia Cypare.
La adscripción de las distintas ciudades a cada una de las tribus romanas es posible también gracias a la epigrafía. Así, la alusión en una inscripción de Arcos de la Frontera a la tribu Papiria es la única que hallamos en el contexto de la provincia de Cádiz. Además, se mencionan las tribus Galeria y la Quirina, en Carissa y Lacidula, respectivamente. En este último caso, podemos sospechar que su pertenencia a la tribu Quirina estuvo determinada por la concesión de la ciudadanía latina y su conversión en municipio tras el edicto de Vespasiano.
Las alusiones a la religión romana en la epigrafía de la Sierra de Cádiz se ciñen casi exclusivamente a la mención de los Dioses Manes (dioses de los difuntos) en las inscripciones funerarias, aunque también en algún caso se hace referencia a otros cultos: al Numen, al Genio del Municipio y la diosa Victoria Augusta, relacionada esta última deidad con la propaganda de los éxitos militares romanos. El culto imperial está atestiguado en Ocuri gracias a la inscripción de la sacerdotisa de las Divinas Augustas Postumia Honorata, y en Arcos de la Frontera, donde se hace referencia a la institución del sevirato ( carrera sacerdotal relacionada con el culto al emperador) y a Terentius Herophylus, sevir augustalis (sacerdote del emperador).
De las instituciones del gobierno local apenas si aparece algún dato en las inscripciones. Sin embargo, sí son frecuentes las alusiones al senado local u Ordo decurionum, que constituía una verdadera oligarquía. En sendos epígrafes de Lacidula e Iptuci se refieren a él como Senatus. También se menciona a los decuriones en Carissa Aurelia, Ocuri y Saepo. En Iptuci, se le da el título de Splendidissimo, epíteto con el que se deja patente la preeminencia sobre el resto de la sociedad local y la elevada posición y honores que disfrutaban sus miembros. La única referencia a las magistraturas de la ciudad aparece en Arcos de la Frontera, donde tenemos una inscripción que alude a un praefectus iure dicendo, que sustituía a los duunviros en su poder jurisdiccional cuando éstos abandonaban la ciudad por más de un día; era elegido entre los decuriones de más de 35 años.
Por último, la numismática constituye otra fuente fundamental para el análisis histórico, sobre todo en los aspectos económicos y religiosos. Las únicas ciudades que emitieron moneda entre las de la Sierra de Cádiz fueron Iptuci y Carissa Aurelia; la primera en caracteres púnicos y latinos. Una colección de monedas de época republicana, serie consular, apareció en Puerto Serrano, y otro tesorillo en Prado del Rey compuesto por plomos monetiformes de Iptuci.
La presencia de cultos orientales en la zona serrana durante la época antigua también está atestiguada por la numismática. Así, en las monedas de Iptuci y Carissa se representa la figura de Hércules, similar en su factura a las que encontramos en Gadir y Asido. Este Hércules no es sino la asimilación del Melkart fenicio-púnico, cuyo culto debió ser introducido por los primeros colonizadores fenicios y se fue extendiendo paulatinamente por las ciudades de la costa y del interior. Melkart se identificó en la Península con Herakles durante el periodo helenístico y su culto alcanzó gran importancia cuando se asimiló al Hércules romano. Desde entonces, el Herakles de Gades pasó a denominarse Hercules Gaditanus. En las monedas de Iptuci se le representa con la piel de león, al igual que en los tipos de Carissa. Asimismo, en una serie de monedas bilingües de Iptuci aparece representada una figura que se ha identificado con el Ba’al-Hammon fenicio. Los reversos de las monedas de Iptuci pueden estar en relación con los cultos solares, pues se representan ruedas con botón central, entre cuyos radios está inscrito el nombre de la ciudad.
Es más, algunas de las monedas de Iptuci halladas en el tesorillo de Prado del Rey (siglos II-I a. C.) traen la inscripción R. P. IP., que se ha interpretado como abreviatura de Res Publica Iptucitanorum. Por último, y en consonancia con lo dicho, el mismo hecho de que las ciudades Iptuci y Carissa acuñaran moneda nos muestra una de las prerrogativas más importantes de las ciudades estipendiarias, como es la autonomía en la acuñación de moneda.
Los reversos de las monedas de Carissa siempre presentan a un jinete lancero con casco y escudo redondo (rodela) probablemente de origen africano que se ha asociado a los jinetes númidas que entrarían como mercenarios durante la ocupación bárquida (cartagineses) y que fueron recompensados con tierras en las que permanecieron posteriormente.
En cuanto al anverso de la moneda de Carissa no solo se representa la cabeza de Hércules antes citada, sino que hay tres tipos más: cabeza masculina con diadema de laurel, cabeza masculina barbada y cabeza masculina galeada (con casco). Se conocen cuatro series de emisión que se sitúan en torno al siglo I a.C. La serie que presenta el anverso con la cabeza de Hércules y el reverso con el jinete lancero con escudo (como hemos señalado éste es invariable en todas las emisiones) es considerada por algunos autores la tercera emisión, pero estudios recientes (Arévalo, 2005: 54) la propone como la primera entre otros aspectos por ser una emisión más cuidada, por aparecer siempre en todas las monedas el nombre de la ciudad con doble S y por el uso exclusivo del Hércules en el anverso. Igualmente la profesora Arévalo defiende que la segunda emisión es la que presenta el anverso con una cabeza masculina laureada. Aquí aparece el topónimo con una sola S o abreviado. La tercera emisión sería la que presenta en el anverso la cabeza masculina galeada y la cuarta representa una cabeza masculina barbada.
Las reacuñaciones sobre bronces de otras cecas fueron bastante frecuentes en la Hispania Ulterior y gracias a ello podemos conocer hoy en día datos interesantes sobre la cronología relativa a ciertas emisiones. La moneda de Carissa se ha reacuñado sobre monedas de Cástulo, Obulco y Córduba y ello ha permitido precisar una cronología del siglo I a.C.
Estas reacuñaciones junto a la gran cantidad de monedas de Carteia (Bahía de Algeciras) aparecidas en la sierra gaditana parecen ser indicativas de una importante relación económica entre distintas zonas de Andalucía.
A pesar de que durante la práctica totalidad del Alto y Bajo Imperio parece que la tónica general fue la paz, existen testimonios de varios episodios de incursiones y correrías de bandas de “mauri” (norteafricanos, de ahí “moros”) y “vagaudas” (campesinos desposeídos, antiguos esclavos, etc), que ocasionaron destrozos y asaltos en la comarca y que posiblemente contribuyó a la decadencia del poder urbano, a la ruptura del control político y aceleró el proceso de ruralización que hacia mediados del siglo III d.C. obligó al abandono progresivo de las ciudades y el auge de las grandes haciendas, sobre todo en las campiñas.
Por último, por hacer referencias al yacimiento por excelencia del término municipal de Espera, debemos decir que la ciudad íbero-romana de Carissa Aurelia se sitúa en una zona de suaves colinas y cerros (200 a 274 m. snm.) que forman las estribaciones de las Sierras de Calvario y Gamaza, a unos nueve kilómetros de Espera.
El yacimiento es citado por el historiador latino Plinio y el geógrafo griego Estrabón como una ciudad de derecho latino perteneciente al “Conventus Gaditanus”.
Aunque los restos mejor conocidos del yacimiento de Carissa Aurelia son de época romana, restos que, por otra parte, son los mejor conservados y estudiados, está documentado en Carissa un poblamiento continuado que abarca una secuencia temporal bastante amplia. Los restos más antiguos se remontan a la época de transición del Neolítico Final al Cobre (hacia el III milenio antes de nuestra Era); se trata de unos silos existentes en la zona Noroeste del yacimiento, y de una zona de taller de industria lítica situada en los alrededores de la entrada al yacimiento. Por otra parte, en la ladera Oeste de lo que se conoce como Necrópolis Norte está documentada la aparición de un vertedero de época orientalizante (siglos VII y VI a.C.) que contenía cerámica a mano de esta época. Los restos hallados del mundo Ibérico, sobre todo cerámica y leones de piedra, demuestran que existió un importante centro de población. De época Paleocristiana y Visigoda también existen evidencias en las cercanías de Carissa, como lo demuestran la aparición de ladrillos con crismones y de una lápida funeraria visigoda. La última ocupación de la ciudad data de época Medieval, con multitud de enterramientos de inhumación concentrados en un mismo cerro.
Los restos romanos son los más abundantes y llamativos; es la ocupación más conocida. La ciudad romana se compone de dos amplias necrópolis y de un núcleo urbano amurallado. La zona de necrópolis, aunque no se conoce por completo, ha sido el sector del yacimiento donde se han centrado la mayoría de las campañas arqueológicas llevadas a cabo en Carissa (debido, sobre todo, al peligro de expolio).
En la llamada "Necrópolis Norte", ubicada, como se deduce del nombre por el que es conocida, en el Norte de la ciudad, conviven los ritos de inhumación e incineración. La tipología de enterramientos es muy variada, tanto si hablamos de incineraciones (fosa simple, doble fosa, en urna dentro de fosa e incineraciones múltiples) como si lo hacemos de inhumaciones (fosa simple, fosa con cubierta a dos aguas, tumba de sillares).
En el Noroeste del yacimiento está excavada la denominada "Necrópolis del Trigal", con 27 tumbas de inhumación. La cronología de la Necrópolis Norte para los enterramientos de ambos ritos es de los siglos I-II d. C. y a medida que nos desplazamos hacia el NW del yacimiento el rito de incineración desaparece y la cronología se hace más tardía (ss. II-IV d. C.).
La segunda gran zona de enterramientos es la llamada "Necrópolis Sur". Se trata de una necrópolis de gran extensión (más de 3 Km.) con la peculiaridad de que en ella sólo encontramos el rito de incineración. Es la más antigua de la ciudad (siglos I a. C.-III d. C.) y en ella se observa una clara huella púnica. Son, en su mayoría, hipogeos excavados en la arenisca, tanto en las laderas de las zonas elevadas del yacimiento como en el suelo siendo, en su mayoría, enterramientos colectivos. La tipología de las tumbas de esta necrópolis es muy variada: tumbas de planta de "cruz griega", de doble fosa, de planta rectangular con cubierta a dos aguas, de planta cuadrada construidas en mampostería, de planta cuadrada o troncocónica, incineraciones simples en urnas, cámaras hipogeicas y un columbario hipogeico monumental. Esta diversidad tipológica de enterramientos evidencia el complejo mundo funerario romano y pone claramente de manifiesto su importancia en el yacimiento que nos ocupa.
En el núcleo urbano amurallado son visibles restos que, al no haberse excavado, no se sabe a qué tipo de edificios pertenecen, aunque por sus dimensiones es muy probable que correspondan a edificios públicos. En la zona más alta de la ciudad hay dos grandes aljibes colmatados de tierra, y varios cortados en la roca relacionados con contenedores de agua a distintos niveles. Todo este recinto tiene que ver con el sistema hidráulico de captación y distribución de agua a la ciudad y está amurallado por el Sur y Este, debido a que era ésta una zona de gran importancia para la supervivencia de la ciudad.
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