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REVISTA DEL CRISTO 2005

Un año muy especial

            

UN AÑO MUY ESPECIAL

 

            Cuando miramos a cualquier persona, si somos un poco observadores y no nos devora la prisa, vemos que en ella hay siempre un antes y un después: un antes trabajo, curtido por las tareas agrícolas, desgastado por las faenas del hogar y un resplandor de esperanza por el deber satisfecho y la misión cumplida en la vida de familia.

            Cuando este año 2005 – AÑO DE LA EUCARISTÍA – clavemos los ojos en nuestro Santo Cristo y nos dejemos traspasar por Él, también debemos caer de bruces como adoradores de aquella última Cena en la que entregó su Cuerpo y derramó su Sangre como pórtico de lo que más tarde sería la devota imagen que contemplamos. Si así saboreamos espiritualmente el antes, el después es el estallido de la presencia gloriosa de Cristo Resucitado y las consecuencias pastorales que confluyen en un pueblo para todos aquellos que en el Culto y en la vida, en lo privado y en lo público, en lo íntimo y en lo profesional lo tenemos como Señor de la historia. Esta historia breve en el tiempo que nos ha sorprendido a lo largo de este año con la muerte de un Pontífice y el anuncio del “Habemus Papam”. Si alguien nos ha demostrado que ni siquiera en los momentos más difíciles podemos bajarnos de la Cruz, ha sido el llorado Juan Pablo II quien, como si sus últimos años hubiesen constituido un vía crucis permanente, desde el dolor que le hacía sufrir, como a todos los mortales, se abrazaba a la Cruz entregándole hasta el último aliento de su vida. En las vísperas de la Segunda semana de Pascua (dos de Abril), cuando por todas partes aun resonaban los Aleluyas de la Vigilia, entregó su espíritu.

            Ante él su postraron, reyes y jefes de gobierno, dictadores y demócratas. Estadistas que representaban a pueblos armados hasta los dientes ante el anciano polaco que nunca vio claro el conflicto bélico de Iraq porque, habiendo vivido en sus propias carnes la masacre de la guerra, repetía al mundo entero: “nunca más”.

            Nuestro Santo Cristo de la Antigua es para el pueblo de Espera una catequesis sin ritual. Sin despreciar las mediaciones y teniendo en cuenta la importancia que tienen éstas en la historia de la salvación, por mi experiencia ya de algunos años me atrevería a decir que en el Castillo o en la Parroquia, en la bajada o en la subida, en cada hogar de nuestro pueblo o de aquellos que en la lejanía habitan nuestros hermanos emigrantes, el Santo Cristo es, como nos diría la Carta a los Hebreos, el “Único y auténtico pontífice”; El Puente que une el Cielo con la tierra y revestido de nuestra naturaleza humana, colgado de la Cruz como varón de dolores, es el único que puede, por el misterio de la Encarnación, y tiene la credibilidad suficiente, por sus obras y palabras de acercar al espereño al cielo y de bajar el Cielo para que el espereño lo pueda vivir anticipadamente como el mejor Banquete Eucarístico.

            Cristo Eucaristía, comido y adorado aquí en su pueblo de Espera. Santísimo Cristo de la Antigua, aquí adorado y venerado también en su pueblo de Espera. Alegría para los que empujados por la fe corren tras sus huellas, interrogante para los que sacudidos por la vida o por cualquier circunstancia se cierran a lo trascendentes y salvación para todos.

            Bienvenido Benedicto XVI, en este año de la Eucaristía, porque tus primeras palabras fueron para recordarnos que no tenías plan ninguno ni proyecto que inventar ya que como sucesor de Pedro, a quien el Señor llamó en el otoño de su vida, no querías hacer otra cosa más que poner en práctica el PROGRAMA DE JESUCRISTO.

 

Pablo Peña Vinces

Vuestro Párroco y Servidor

           

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