EL CARIÑO DE UNA TRADICIÓN
Es sorprendente lo que la devoción y el cariño a una imagen o a un nombre, como es el caso del Santísimo Cristo de la Antigua, pueden desatar en el corazón de los espereños y de las gentes que nos visitan cada año por estas fechas. Como no tiene límites, lo mismo da que estemos en la otra parte del mundo; que nunca olvidemos el calor que nos produce la sola mención de su nombre. Y como siempre nos acompaña. En todo momento lo tenemos en mente y, en la enfermedad y los malos momentos de nuestro camino por esta vida, le suplicamos ayuda y promesas.
No recuerdo la primera vez que miré frente a frente a nuestro patrón, ni tampoco logro recordar lo que sentí entonces. Tal vez era demasiado pequeño para advertir la grandeza de lo que estaba mirando con mis inocentes ojos. Pero ahora ya puedo sentir la reacción de las personas que rodean cuando miran a nuestro querido Cristo. Y lo que veo es devoción, cariño, amor, respeto… y una lista interminable de sentimientos que año tras año nos empuja a ir a verlo y acompañarlo en su paseo anual por las laderas y calles de nuestro pueblo.
Se dice que los jóvenes de hoy en día ya no creemos en nada. Nada más lejos de la realidad, porque nos sorprendería saber cuántos muchachos/as de nuestra villa nos desvelan sus creencias por la vergüenza o el rechazo de los demás. Así que más que de los jóvenes, la culpa depende del mundo en el que nos ha tocado vivir. No digo que la devoción de hoy sea como fue la de ayer, como la de nuestros abuelos o padres. Pero es que todo cambia. Y está visto que hasta el “dios” en el que creemos ha evolucionado.
Pero aún así cada septiembre todavía quedan muchas personas que se agolpan para poder ver la imagen del crucificado que nos “gobierna” y nos da fuerzas. Se ve a esas gentes que mira al Cristo como a lo más grande de la vida, y hay que estar seguros que de los hijos de esas personas crecerá la generación que adorará al Patrón de Espera, que le rezará en sus momentos difíciles, y lo que llevará en el corazón con orgullo.
Mi madre era una gran devota del Santo Cristo, nunca vi a una mujer tener tanto respeto hacía Él, ni la confianza que le depositaba. Cada año iba a verlo en su recorrido, y siempre quería estar un poco más, nunca parecía suficiente. En su enfermedad jamás abandonó la esperanza que le inspiraba y, en el gran esfuerzo que hizo en el último año de su vida para acompañarlo en todo su recorrido, queda patente el amor y la devoción que le tenía. Por eso encontró en su muerte la esperanza de estar cerca de Él, o a su lado porque de verdad se lo merece. Esto dejó en mí un respeto que siento ahora. Sé que nunca valoraré a nuestro Cristo como es debido pero, ¿cómo hacerlo? Al pensar lo solo que me siento muchas veces y en la falta que hace a mi familia, pienso egoístamente, y creo que como harían muchas personas en mi mismo lugar. Pero después me consuelo cuando recuerdo lo mucho que la quiero y también en que es mi madre y llevo una parte dentro de mí que nadie podrá arrebatarme.
Con esto quiero decir que hay que valorar las cosas cuando las tenemos, y no echarlas en falta después de perderlas por nuestra propia causa o por la voluntad divina.
Queramos al Santo Cristo, no lo olvidemos y el nos guiará por sus sendas de paz y amor. Recordemos el cariño que sentían nuestros familiares que ya no están con nosotros y veremos que nunca se alejaron de su lado, y por eso fueron las grandes personas a las que tenemos en nuestras mentes grabadas.
Y así, cuando dirijamos la mirada a la cara del Salvador, que descansa en su urna de madera y cristal con su rostro sereno, sintamos lo que sintieron aquellos que lucharon por sacar adelante a nuestro Patrón, a nuestro Santísimo Cristo de la Antigua.
Juan Durán Macías.
Para todos aquellos que la imagen del Santo Cristo les inspiran la paz y la tranquilidad que tanto necesitamos en esta vida.
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@ Antonio Durán Azcárate. 2001 - 2006 Espera ( Cádiz ) ANDALUCÍA - ESPAÑA