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REVISTA DEL CRISTO 2003

Paz a los muertos

 

 

PAZ A LOS MUERTOS

 

        La historia contada por los vencedores, por los triunfadores, está teñida de la mística del éxito que la inhabilita como relato de la realidad histórica convirtiéndola en un cuento, con base real, en el que los buenos no son tan buenos ni los malos tan malos, sino todo lo contrario. Poco a poco los historiadores van poniendo las cosas en su sitio; pero la mayoría de nuestro pueblo, que por desgracia no tiene la costumbre de leer, se ha quedado con el conocimiento de los hechos que le marcaron las consignas de los vencedores y por tanto con un conocimiento que sufre la distorsión propia de los triunfadores, en la que siempre los vencidos lo han sido fundamentalmente por ser malos.

 

        Esto, con ser muy importante, tiene menos importancia que la situación de apostrafados caídos en que han quedado los muertos del bando de los perdedores, enterrados bajo la imponente losa de la condena social, el olvido y desconocimiento de sus hechos y la causa de su muerte.

 

        Llegado a este punto debo decir lo mucho que me cuesta tocar este tema tanto en privado como en público. Es más, leer sobre este tema, me cuesta tanto que lo hago sólo movido por la necesidad que como persona tengo de conocer la realidad con la mayor aproximación que me sea posible, esto es: movido por un espíritu de justicia y de verdad. Ningún otro motivo me mueve, sino el de superar lo más limpiamente posible los enfrentamientos propios de los partidismos, para instalar en mi conciencia el más claro respeto a todas cuantas ideas circulan en el ambiente actual compartidas y no compartidas por mí.

 

       

        Volviendo al tema que me ocupa, he de manifestar mi admiración ante el hecho de la cantidad de muertos desconocidos ni siquiera reconocidos como muertos en los archivos oficiales, en que constan conocidos como nacidos y no muertos, cuando están sepultados bajo una losa tan pesada, que a pesar del tiempo pasado aún sus familiares no han visto la posibilidad de preguntar que fue de ellos, desconociendo donde reposan sus restos que solo la memoria oral a veces los coloca en varios lugares. Ni siquiera con estas letras crear inquietud alguna, pero sí tender una mano y las dos a cuantas personas sienten el gusanillo de conocer la historia de sus muertos y el lugar donde reposan. Yo lo he hecho con mi tío Curro indagando sobre el motivo de su  muerte y por desgracia debido a la fecha de en que lo fusilaron, me he encontrado con el más desagradable silencio.

 

        Desde la más remota antigüedad uno de los fundamentales derechos y por tanto obligaciones de las personas humanas ha sido el de dar sepultura  a sus muertos. Nosotros tenemos además la obligación de restituir su fama, como personas asesinadas que murieron solo por sus ideas, por su manera de ser y de pensar, en cuanto ocurran estas circunstancias, ya que el ejemplo de nuestro pueblo en que las izquierdas no se mancharon las manos de sangre no es precisamente una isla en medio de la general barbarie.

 

       

        A cuantas familias y personas estéis mordidos por esta inquietud yo me ofrezco como socio de un grupo de personas que nos hemos asociado con esta finalidad, para hacer cuantas averiguaciones sean necesarias con el fin de dar satisfacción a vuestros deseos, si es posible.

        Nos podemos poner en contacto en esta dirección:

 

        Francisco Garrido Luceño. Apartado de correos 5144. Sevilla. 41006.

 

A todos cuantos me habéis leído hasta aquí, os invito a poneros en nuestro caso y pensar si es justa nuestra causa.

        ¡Paz a los muertos!... pero decidme: ¿Qué valor tiene la paz que sufre la injusticia? 

 

 Francisco Garrido Luceño

   

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