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REVISTA DEL CRISTO 2003

La primera Radio que llegó a Espera

 

La primera Radio que llegó a Espera.

 

        Arrimados junto a una mesa camilla, escuchando a mi octogenaria madre puedo percibir el inmenso conocimiento que las personas mayores atesoran sobre nuestro pasado. Historias cotidianas sobre nuestro pueblo en un tiempo nada remoto y llenas de sabiduría, que si no se trasladan a soporte papel, están condenadas a un irremisible olvido.

        Corría aproximadamente el año 1.935 y se ceñía sobre el solar hispano la amenaza de una absurda guerra fraticida.

        Hasta entonces las únicas noticias que llegaban a Espera del exterior eran a través de la prensa escrita, concretamente el ABC, que ya se encargaba Fernando "El Correo" de acercarla mediante los medios adecuados a la época desde el vecino pueblo de Bornos.

        Se cuenta que los hombres de por entonces mediante un sistema muy rudimentario basado en cuatro cables y no se qué artimaña conseguían captar de forma inverosímil e insuficiente algunas ondas, pero a continuación os narro como llega a Espera esta auténtica primera radio.

        Fernando Jiménez Real regentaba un pequeño comercio situado prácticamente frente a la Casa del Pueblo inaugurada por Elías Ahuja y Curro Garrido.

        Mi abuelo Fernando solicita la ansiada radio por mediación de su hermano Rafael que trabajaba en Cádiz en el bar Sevilla, al suegro de este último que es marino nada menos que en el Juan Sebastián Elcano. Por consejo de este último, el aparato en cuestión debería ser de un determinado tamaño para que entrara disimulado entre el equipaje y de este modo poder evitar cargas fiscales que lo encarecieran.

        Según cuenta mi iletrada pero sabia madre, esta radio que viene de ultramar disponía de una telita chinesca con preciosos grabados y únicamente dos mandos. Además sobre la filigrana que rodeaba el altavoz estaba la dorada inscripción de las emisoras. En aquellos años en Espera tan solo se podía sintonizar en el dial, Sevilla, Cádiz, Jerez y la capital Madrid. Bueno como cosa excepcional también se captaba curiosamente Radio Toulouse, emisora en la que escuchaban hablar "en extranjero" pero daba igual pues ponían unas marchas militares deliciosas.

        Cuando se giraba el mando del encendido ocurría algo verdaderamente maravilloso. Se iluminaba una "lucecita roja", todo un espectáculo que ahora no entenderíamos.

        El carpintero le hizo un soporte en la pared a modo de balda mediante unos taquitos de madera, para que se sostuviera en un lugar preeminente de la casa y estuviera a la vista de todos. En definitiva, un verdadero prodigio que causaba expectación a todos cuantos lo vieran.

        Como decíamos al principio, los momentos en los que acontecía el estreno del artilugio no podían ser más excepcionales. Estábamos en tiempos de la Segunda República y un negro y turbio panorama se ceñía sobre el suelo patrio. Según recuerda mi madre, que  por entonces era una mocita, que debían de ser las once o las doce de la noche, cuando se daban cita de una forma un tanto secreta aquellos que sentían curiosidad y querían saber más sobre los acontecimientos que se avecinaban.

        A esas altas horas, cual figuras evanescentes, iban llegando por separado y de forma muy sigilosa un grupo de hombres que se encontraban el portón encajado. Los que apareciesen debían de aparentar un motivo creíble para transitar a esas horas. Había que ser muy cauto pues la costumbre  en esos tiempos en el pueblo era acercar la mesa de la estufa muy próxima a las puertas de las casas que permanecían entre encajadas y todo se sabía de los movimientos de las distintas tendencias en una población tan pequeña.

        Hasta donde la memoria alcanza a Rafaela Jiménez, allí se daban cita de cotidiano entre otros, Antonio Fernández conocido por "El Temporada" (panadero), Miguel Polo (médico), Antonio Mariscal (comerciante de tejidos) y Fernando Jiménez anfitrión de tan curiosa tertulia ante la radio.

        De una forma deshilvanada, recuerda a modo de flash que tomaba la palabra en la arena política radiofónica un tal Don Gonzalo Queipo de Llano y cuando los tertulianos se calentaban, todos decían al unísono, ¡lo que está pasando y lo que se va a formar!. Desde luego el ABC no dice nada comparado con la que se escucha en la radio, decían asombrados unos a otros, escudriñando el gesto de pasmo en el contrario. A buen seguro que quedarían absortos mirando la pequeña lucecita incandescente y escuchando de viva voz a los protagonistas que iban a discernir el futuro incierto que se ceñía sobre todos.

        La despedida debía de ser tan cautelosa como la llegada y cual congregación religiosa en la clandestinidad o aquelarre de brujas, deberían de abandonar la casa de una forma que no levantara la más mínima sospecha ante los elementos subversivos y tendenciosos que albergaban simplemente otra forma de entender las cosas.

        Cuando ya se había terminado de marchar el último tertuliano se cerraba el portón de la calle con aldaba y pestillo, y mi abuelo Fernando le insistía a mi madre, "niña, que de estas cosas, por Dios no se entere tu novio". Se trataba en definitiva pues, de que no llegase a oídos del futuro suegro, Curro Garrido. Mi otro querido abuelo que desgraciadamente en breve sería fusilado.

        Las dos Españas, las dos Esperas frente a un transistor.

        Todo un cuadro, tal como el cineasta Berlanga retratara de forma magistral en su irónica película "La vaquilla", sino que en esa ocasión teniendo enfrente a un animal de lidia.

        La radio que viajó en el Juan Sebastián Elcano no es más que un ejemplo de una pléyade de historias con leyenda de nuestro pasado como espereños y que corren el riesgo de perderse en el olvido. Nos toca a los que aún contamos de cerca con el conmovedor mensaje de los emisarios de otras épocas, nuestros mayores, darle el aposento de la letra escrita para que quede constancia de estos hechos cotidianos que nos descubran nuestra identidad como espereños, bajo la advocación del Santo Cristo de la Antigua.

 

Cristóbal Garrido Jiménez.

Jerez de la Frontera a 29 de Julio de 2003.

 

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