Volver a Fiestas del Santo Cristo 2003                                                                             Volver a Índice de Artículos

REVISTA DEL CRISTO 2003

El Pozo de Santiago y la Historia de Mariquita

 

EL POZO DE SANTIAGO Y LA HISTORIA DE MARIQUITA

 

        Cuando niño, ya soy mayor, carecíamos de las técnicas que trae el actual  progreso. Tampoco teníamos televisión. Hoy en día el menor está muy pegado a este aparato, en donde invierte mucho tiempo para ver los dibujos animados o jugar algún juego de pantalla. Yo, en cambio, y todos los que vivimos la niñez hace unas épocas, teníamos más tiempo y libertad para desarrollarnos al aire libre. Llegábamos a nuestras casas, en verano nos sentábamos en la puerta de la calle; en invierno, sentados sobre la estufa, con el calor que daba el brasero. Nos poníamos a escuchar las historias que nuestros mayores nos contaban.

 

        De todas las narraciones recuerdo una que me conmocionó de manera especial. Era el caso de "Mariquita", cuyos hechos ocurrieron en la localidad de Espera. Seguro que muchos de mi edad la recuerdan, a mis hijos se la conté  muchas veces cuando ellos eran pequeños; sin embargo, puede que no toda la juventud espereña sepa el caso de "Mariquita". Esta historia la voy a acercar al pueblo para que de alguna manera la retenga y saboree como algo nuestra.

 

        Pero antes quiero hacer referencia y contar las circunstancias que me han llevado a escribir estos recuerdos de infancia.

 

        El año pasado estuve en Espera, en el mes de septiembre, para disfrutar de unos días con los míos al compás de las fiestas de nuestro Patrón el Santo Cristo de la Antigua. Transcurridas las fiestas, cuando el mes va dando paso a octubre, mi hijo Justo, mi mujer y yo regresamos a Madrid. En esta ciudad mi hijo trabajaba, mi mujer y yo vivimos accidentalmente desde hace casi seis años. Nuestra casa está en el undécimo piso de un edificio bastante privilegiado, cerca de la estación de Atocha y a 100 me-tros del Parque del Retiro. Tenemos acceso a varias líneas de autobuses que te mueven por cualquier lugar de Madrid. En la vivienda apenas si llega el estresante ruido, propio de una ciudad tan populosa. Las noches son enormemente silenciosas, y el silencio sólo se rompe cuando da comienzo el alba, y comienzan a despertar las aves del Parque del Retiro que, con los vuelos que emprenden, dejan unas notas musicales a través de sus deliciosos cantantes. Un canario que tenemos le contesta con un fuerte trinar.

 

        Una noche del mes de los Santos, noche lúgubre llena de truenos y relámpagos, tuve un sueño en el que oía unas voces que venían del interior de los pozos dispersos por el término de Espera. En aquel momento di un salto de la cama, encendí la lámpara de la mesita de noche, y me quedé pensativo. Saqué una conclusión sobre el significado que podría tener el sueño. Como una intuición, me di cuenta de que los pozos también tienen historias. Era como si me mostrasen su queja celosa por haber contado la historia que envuelve el Pozo Santo, y no hiciera referencia a los demás pozos. En aquel momento levanté la mano en señal de juramento y prometí que contaría las historias sucedidas entorno a los pozos más conocidos de la localidad.

 

        Cumpliendo mi juramento, doy comienzo tomando al lector como testigo:

 

        Los primeros que se me vienen a la mente son los llamados pozo de "Picar" y "Palomos". Sus aguas ayudaron a mitigar las necesidades de los buenos campesinos espereños que trabajaban y ganaban el jornal en los cortijos de El Chupón y de Los Barros. En las primeras décadas del siglo XX el trabajo de estos jornaleros comenzaba a desarrollarse con un sentido colectivo y cooperante; esto tuvo como fruto los grandes esfuerzos de Curro Garrido para implantar la reforma agraria - pionera en España-, que consistió en el reparto de las más ricas y extensas tierras.

 

        Luego vienen los pozos de " San Nicolás", " San José" y " Santa María". La red distribución de agua no llegó a Espera hasta bien avanzado el siglo pasado. Estos tres pozos cubrían las necesidades acuíferas de los vecinos de las calles Veracruz, Arriero y las demás de la zona. También el pozo de "Esperilla" daba agua a los vecinos del "mulear" de la Torre, de la Pileta y de las calles colindantes. Recuerdo que existía un poyete en el lugar del Pozo Nuevo, allí se reunían muchas mujeres, mi mujer entre ellas, siendo niña. Iban con sus cantaritos al cuadril y partían al pozo de "Esperilla". Subían la elevada cuesta que cubre el trayecto desde la colada del Botero hasta este pozo.

        Se me viene a la mente que al pozo de Esperilla íbamos mucho a beber. Después subíamos a la Ermita del Castillo y pasábamos la tarde leyendo los textos que contienen los cuadros colgados de las paredes de la ermita. Son exvotos que representan la historia de un niño que al ir a beber cayó al pozo, su madre comenzaba a estar desesperada por la muerte que se avecinaba; sin embargo, confiada se encomendó al Santo Cristo, y Él lo salvó.

 

        Sin salir del Castillo, me asomo con el  recuerdo al pozo del "Aljibe" y de nuevo rememoro a Frasquita, la mujer de Alonso el Santero, que toda afanada iba transportando agua desde la azotea a una pila que estaba debajo. Con un impulso calibrado, trataba que toda el agua cayera a la pila.

 

        Pedro y Clemencia, a trote de caballería, cargaban el agua del pozo del "Mármol". Nos lo traían a Espera en una bombita que les acarreaban la fuerza de los caballos.

        Teníamos aguas de distintos sabores. Así, el pozo del "Guananao" nos hacía probar el amargor en el agua. Y también había pozos que daban consistencia al producto lácteo. Entre ellos, el pozo del "Higuerón " que hacía las veces de "abrevaero" del ganado cabrío. Los cabreros sabían que aquel lugar de ambos; Curro el Rey, el hermano de Currita la de Cayetano, y sus hijos Cayetano, Frasquito, Manolo y Diego; así como el Chico de la Carolina y otros muchos conducían al ganado al pozo del Higuerón y nutrían a la gente de Espera con las vitaminas que la buena leche posee. Una leche que no tenía ni trampa  ni cartón.

        Las aguas del pozo de "Gómez" nos daban al paladar una sensación de grosor. De hecho, este manantial de agua daba de beber a casi  todos los animales. Por el contrario el pozo de "Márquez" guardaba las aguas más finas del término, y nuestras madres decían que eran las que ponían los garbanzos más tiernos. Se me viene a la memoria Anita la "Recortá" cuando nos llevaba el agua de este pozo: ¡Aún parece que la estoy viendo llenar la tinaja de mi casa!

        Me quedan por mencionar tres pozos: el de "La Angostura", rodeado de pilas o piletas para lavar la ropa, en donde se reunían las mujeres haciendo la colada del vecindario; "El Pozo de la Calle", que ha sido y será el rey de todos nuestros pozos; y el pozo de "Santiago", que guarda mi historia, la de "Mariquita".

 

        Intencionadamente he dejado el pozo de "Santiago" para el final. De los  demás que he ido nombrando, he recordado hechos, situaciones. Con el de Santiago añado una historia. Todo comienza allá en los años treinta, en una noche que se estaba haciendo un poco tarde. Yo no había vuelto a casa y mi madre empezaba a asustarse, a sentir una inquietud extraña porque yo no había aparecido. Entonces envió a Anita la Lura, la hermana de Joselito el barbero, que era la encargada de custodiarnos a mis hermanos y a mí. Cuando me encontró Anita,  me cogió de la mano y me llevó a casa. En la puerta, dejada caer en el quicio, estaba mi abuela paterna Paula. Al verme dijo que era muy tarde para recogerme, ya habían dado "las ánimas". Las ánimas era un toque de las campanas de la iglesia, y tenía como función anunciar que los niños ya debían de estar acostado. Pero las campanas no sólo hacían este anuncio, también tocaban a "las doce" para recordar El Angelus; a las tres para anunciar el medio día; las seis, la hora de la oración.

 

        Cierto que mi abuela me había dicho que ya no era hora de estar en la calle, mas yo no me quedé conforme, y le dije que en el llanete del Pozo de la Calle unas niñas estaban saltando con la soga al compás de la canción "El cochecito Lerén", otras jugando a "El patio de mi casa" y los niños jugaban al burro y al escondite. Mi abuela me acomodó en su regazo, sentada en una silla que mecía a la vez que me contaba una historia con la que aprendí que para los niños no es bueno estar hasta muy tarde en la calle, porque puede ocurrirles lo que a Mariquita. Y me narró lo siguiente:

 

       

 

        "En la margen izquierda del camino vecinal que está entre el Llano de la Cruz y el cruce que lo une a la carretera de Villamartín- Las Cabezas, hay un pozo llamado de "Santiago". Frente al pozo había un caserío con techo de paja, en donde vivía un matrimonio y una hija pequeña de nombre "Mariquita". Una noche se quedaron sin agua en el caserío y la madre mandó a Mariquita que llenara un cantarito en el pozo. La niña fue obediente y se acercó para traer el agua. Cuando estaba en el pozo, pensó que sería mejor quitarse el anillo de oro que llevaba ya que con la soga podía hacerse daño en los dedos. Al llegar a su casa se acordó que había dejado el anillo en el brocal del pozo. Se lo comentó a su madre, y ésta le mandó que volviera a recogerlo.

 

        Mariquita salió de nuevo para el pozo, al llegar a Santiago se encontró con un mendigo. La niña le explicó lo que buscaba, entre el mendigo y ella no dieron con el anillo. Mariquita no quiso volver a su casa sin el anillo y se marchó con el mendigo. Entonces, el hombre se llevó a la niña junto a su esposa, que lo esperaba debajo de una higuera de "Las viñas de los Tacones". Bien entrada la noche, el mendigo y su mujer observaron unas llamaradas que parecían venir de una casa. Se acercó al lugar de donde procedía el incendio, ya se había concentrado todo el personal de los caseríos colindantes. Entre algarabía y nerviosismo la gente comentaba que en aquel lugar vivía un matrimonio con una hija. Las conclusiones eran que las llamas habían quemado vivos a todos los miembros de la familia. El hombre volvió al lugar de la higuera y le contó lo sucedido a su esposa, dándose cuenta de que la niña era la hija de los que habían fallecido en el incendio.

 

        Al amanecer,  marcharon a Espera buscando un lugar en donde repostar. Como eran pobres, se alojaron en las cuadras de La Estación, sita en la calle Gomeles, -¡sí, en el preciso lugar en donde ocurrió el conocido hecho histórico del Rosario de la Aurora!-. El mendigo, llamado Raimundo, encontró entre los enseres de la cuadra un cesto, se lo echó a la espalda y dentro metió a la niña. 

 

        La niña era muy bonita, tenía un pelo rubio casi del tono del oro y los ojos verdes como los campos en primavera. Raimundo se dio cuenta de que la belleza de la niña era un buen reclamo para pedir limosna y se puso a recorrer el pueblo. Por las calles de Espera iba Raimundo con la niña a cuesta, llevaba el hombre una lanza que intimidaba a la niña para que hiciera lo que él pedía. Lanza en mano y con voz baja, el mendigo le decía a la niña: "Mariquita  canta, que si no te hinco la lanza". Y Mariquita se ponía a cantar con tono de romance la siguiente coplilla:

 

"En un zurrón voy metida,

en un zurrón moriré,

por un anillo de oro

que en la fuente me dejé"

 

        Recorrieron todo el pueblo, por cada calle le hacía repetir la coplilla a la niña, y pasaba la gorra para recoger el dinero que la gente le daba. Unos le daban una chica; otros, una gorda; los más generoso, un real. La chica, la gorda y el real eran respectivamente los nombres populares de las monedas de cinco, diez y veinticinco céntimos de pesetas.

 

        De Espera se marcharon a otros pueblos de la comarca. Antes de llegar a Villamartín, el mendigo se sintió indispuesto. Paró un coche de caballos ocupado por un matrimonio. El mendigo les rogó al matrimonio que se quedasen con la niña. Aceptaron la propuesta y se la llevaron a vivir con ellos. Eran ricos, la criaron y educaron hasta hacerse mayor. Mariquita iba a contraer matrimonio y el cura le desveló el secreto que había guardado en un documento en donde Raimundo narraba la historia de Mariquita cuando era niña.

        Mariquita volvió al caserío, acompañada de su esposo, para observar lo que quedaba de la casa de sus padres. Ante las ruinas se puso a llorar..."

       

        Posiblemente mi abuela me mencionara el nombre de la familia y el pueblo en donde vivió Mariquita la mayor parte de su vida, pero me quedé dormido. Cuando desperté mi abuela me estaba acostando en la cama y me rezaba: "Cuatro esquinitas tiene mi cama, cuatro angelitos que me las guardan: dos a los pies, dos a la cabecera. Y la Virgen María que me vela".

  

Francisco Romano Lozano

 

Índice de Artículos de la Revista 2003

 

 

Volver a Fiestas del Santo Cristo 2003

[ Página Principal [Noticias] [ Artículos ] [Directorio Espereño][Actualidad] [Villa de Espera] [Cofradía de la Soledad] [Asociación Cult. Ntra. Sra. Soledad] [ Emigrantes ] [Agricultura] [Datos e Informes] [Planos] [Guía de Empresas] [Fotos de Interés[ Gastronomía ] [Links] [Contacta conmigo]

E-mail 

 

 

@ Antonio Durán Azcárate. 2001  - 2006  Espera ( Cádiz ) ANDALUCÍA - ESPAÑA