EL LIBRO DE LA VIDA
Siempre he pensado que escribir un libro o plasmar un pensamiento, un estudio o una experiencia, era algo destinado a personas con grandes cualidades. Pero un día, inmerso en mis propios problemas andaba conduciendo, con dirección a mi nuevo destino. ¡Ah!, por cierto me llamo Jaime, y mi trabajo es prácticamente un servicio a los demás, en cada calle y en cada pueblo donde mis jefes me mandan.
Como estaba contando, estando sumergido en mis propias ideas, de pronto me encontré con una carretera por la que muchas veces he pasado y, no sé por qué, me llamó la atención un Castillo en la lejanía.
-"¡Qué raro!-pensé- tantas veces por aquí y nunca me cercioré de su existencia. Voy a verlo".
Anduve un poco más hasta que pude ver cómo todo un pueblo serrano se deslizaba hasta llegar a una planicie. Algo me llamó la atención: "¿Qué era aquello? ¿Qué ocurría allí?"
Era un domingo normal de septiembre, como tantos otros, sobre las seis de la tarde. Vi como existía un raro nexo que unía castillo-pueblo: -"¡Jo! ¡Cuanta gente viene hacia abajo!". Era en el atardecer, cuando se unen el cielo y el mar.
Paré el coche y pregunté a una anciana sentada en una puerta, con el único consuelo de un gastado abanico: -"Perdone usted ¿ Que pasa en el pueblo?- le pregunté y ella, fundida en su negro traje me contestó: -"Es que hoy baja el Santo Cristo. Aquí le queremos mucho, ¿sabe?, y una vez al año, Él quiere estar con nosotros”.
La verdad es que yo no estaba muy contento con el destino que mis jefes me habían designado y me propuse: -"Aquí me quedo para ver el pueblo y ya otro día seguiré mi ruta al nuevo destino".
Esperé bastante tiempo hasta que ''ese Cristo- entró en la Parroquia. ¡Qué Parroquia! ¡Qué Capilla del Sagrario! Su amplitud, sus Capillas laterales, sus imágenes, su Retablo. ¡Jó, qué Retablo!
Me quedé observando, cuando de pronto vi en las caras de las gentes un brillo distinto, algo distinto, como si con sus miradas estuvieran hablando con su Cristo.
-"¡Qué tontería, hablar con los ojos!"-. pensé.
Mientras el Cristo, como de forma mágica, estaba en el centro del Retablo Mayor. Me asusté porque no lo esperaba.
De nuevo, en el silencio del templo, volví a notar algo distinto. Y pregunté a uno, a otro, a otra... "¡Es verdad, le hablan al Cristo! ¡Y, no sólo con sus ojos, sino también con su corazón, con su alma!: Santo Cristo de la Antigua.
Era ya tarde y de nuevo tomé el volante, llevándome en el portaequipajes la sencillez, la alegría, la devoción y la fe de estas gentes.
Pero me fui contento, porque descubrí dos cosas:
- La primera que el Cristo era para ellos el Libro de la Vida, porque en Él, cada espereño escribe lo que siente, sufre y alegra. Como si cada uno de estas gentes fuera un bolígrafo sin tinta que deja señales fluorescentes en su imagen sagrada.
- La segunda es que, sin saber el tiempo que estuve entre ellos, horas semanas, meses, años.... no lo sé, me enseñaron que todos guardamos en nuestro interior cosas tan íntimas que nadie sabe, pero que viendo al Santo Cristo, hablando y orando con Él, escribimos todo lo nuestro. Yo. Jaime, me fui contento: Soy capaz de escribir mi libro, aun cuando nunca me lo editen, pero sé que siempre tendrá un lector justo y cariñoso: EL SANTO CRISTO DE LA ANTIGUA.
Al Santo Cristo y a nuestro pueblo.
P. Nacho
Índice de Artículos de la Revista 1998
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@ Antonio Durán Azcárate. 2001 - 2006 Espera ( Cádiz ) ANDALUCÍA - ESPAÑA