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Artículos de la Villa de Espera

Como conocí al Santo Cristo

 

Como conocí al Santo Cristo

Cuando el día 3 de junio de 1.997 recibí un escrito de la  Delegación de Cultura del Ayuntamiento, pidiéndome si yo podía o estaba en mi mano aportar algún dato de interés acerca del Santo Cristo, con el fin de incluirlo en un librito-folleto para la divulgación de las fiestas patronales del 97, en cuya edición podía participar todo espereño que lo quisiera hacer, en un principio pensé que yo no podía participar en el tenia, al no tener nada de interés que no fuera conocido. Sin embargo, luego me dije: "Esta es la ocasión que tantas veces he pensado, de dejar testimonio escrito de la gran diferencia que hubo en nuestra tierra desde los años 50 hasta los 70". Y aprovechando vida petición, voy a contar como conocí al Santo Cristo.

CARDELA

Creo que fue a principios de los cincuenta, cuando yo contaba 9 años, mi padre por razones laborales va con el destino de casero a la Dehesa de Cardela, donde según la historia se dio la célebre batalla del mismo nombre, en el término municipal de Ubrique.

Recordar lo aquel lugar y aquel tiempo Os algo así como ver el serial de "Curro Jiménez" donde en el centro del escenario hemos de poner un cortijo con sus dependencias: capilla, graneros, vivienda de los caseros, cuarto de las criadas y habitaciones de los señoritos, habitaciones que en aquel tiempo no podían disfrutar por la amenaza del secuestro por parte de los maquis, rojos o bandoleros, pues todos estos adjetivos se les aplicaban, y es a partir de los años cincuenta y tantos cuando la Guardia Civil tras varios años de persecución y enfrentamientos, con bajas por ambas partes, logra poner fin a la situación.

Frente al cortijo, a decenas de metros de distancia se encontraban otras dependencias como las cochineras o zahúrdas, las cuadras, el garaje, la carpintería y la gañanía o vivienda de los trabajadores, llamada así aunque todos no fuesen gañanes. Aquí, entre otras personas, podemos encontrar los apodos de un grupo de guerrilleros de la independencia: "El Señó Blas", "el tío Currito", Juanillo "el Cojo", "Periquillo el de Luís", "la tía Metria", Juanillo "el Chopero", etc, etc...

Luego a lo largo y ancho de la finca, de enorme extensión, podíamos encontrar las chozas de los ganaderos, cabreros, pastores, porqueros, ... y los angarilleros, que eran unas familias cuyas chozas estaban junto a una pared de piedra seca de las que hay en la sierra y donde había una angarilla, nombre dado a una cancela o puerta rudimentaria en esa pared. Su misión era que dicha angarilla estuviese siempre cerrada y abrirla cuando pasaba algún encargado o persona relevante del cortijo. Este era el canon que el angarillero tenía que pagar por permitirle el ''AMO' vivir allí. Esta labor de abrir y cerrar la cancela estaba encomendada a la ama de casa, ya que el marido, generalmente, había de estar trabajando en el cortijo si había peonada y los niños habían de estar cuidando ganado, cogiendo espárragos o poniendo perchas, el caso era hacer algo para ayudar a la mísera economía del pobre hogar, donde la falta de todo era lo normal, hasta el punto que cuando yo llegué a aquel lugar, me pedían los chiquillos que les enseñara una linterna y un bolígrafo que yo tenía, regalo de mi abuelita paterna, ya que ellos nunca habían visto nada igual, pues para escribir, cosa que sólo se hacía en la oficina del cortijo, donde mi padre trabajaba y una de sus funciones era llevar la contabilidad, se usaba un piquillo o plumín unido a un mango a palillero. En cuanto al alumbrado, lo que habían visto era en el campo era un candil de gasoil, y cuando faltaba este combustible, la solución era acostarse al ponerse el sol. Esto era un grave perjuicio para la mayoría de las amas de casa que tenían que estar hasta altas horas de la madrugada poniendo remiendos a las maltrechas prendas de la época, en las que el remiendo era tan habitual que había chaquetas, pantalones, vestidos, etc., que no se sabía si alguno de sus trozos eran de la prenda original, pues era tal la escasez de tela y dinero, que muchos pastores se hacían prendas de piel de oveja, e incluso conocí a un hombre que vivía solo, y ante la necesidad, se hizo un traje de hilo de pita, que al ponérselo, como era tan tieso, parecía Frankestein y sólo pudo usar el chaleco y el gorro.

EL CRISTOSPERA

Pues en aquel tiempo y lugar oí por primera vez el nombre de Cristo fuera de la Historia Sagrada. Con el apodo de EL CRISTO era conocido un porquero empleado en Cardela, cuyo nombre era Antonio García y dicho apodo le venía por consorte ya que su mujer, apellidada Villaescusa, la llamaban CRISTA por ser hija de un conocido bandolero de Zahara de la Sierra apodado EL CRISTO DE ZAHARA. Este hombre no debió ser un "Curro Jiménez", pero sus nietos si que contaban hazañas de su abuelo, verdaderas o falsas, pero dejándolo en heroico por su bravura, caballerosidad y demás adjetivos rimbombantes.

Y aquel Antonio García, EL CRISTO, hombre de baja estatura, buen humor, barba de varios días, mugrienta gorra de visera, pelliza al hombro y fina y larga chivata en la mano, caminaba un nublado atardecer con su paso cansino, desde las porquerizas hacia la entrada del cortijo, y unos metros antes de llegar a la puerta se encontró con Manuel Moreno Fernández, también empleado del mismo "AMO", pero éste de mejor compostura, ya que su cargo u oficio era ayudante de conocedor, o sea, vaquero y los vaqueros estaban algo mejor considerados que otros ganaderos como los porqueros, los cabreros, los pastores... Manuel Moreno, antes de llegar EL CRISTO a la puerta de entrada al cortijo lo recibió con este saludo cariñoso: "¿Qué hace EL CRISTOSPERA?". No sé si he podido escribir la pronunciación como la dijo Manuel Moreno, pero ante aquel saludo yo pregunté extrañado porqué le había llamado CRISTOSPERA. Se conoce que aquel hombre tampoco sabía mucho del SANTO CRISTO ya que contestó a mi pregunta diciendo: "-Porque dice el refrán: “Anda que eres más negro que el CRISTOSPERA." Como puede verse, poco pudo aclararme aquel rudo vaquero.

Fue un par de años más tarde cuando recalan en Cardela, procedentes de Tapatana, en Tarifa, una cuadrilla de albañiles espereños mandados por el maestro D. Francisco Lozano, más conocido como Curro Batato, y compuesta la cuadrilla por sus dos hermanos apodados Juan el de Quirós y Carneato. Iban además Juanito el de Candelaria, hijo de Batato, y su cuñado el Morisco, el padre de éste, los hijos de Quirós, Lupiáñez y el Gorrión, el Culino y su padre que era el cocinero, Pepe Temporada, el carpintero, y los hermanos Bonilla, carpinteros también, y tal vez, alguno más que ahora mismo no recuerde.

Con la llegada de estos espereños al lugar, que de paso diremos que fueron la envidia laboral, ya que cobraban veinte pesetas diarias, mientras allí los eventuales ganaban 17.50 el día que trabajaban, y los fijos 13 pts, el hortelano, por ser un viejo ganaba 7 y los niños con el ganado 7,50 y la casera cobraba 60 pts al mes, por oídas empecé a conocer ESPERA. Escuchaba nombres populares, algunos quizás con algo de leyenda creada por la simpatía que podían causar personas como La Jaquita Andaluza, mujer coqueta de gran belleza, Curro garrido, gran defensor de los obreros, Antonio el Lealo, que curaba las lesiones óseas sin ser médico, Pepe Luís, excelente jinete de gran estampa flamenca, el cabo Garoña, Guardia Civil de aquellos tiempos de la posguerra, y un largo etc. Y lugares como el Pozo de la calle, el "Joyo de las Puercas", El Barrio Alto, La Tienda de Antoñito, etc. y, cómo no, también oí hablar del SANTO CRISTO y fue de la manera siguiente:

PUGNA ENTRE ESPERA Y BORNOS

Haciendo una pequeña semblanza de los pueblos en aquel tiempo, hemos de recordar, sintiendo un escalofrío que nos recorre la columna, como la pobreza dominaba la situación general. No había agua corriente, ni alcantarillado, era fre­cuente ver por las madru­gadas como muchas mujeres iban a tirar los excrementos de la noche a las salidas de los pueblos, convirtiendo estas en pestilentes basureros donde durante buena parte del día corre­teaban niños sin escolarizar y cuya principal dedicación era matar perros y gatos y todo animal indefenso que estuviese a su alcance, incluyendo en su haber el destrozo de nidos cercanos al pueblo, pues estos mozalbetes sin dedicación eran sumamente crueles, y lucían con orgullo las cicatrices que tenían en sus cabezas como consecuencia de las pedradas que daban en sus luchas callejeras, ya que esto de tirar piedras a algo o a alguien estaba a la orden del día, pues la piedra junto con el garrote eran armas populares y "baratas" tanto de ataque como de defensa. Para estos rapazuelos sin colegio ni obligación a los que nos hemos referido, era frecuente, aún a riesgo de recibir en ocasiones un duro castigo por parte de los padres, digo era frecuente escoger como blanco de sus fechorías el perro, que traía, junto a su caballería, el hombre, que venía del campo para hacer alguna gestión y la compra, o bien si no era el perro también el mulillo o potrico que podía traer una yegua parida, y, en ocasiones los mas desvergonzados también apedreaban al jinete, principalmente al salir del pueblo con el fin de ver como el campero, para librarse de alguna pedrada hacía correr, a varazo limpio, al pobre animal mientras los jarapiezos reían a mandíbula abierta. Tan normal parecía esta costumbre, que los "campurritos", nombre despectivo que se daba a los muchachos del campo, teníamos verdadero pánico de ir al pueblo de día con bestias, aunque había algunos campurritos que se traían en la cintura la honda de tirar al ganado y los bolsillos llenos de piedra, y como generalmente estaban más fuertes, al estar alimentados con tocino y queso, uno solo hacía correr a varios pueblerinos. Estas escaramuzas aumentaban cuando el visitante era del pueblo rival. Dicho esto, entendemos que cada pueblo tenía su rival por lo que eran rivales mutuamente. Viene esto a cuento, porque hablándome un día el Gorrión de la rivalidad existente entre Espera y Bornos me contó lo siguiente: "-La gente de Bornos nos dicen a los de Espera que nosotros tenemos un CRISTO muy negro, y nosotros les decimos que será negro pero, que ellos varias veces han tenido que alcanzar a la Virgen del Rosario en la Sierra de Bornos porque se venía a Espera a buscar al CRISTO."

Como se puede ver era la segunda noticia que tenía del SANTO CRISTO, allá por el año cincuenta y dos.

CORTIJO DE LA ZORRILLA

Se cantaba por aquel  tiempo en las cuadrillas de escardadores la siguiente coplilla:

-Espera, tu eres la flor de las maravillas, con El Chupón y Los Barros y el Cortijo de la Zorrilla.

Pues al Cortijo de la  Zorrilla llegué yo sobre el año cincuenta y tres, cuando todavía se hablaba de la desmantelada e inútil Reforma Agraria. Esta página de la historia de Espera sería digna de un capítulo aparte para ella sola, donde se narrasen las aventuras y desventuras de los "asentados" y los "cabezaleros". Pero como el tema que nos ocupa es el cómo conocí al SANTO CRISTO no debo extenderme en otros detalles, aunque para ello esté haciendo cierta elemental semblanza de la vida y milagros de la época.

Época y tiempo difícil, que por ser difícil era difícil hasta medir, dado que en el campo había pocos almanaques y además era frecuente perder la sincronización con el mismo, por lo que había que esperar que viniese un recovero y nos pusiese al día, suponiendo que el recovero lo estuviese, cosa dudosa, puesto que el recovero, por quedar bien, nos dejaba más ignorantes de lo que estábamos.

Y si era la hora no digamos. De día se calculaba con el sol y de noche con la luna. Y en tiempo nublado al puro cálculo. No obstante, había alguien con un reloj de bolsillo que de poco le servía ya que si los demás no tenían... Además si se le olvidaba darle cuerda, lo tenía que poner al puro cálculo e imaginamos el resultado. Por todo esto el reloj fue casi inútil hasta que fueron llegando a los campos aquellos radios de batería, que aparte de cantar flamenco, a las diez de la noche daba "el parte", nombre que le venía desde el tiempo de la guerra. Luego, según nos fuimos acercando a los sesenta, aparecieron, más como artículos de lujo que como necesidad, los primeros relojes de pulsera, comprados a plazos, y que fueron la delicia de aquella generación junto a la bicicleta, aunque el reloj traía consigo el deber de aprender su lectura, que aunque hoy parezca una fantasía, no lo es, ya que para un muchacho que no supiese leer ni escribir no era sencillo aprender los cálculos según las agujas. Eso de que en ocasión fuese más y en otras menos en referencia a la aguja pequeña era difícil de "entrar". Era la misma dificultad que para un cuarentón aprender a montar en bicicleta. Recordando el auge que tomaron aquellas primeras bicicletas, me sonrío pensando en aquellos muchachos que iban andando al pueblo vecino y antes de entrar en el paseo y acercarse a las chavalas se metían el pantalón por dentro de los calcetines dando una imagen horrorosa, pero indicando que lo tenían que hacer así por haber venido en bicicleta, aunque esta forma de presumir de lo que no tenían no era un invento de aquella generación, pues años  antes ocurría lo mismo con los caballos. Había mozuelos que se presentaban en el Baile del pueblo vecino con una varita en la mano y un par de espuelas en los zapatos lamentando que se habían olvidado de quitárselas en la posada donde dejaron el caballo.. Pero lo que de verdad no podían ocultar era el olor a sudor que les había producido el haber venido corriendo a pie un par de leguas para estar allí.

Hemos hablado antes del contacto entre el campo y el pueblo a través de la figura del recovero, personaje del que vamos a tener un ligero recuerdo, dada su popularidad y la necesidad de existir en la época. Por cortesía empezaremos hablando de la recovera, aquella buena señora que al quedarse viuda con varios hijos y sin ningún tipo de ayuda, se lanzaba por nuestras polvorientas o embarradas veredas con un canasto en cada brazo, ataviada con su negro vestido y no menos negro pañuelo en la cabeza, llamando a voces antes de llegar a los ranchos para que amarrasen a los perros y dispuesta a cambiar café y azúcar por los huevos, ya que el dinero, lo normal es que no lo tuviese ni la campesina para comprar café ni la recovera para comprar huevos.

Como podemos ver, existía el trueque comercial igual que, en tiempos de Troya, y mientras se hacía el trueque, ambas señoras echaban un rodillo de palique, que también servía de descanso a los doloridos pies de la recovera. El tema del palique siempre solía ser el mismo. La campesina mostraba su gran disgusto por la muerte de varias gallinas y un pavo que les había matado un hambriento u desvergonzado zorro, que tenía su madriguera en el monte de los Lentiscales y que de vez en cuando aparecía por allí. "Ojalá de veneno le sirvieran mis pobres gallinas" decía la señora, pero se consolaba un poco pensando en la venganza, porque el día que mi Juanillo le eche "elojo" encinta con la escopeta del padre, se entera el maldito bicho, porque mi Juanillo es mucho Juanillo con la escopeta en la mano, donde pone "elojo" pone el cartucho.

Luego, en su turno, la recovera rasgaba las últimas noticias del pueblo; quien se había muerto de repente, a quién habían metido en la cárcel, y qué mozuela se había ido con el novio.

Luego, y continuando con el recovero varón, ahí ya los había de tres categorías: el de a pie, el de a burro y el de a caballo. Este último era algo así como hoy es el Corte Inglés, pues llevaba desde café hasta alpargata, incluso zapatos de señora por encargo. Veamos un ejemplo: la muchachita campera se hacía mayor y había de ir a la fiesta del pueblo dejando de usar sandalias de goma, entonces el recovero le tomaba la medida del Pie haciendo poner éste encima de una varita que luego cortaba junto al talón y al dedo gordo, procurando que siempre fuese un poco más grande por lo que el pie de la joven pudiese crecer en los años que había de durar el zapato. Por tal motivo, cuando el recovero iba a Jerez o a Sevilla en fechas próximas a las fiestas, llevaba el bolsillo de la chaqueta lleno de trozos de varitas para traer los zapatos a las mozuelas que se ponían de "largo". En cambio, en los mozos no había que emplear ese complicado sistema. A estos se los hacía el zapatero a mano. Le colocaba sus relucientes tachuelas y así, cuando el mozo pisaba las empedradas calles de la ciudad, aparte del número cómico que suponía mantener el equilibrio, los chispazos que producían las tachuelas en el roce con las piedras parecían fuegos de artificio, sobre todo de noche. Esto quedó paliado con el descubrimiento de la suela de goma.

  Hay otro personaje que no me resisto a dejar de  mencionar por lo que el campo le debe. Es el maestro rural. Donde tuvieron la fortuna de que llegase uno de estos hombres e hiciese su labor pedagógica, aunque fuese muy elemental, gracias a aquellas clases, dadas muchas veces junto a las cabras y ovejas, hoy en día hay jubilados que fueron guardias civiles, conductores de autobuses, camioneros, militares de alguna graduación, etc. Son muchos los pueblos que en recuerdo de aquella labor han dado el nombre de éstos personajes, que en muchos casos no tuvieron ni jubilación, a algunas de sus calles. En  Espera tenemos la calle Niño-Manuela en memoria de Manuel Rodríguez Miranda, que fue uno de esos maestros del campo. Yo fui en mi niñez alumno de D. Diego Chacón Moreno, hombre de gran cultura, mutilado de guerra, natural de Puerto Real, que por haberle cogido la guerra en la zona republicana no tenía derecho a ninguna ayuda del Estado. Además estaba desterrado a vivir no sé cuanto tiempo fuera de su pueblo. Este hombre al terminar la guerra tuvo dos opciones: tirarse al monte, que así se llamaba a los que se dedicaban al bandolerismo, o tirarse al campo, a enseñar. Esta fue la determinación que él tomó y que hoy hemos de agradecerle muchos mayores que en aquel tiempo fuimos niños campurritos.

Los niños de la posguerra desde nuestro nacimiento oímos hablar a nuestros mayores de los horrores de la misma. Como fulanito, tan buen muchacho, murió con dieciocho años en el frente del Ebro. O como de menganito nunca más se supo. Sin contar los que fueron fusilados de madrugada a las puertas de los cementerios.

LA FUERZA DE LAS LEYENDAS

Casi sin querer, recordando como conocí al SANTO CRISTO, me desvío del tema en sí, narrando detalles y vivencias de le época, pero es que de no ser así no podría concebirse hoy en día el modo y manera de como fui conociendo al SANTO CRISTO DE ESPERA.

Nada más llegar yo a La Zorrilla con mis once años de edad, es Joaquina Flóres Fernández (La Remolina), ayudante cocinera de la cuadrilla de escardadores, quien me habla del Castillo que tiene su pueblo, de la Ermita que hay en el Castillo, del SANTO CRISTO que hay en la Ermita y de los cuadros que hay en la misma, representando milagros que el SANTO CRISTO ha hecho en el pueblo y su comarca.

A estas narraciones descriptivas del lugar en boca de Joaquina, podíamos añadir otras de espereños y espereñas que decían muy convencidos de que: "Como la Iglesia de Espera y sus campanas, solo había dos en el mundo, ésta y la de Roma", Y además de verdad.

Es un par de años después de mi llegada al cortijo, cuando Carmen "La Rorra", señora de bastantes años, cocinera de la cuadrilla de mujeres y encargada de su conducta moral mientras por las noches de los domingos, hablaban con sus novios sentaditas sobre un colchón de paja, encima de un poyete de cemento. Esta buena señora no quitaba su atenta mirada de las "niñas" (muchas de treinta años). Ya que sus respectivas madres, antes de salir de Espera para el cortijo, con el hato y el escardillo al hombro, le decía a la manijera: Carmen, por Dios, que mi hija vuelva igual que fue. Carmen, por lo que más quieras, en ti confío. Y Carmen le contestaba: "- Descuida, viniendo conmigo no hay apuro. Yo sólo permito que vayan o hacer de cuerpo y orinar detrás de la gañanía y en grupos de tres y de cuatro como mínimo."

Dentro de estas reglas entraba la hora de acostarse las chicas, que no era mucho después del anochecer. Esto lo determinaba el marido de la señora Carmen, Eduardo Pérez Rodríguez. Conocido con el apodo de "Carrito el Moro", hombre sabio a inteligente que por sus consejos a la juventud no nos caía bien. En cambio hoy lo recuerdo con cariño, admiración y respeto. Pero volviendo a la hora de acostarse las mujeres, este hombre miraba su reloj de bolsillo, daba un par de palmadas y decía: "Vamos a dejarlo para mañana." Y a esa orden los hombres visitantes, novios y amigos salían por la puerta. Algunos protestando por ser muy temprano. Las mujeres empezaban a mullir los colchones de paja entre la nube de humo de un par de candiles de gasoil.

Aquí viene para mí lo curioso del nombre de esta acción: ECHAR EL CRISTO. Con frecuencia podían oírse frases como: "-!Manijero, no eche usted el Cristo todavía que vamos a bailar unas sevillanas!" O esta otra: "-jSerá posible que vengo de Espera a ver a mi novia y a la media hora de estar sentado va el manijero y echa el Cristo!" O esta en sentido opuesto de alguna moza que no tenía novio y quería acostarse: "-¡Manijero, eche usted ya el Cristo que tenemos que dormir!" De esta manera se oían comentarios en acuerdo o desacuerdo con la hora de echar el Cristo.

Nunca he sabido el porqué se llamaba "echar el CRISTO", y si tenía alguna relación con el "SANTO CRISTO DE LANTIGUA", pues, cuantas veces lo pregunté siempre me contestaron diciendo: "-Hombre!, ¿por qué se va a llamar así?, pues porque ya es hora de irse los hombres y de que se acuesten las mujeres." Como se ve la contestación no nos aclara nada.

Y dejando sin aclarar aquello de "echar el CRISTO", diremos que la señora Carmen, en las noches frías de invierno, mientras cuidaba el enorme ollón de garbanzos puestos al fuego sobre los corrozos de maíz, me contaba historias de brujas que clavaban agujas y daban pellizcos a distancia, o hacían "bebitrajos" para que alguien se sintiese querido y terminaba más chiflado que "Caracuco". O historias de fantasmas de tipo casero, ya que salían por las noches con una sábana blanca liada al cuerpo, unas trébedes en la cabeza y, encima una olla con agujeros y llena de ascuas encendidas. Lo cierto es que cuando no había luz eléctrica en las calles, el fantasma, aunque en plan chapuza, daría siempre cierto espeluco. Y no digamos esos fenómenos a los que se les llamaba "miedos", que, según me contaba esta señora, los había en determinados lugares, preferentemente cerca del cementerio, donde el hombre que camina de noche encuentra un niño de mantillas y cuando lo recoge empiezan a crecerle las uñas hasta que le araña el pecho. O la gallina con polluelos que aparece de noche ante el caminante solitario y un largo etc., todos ellos ocurridos en Espera y sus alrededores en tiempos en que los franceses andaban por España.

Una de esas tardes de entretenimiento narrativo junto al fuego, me contó cómo fue encontrado EL SANTO CRISTO, hacía ya muchísimos años en una cueva del Castillo. Esta señora me dijo: "-Cuentan que estando un pastor cuidando su rebaño cerca del Castillo en una noche clara y estrellada, vio una luz en el suelo entre las rocas. Algo así como una pequeña estrella que se reflejara. La luz, al poco rato desapareció. El pastor quedó extrañado y se lo contó a un compañero y juntos, la noche siguiente, observaron el extraño fenómeno. Cuando fue de día lo contaron en el pueblo, por lo que, junto a varios vecinos, provistos de herramientas, volvieron al lugar y descubrieron una cueva en cuyo interior estaba la imagen luminosa del SANTO CRISTO, apreciando estos hombres que quien lo guardó allí, lo puso de forma que las noches de cielo estrellado a uno determinada hora, se reflejase sobre la urna la luz de una estrella, a través de un pequeño agujerito que había en el techo de la cueva."

Como muchos, yo también lo estuve creyendo hasta que en la década de los sesenta D. Juan Candil editó los primeros artículos sobre la imagen del SANTO CRISTO.

Pero, es que puestos a creer, en aquel tiempo se creía todo. Veamos un ejemplo en la Laguna Dulce de la Zorrilla. Decían los lugareños, quizás influidos por lo mucho que llovía, por cuyo motivo a las lagunas no se les veía el fondo, que un día se encontraba una carreta cerca de dicha laguna tirada por unos bueyes y cargada de haces de trigo para llevar a la era del cortijo. Momentos antes de salir, a los bueyes le entraron "las cucas", por lo que emprendieron una veloz carrera en dirección a la laguna con el fin de meter las pezuñas en el agua para librarse de la pesada mosca, como es habitual que haga el ganado vacuno. Pero estos no se conformaron con meter sólo las pezuñas sino que siguieron avanzando hacia el centro de las aguas hasta desaparecer, primero los bueyes y luego la carreta con los haces. Ni bueyes ni carreta se volvieron a ver más. Sólo algunos ganaderos trasnochadores dicen haber oído el tintineo de los esquilones en la lejanía, sobre las aguas.

Y lo verdaderamente cierto del lugar eran las fuertes calenturas del paludismo debido a las picaduras de los mosquitos que producían las aguas estancadas, causando enormes estragos en la salud de aquella zona, fiebres que fueron despareciendo con la prosperidad y mejor calidad de vida, pues a medida que fue llegando el plan blanco, las pellizas con el cuello de pelitos y las huellas de las ruedas de las bicicletas borraron del polvo de los carriles las marcas de las alpargatas. La fiebre palúdica fue perdiendo su batalla frente a las pastillas de la quina.

LA OPINIÓN DEL PADRE CARBONCILLA.

Había por la década de los años sesenta un cura misionero de la Compañía de Jesús que se dedicaba a predicar por aldeas y cortijos de nuestra provincia. Se llamaba D. Antonio Rodríguez, conocido como Padre Carboncilla, por su costumbre de viajar en el tren siempre en la máquina junto a maquinistas y fogoneros. Este hombre siempre ligado a los trabajadores, sobre todo a los del campo, era una especie de sindicato andante de aquel tiempo. Si bien no tuvo (que yo sepa) ningún disgusto gordo con el sistema fue porque les caía bien a los señoritos o patrones. Hasta el punto que algunos obreros decían de él: "-¡Ahí lo tenemos! Viene con el señorito en el coche, nos echa un sermón, nos dice que los pobres iremos al cielo, y luego, cuando termina se va con ellos a comer." Aunque a esto había quien contestaba: "¡Oye tú!, que yo lo he visto comer con las cuadrillas en el campo y en las gañanías."

Me contaron de él que un día en la finca de Tapatana, ligada un poco laboralmente a Espera por aquel tiempo, y a la que muchos la llamaban "Patatana", ocurrió que caminando cierto día el gazpachero hacia el cortijo llevando un canasto de tomates con destino a los señores, en el camino se encontró con el Padre Carboncilla. Le quitó el canasto y se lo llevó a la gañanía para freírselos a los Tolitos, nombre dado a los habitantes de Tolox (Málaga), de donde cada año venían por estos lares varias cuadrillas de obreros para las recolecciones y otras labranzas. El gazpachero, que ante la petición del señor cura no podía negarse, se presentó pálido ante la cocinera contándole el destino de los tomates. Y no menos asustada se presentó la cocinera ante D. José Bohórquez Mora-Figueroa, diciendo: "- Ay, señorito Pepe Mire usted que desgracia caocurrio, que el selló cura laquitao los tomates al gazpachero pa freírselo a los Tolitos". A lo que D. José contestó: "- Bueno mujer no te pongas asó. Ya nos apañaremos como sea. Son las cosas de D. Antonio."

Recuerdo como una tarde en la gañanía le dijeron en mi presencia: "-Padre es usted el mejor cura del mundo." Y él contestó: "-Es posible que no sea ni un buen cura, pero si soy el cura que mas quiere  la gente del campo." A continuación a esto contó que en una ocasión había cerca de una carretera una cuadrilla de segadores que miraban como un cura con su vespa, en un momento de distracción, cayeron por un alto terraplén. La moto quedó desguarripada. El cura se levantó, completamente empolvado, se sacudió la sotana y continuó caminando como si nada hubiera pasado y salta y dice un segador a los demás: "- Fijarse que "cuatripazo ha dao". Si llega a "sé" una persona se mata."

Como vemos así era el Padre Carboncilla.

Creo que fue por aquel tiempo cuando empezaron a verse las primeras fotos en blanco y negro con la imagen del SANTO CRISTO y que, casi todo espereño o devoto llevábamos en la cartera. Una de aquellas foto-estampa fue la que yo le enseñé al Padre Carboncilla y vaya desilusión que me llevé con su opinión, cuando me dijo: "-Pues sí, es un CRISTO muy bonito, está muy bien. Es una talla de la escuela de (no recuerdo) y continuó diciendo el buen misionero- quiénes habrán sido los bodoques que le han colocado esa urna para tapar todo su mérito. Así no puede verse al completo, va encerrado, ahogado en ese cajón. Los Cristos han de ir sobre la Cruz, sin nada que les impida su completa visión."

En aquellos momentos las palabras del buen cura de los campesinos casi me parecieron un sacrilegio. Pero luego, después de muchos años, a veces me pregunto si no tendría tazón el Padre Carboncilla, para contestar a continuación : "¿Que sería el SANTO CRISTO sin la urna para un espereño?"

Espera 1.998.

                       

 

                            Miguel Rodríguez Ardila

 

 

Índice de Artículos de la Revista 1998

 

 

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@ Antonio Durán Azcárate. 2001  - 2006  Espera ( Cádiz ) ANDALUCÍA - ESPAÑA