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PREGÓN DE SEMANA SANTA 2011

Hermandad de Ntro. Padre Jesús Nazareno

Texto del Pregón de Semana Santa 2011

 

PREGÓN DE SEMANA SANTA

 

Este pregón lo dedico al cofrade espereño, que gracias a ellos y ellas hacen, han hecho y harán que la Pasión de Cristo se reavive en Espera.

 

El cofrade y la cofradía tienen una larga historia en este pueblo. En los anales de la historia y en nuestros recuerdos remozamos vivencias de la Semana Santa. Yo, como espereña, voy a desarrollar el pregón con recuerdos, expresando contenidos de mi corazón de la Pasión Espereña acompañados de textos del Evangelio de San Mateo que nos relata la Pasión de Jesucristo.

 

 

Comenzamos a preparar la Semana Santa. No es tarea fácil porque hay que dedicarle tiempo y tesón. Reuniones de las Juntas de Hermandad para pensar y deliberar los objetivos y los trabajos para llevarlos a cabo. En mi infancia no sé cómo sería, pero comencé a ayudar vendiendo papeletas por las casas espereñas. Me acompañaba Loli del Niño María, pasábamos llamando a las puertas  y la gente nos compraba. Eso supuso una gran vivencia porque fui conociendo a muchas personas y, no solo vendíamos, si no que también hablábamos con los de cada casa. Comprendí que la gente quería aportar para su Semana Santa.  Y para quienes vendíamos papeletas era un buen momento ya que íbamos conociendo el pueblo espereño. Asimismo, en los días previos, cuando se comenzaba a montar los pasos en la iglesia, algunos niños y niñas nos íbamos al templo para ayudar en lo que fuera: hacer un “mandao”, limpiar ánforas y flores; en lo que fuera, por tal de estar allí viendo cómo era aquello. Si los hermanos Mayores tenían sus disputas, esos días quedaban al margen y se ayudaban unos a otros. Es grato anotar cómo  Espera, a pesar de las dificultades, nunca se ha quedado sin su Pasión. Solo la lluvia dejaba sin salir a los pasos.

 

La Borriquita es la primera hermandad que recorre las calles espereñas, lo hace el Domingo de Ramos. Jesús ha entrado en Jerusalem con una burrita y la gente lo aclama con entusiasmo: “Hosanna el que viene en el nombre del Señor”. Jesús es el Hijo de Dios, y tú y yo podemos descubrir que somos hijos de Dios y aceptarlo. Él aceptó a ese Padre, y su vida estuvo marcada por hacer llegar a la gente el Reino de los Cielos. En Espera, Jesús sale en procesión desde la iglesia, recorre las calles Santa María, Cadena y Libertad hasta alcanzar la calle  Los Toros. Estoy aún en la Plaza de la Iglesia y observo a niños y niñas espereñas que van vestidos de hebreos. En medio de la procesión me llega un recuerdo: Adeli de Rosa muy jovencita, acompañada de mis hermanos Manolo y Justo, lleva el cartel del Hosanna, pero un Hosanna del pueblo, porque en el cartel se lee “Los niños de Espera con su Semana Santa”.

 

Lunes y martes  santos espereño. Los cofrades están afanados arreglando los pasos. Entre el miércoles y el viernes salen las restantes Hermandades y la tensión va creciendo. Mientras, recordamos a Jesús en Jerusalem. Jesús está enseñando una parábola, la de los invitados a la boda, y concluye diciendo “Porque muchos son llamados, pero pocos escogidos”. Y sigue narrando San Mateo “los fariseos se fueron y celebraron consejo sobre la forma de sorprenderle en alguna palabra”. Sobre esto me sale una reflexión: por qué nos buscamos unos a otros para sorprendernos en alguna palabra, ¿para establecer una sentencia de muerte? Aprendamos lo que le hicieron a un hombre que descubrió que también era Hijo de Dios, Jesucristo, y digamos “no” a hacernos frente unos a otro de esa y de otras malas maneras.

 

Y cuando termino de reflexionar sobre este gesto, me viene a la memoria algunos detalles espereños en esos días de preparación de Semana Santa. El trabajo en la iglesia es intenso y todo tiene que estar a punto para la salida de cada Hermandad. De mi niñez asoman algunas cosas que no se me olvidan. Los Hermanos Mayores eran Manolo Romano, Miguel Salas, Manolo Jiménez y Antonio Romano “Tres pesetas”. Mi tío Manolo Jiménez llamaba a mis hermanos Manolo, Justo y Coqué para que les ayudara. Llegaba, pues, acompañado a la iglesia y comenzaba a pujar con mi abuelo: “Mira, Manolo, aquí traigo a tus nietos para que me ayuden”. Mi abuelo empezaba a bufar. Otra vez se había adelantado. Pero esto era parte de las bromas que se gastaban; los que estaban allí se ayudaban en lo que podían. Es mejor así, dejar las tiranteces que nos pueda incitar a “sorprendernos en alguna palabra”, porque, como ya sabemos, “al atardecer de la  vida me examinarán del amor”, del amor y la misericordia que hemos sido capaz de dar a los que han estado cerca de nosotros. No puedo dejar sin repasar un detalle de amor cofrade en este año nazareno, el amor cofrade  de un hombre que innovó la Semana Santa espereña. Me refiero a Miguel Salas Chacón, que en esos días de preparación de pasos y cultos, se entregaba al máximo. Me contaban que en esos  años de tanta carencia el manto de la Virgen de los Dolores servía para vestir a todas las demás vírgenes. En él se cumplía el dicho de “desvestir a un santo para vestir a otro”. Pero algo más hay que reconocerle, esos gestos fueron semillas para que dieran frutos en su familia, ya que su hijo Miguel Salas, entre otros, está poniendo en práctica el amor y la pasión en la Hermandad del Nazareno.

 

 

De una entrega por amor es lo que nos habla la Semana Santa, una entrega de un hombre que fue capaz de vivir de otra forma con los suyos. Una mirada con simpatía de Jesús a Mateo fue capaz de entusiasmarlo y dar un sentido profundo a su existencia. Jesús fue un hombre que descubrió otra manera de ser, y fue deshaciendo la madeja del reino de los cielos para facilitarnos nuestro encuentro cotidiano con Dios y con los demás. Si leemos los Evangelios, subrayando algunas de las palabras, descubrimos que de quien habla es de un hombre que supo cuál era la voluntad de Dios en Él y la llevó hasta sus últimas consecuencias, aunque le acarreara la muerte violenta por envidia. Mateo nos detalla así los últimos momentos de su gran amigo y maestro: “Cuando terminó Jesús todos sus discursos dijo a sus discípulos. “Sabéis que dentro de dos días será la Pascua y el Hijo del hombre será entregado para ser crucificado”. Se reunieron entonces los príncipes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo en el palacio del Sumo Sacerdote, llamado Caifás, y acordaron apoderarse con engaño de Jesús y matarlo. Pero decían: “No sea durante la fiesta, no vaya a ser que el pueblo se amotine”… ¡Qué duro resulta oír esto! Jesús no sólo intuye, si no que sabe que tras la Pascua va a ser entregado, sabe que van a “apoderarse con engaño de Jesús y matarlo”. Eso es, con engaño va a ser el estilo para apoderarse de ese hombre. Pero Jesús no va a luchar contra ellos, Jesús va seguir su programa. Acompañemos a Jesús un poco más antes de volver a nuestra Pasión espereña.

 

Jesús ha ido a Betania, está tomando el almuerzo en casa de Simón el leproso, una mujer, María de Lázaro, derramó sobre la cabeza de Jesús un perfume de gran valor. Algunos de sus discípulos se indignaron: “Podía venderse a gran precio y darlo a los pobres”, dijeron. Pero Jesús, con gran sensibilidad hacia la mujer, repara: “¿Por qué molestáis a esta mujer?...Lo ha hecho para preparar mi sepultura”. Este hecho no le gustó nada a Judas y facilitó su decisión, porque se fue a los príncipes de los sacerdotes diciendo: “¿Qué queréis darme y os lo entregaré?”. Al día siguiente Jesús quiere celebrar la Pascua con los suyos. En la cena descubre al traidor y Judas pregunta: “Rabbí, ¿acaso soy yo?”. Jesús responde: “Tú lo has dicho”. Después Jesús bendice la cena y explica el sentido de su sacrificio: “Esta es mi sangre de la nueva alianza, que es derramada por muchos para remisión de los pecados”. Jesús, con su muerte, va a asumir los pecados de todos para que cuando le miremos ahí en la cruz podamos saber pedir perdón y saber perdonar. Saber pedir perdón para que el arrepentimiento nos lleve a una salud mental; saber perdonar para que no generemos rencor ni odio que tanto imposibilita nuestra felicidad. Jesús asume su muerte por amor al género humano y nos da el camino para reconciliarnos con nosotros mismos y con los demás. No olvidemos que perdón es reconciliación.

 

Antes de prender a Jesús, él ha pasado un momento tremendo de angustia. Es hombre y sufre el desenlace que se le avecina. La oración del huerto es un momento de duda y de angustia natural. Nos puede dar mucha paz observar cómo Jesús pide al Padre que le quite este cáliz, este momento de amargura. Jesús no desea sufrir por el mal que se avecina y la responsabilidad que debe ejercer. Repito, eso es una duda natural y le atenaza como a cada uno de nosotros nos atenaza el sufrimiento y el dolor. Pero Jesús concluye esa angustia diciendo al Padre “que se haga tu voluntad”, porque sabe que  sufre por amor. Gloria Estefan, en la canción Por amor, canta:

 

“Por amor se han creado los hombres

en la faz de la tierra.

Por amor hay quien haya querido

regalar  una estrella.

Por amor fue una vez al calvario

con una cruz a cuesta

aquel que también por amor

entregó el alma entera.

 

 

A Jesús le prendieron, le llevaron a Caifás y luego a Pilatos. “Con ocasión de la fiesta, el gobernador solía conceder al pueblo la libertad de un preso”. “Preguntó Pilato a los reunidos: ¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, el llamado Cristo? Pues comprendía que se lo habían entregado por envidia”. Me detengo un momento en esta escena. La causa de entregar a Jesús a muerte es por envidia, no hay delito.  Entonces, ¡qué daño hace y nos hace la envidia! Han sido capaces de entregar a alguien que envidiaban, y por envidia adulteran un juicio. “Pilatos ve que el tumulto va en aumento” y se lava las manos.  Y a Jesús, después de azotarle, lo entrega para que lo crucifiquen.

 

Jesús es azotado y, para ello, lo atan en una columna. A los espereños nos basta asomarnos a la calle el Miércoles Santo y reposar la mirada. Todo está preparado para salir la Hermandad de San Antonio. El Cristo Atado a la Columna está en el nártex de la iglesia, Pilatos nos lo presenta de nuevo, pero nosotros no queremos que un inocente sea crucificado. Vamos a acompañar al Cristo y observamos que su cuerpo está muy azotado. En Espera, Jesús no está solo, va arropado por nazarenos que sin darse cuenta hablan con Dios por las calles. Los nazarenos van vestidos para estar cerca de su hermandad, y debajo de la túnica y el capirote caminan anónimos y solos; momento en el que muchas veces, sin pensar, comienzan a contarle a Dios sus preocupaciones, sus alegrías, sus ilusiones… Eso pasa porque están cerca del hombre atado a la columna, y le pueden decir que han aprendido a valorar el sufrimiento ajeno, a tener compasión con el que sufre y no sentirse neutral. Jack Wintz afirma  lo siguiente sobre el sufrimiento: “El sufrimiento transforma. Deja que haga crecer tu capacidad de amar y apreciar a las personas que enriquecen tu vida” Así, la Hermandad de San Antonio nos adorna toda la procesión para que nosotros seamos capaces de apreciar el valor del sufrimiento. Wintz nos interpela: “Abraza el sufrimiento como parte natural de la vida. Como la luz y la sombra se definen mutuamente y no puede existir una sin la otra, así ocurre con el sufrimiento y la alegría. No se puede experimentar auténtica alegría si antes no se ha experimentado verdadero dolor”. El sufrimiento, como parte natural de la vida, es el eco que me queda en  este día de Miércoles Santo, y es cierto que el sufrimiento ha ido formando parte de nuestras vidas. ¡Para qué contar!

 

Ahora nos acercamos a la Madrugá. Espero en la calle Arrieros para saborear el paso de Jesús Nazareno. Se acerca con un paso solemne. Algunos penitentes llevan una cruz a cuesta. Es la noche, la del silencio, la de la vía dolorosa. San Mateo nos escribe: “Al salir, encontraron un hombre de Cirene, llamado Simón; a éste le obligaron a llevar su cruz”. Y así aparece el paso desde la citara en la que me encuentro. El Nazareno tiene una expresión de agotamiento. Jesús se ha vaciado de sí y sólo cuenta dos puntos de amor: amar a Dios y a los hombres. Algunas veces me he preguntado por qué en Andalucía sale el Nazareno por la noche cuando en Jerusalem Jesús recorre la Vía Dolorosa siendo de día. Un día lo llegué a comprender: la madrugá es el símbolo de la noche oscura de Jesús, es decir,  el símbolo de los momentos de su vida que más padece su espíritu. Por similitud, la madrugá espereña es el símbolo de los momentos duros que padecemos cada espereño y cada espereña, y esos momentos pueden ser, entre otros: la lejanía de Dios, la lejanía de los seres queridos, el abandono de Dios, el abandono de los seres queridos, las angustias, el sin sentido, la enfermedad, las rupturas familiares, los fracasos, los familiares en la droga, el paro laboral, la crisis que sufrimos, el desamparo. Todas esas son las pinceladas gruesas de la noche oscura, y en la madrugá El Nazareno recoge nuestras noches oscuras y le vemos agotado en el paso de la procesión.

 

Y te digo, Nazareno:

 

Mientras la mañana crece,

cada vez, más cerca siento

el leve son de tus pasos

que, a hombros del costalero,

atraviesa las calles.

 

Y llegarás ya vencido

con el rostro somnoliento

y los pies escarnecidos

hartos de andar

por el tiempo;

y tus heridas serán

las heridas de mi pueblo

y tus hombros maltratados

el dolor que lleva dentro

gritando en sus corazones

con voz de clamor inmenso.

Y la saeta, al cantar

al Jesús tan espereño,

hará desprender las lágrimas

 de los balcones del cielo,

que en blancura almidonada

de azahares se volvieron.

 

Yo te conocí

Señor, con la cruz a cuestas

por las calles, padeciendo.

Y me gusta llamarte a Ti

como te nombran aquí

 los espereños:

 Jesús Nazareno, Nazareno

 

Ciertamente la noche oscura nos deja sumido en el sufrimiento y en dolor, consecuencia de los males físicos, morales y psicológicos que hemos padecido. Pero la noche oscura deja paso al clarear del día. En ese clarear de la madrugá viene asomando por la calle Santa María Nuestra Señora de los Dolores. María, la Madre de Dios y Madre nuestra, se estremece de dolor. El gesto en su palio es significativo. Miradla y observarla: ella sufre. La Virgen de los Dolores ha llegado a la Plaza de la Iglesia y allí descansa, dejando que el sol del amanecer se refleje en su rostro. Y desde su rostro irradia la fortaleza en los momentos duros, la compasión en los momentos de angustia. Y nos muestra que el dolor y el sufrimiento no tienen la última palabra, la última palabra es el amor.

 

¡Ay, quien pudiera ser

campanas de finos sones...

para cuando sea la tres,

la hora de tus Dolores

por ese Hijo que muere

escoltado por ladrones,

poder suavizar tu pena,

Madre guapa, con mis sones,

 que, en vez de dar campanadas,

daría porque no llores

tres saetas bien cantadas

por ángeles ruiseñores,

tres bocanadas de incienso

con humo de mil colores

y tres suspiros del alma,

pidiéndote tres favores,

como cualquier espereño

que busca tus horizontes!

 

La Virgen de Los Dolores entra en la iglesia y nos invita a estar con su Hijo al pie de la cruz.

 

¡Cuántas veces hemos estado al pie de la cruz, junto a la Virgen, y no nos hemos dado cuenta del significado que tiene! Yo salía en la Hermandad de la Expiración. Lo primero era mirar al cielo para ver si las nubes estropeaban el Viernes Santo. ¡Cómo recuerdo a mi abuelo Manolo con su pértiga de Hermano Mayor! ¡Con qué emoción veía pasar a la Hermandad por la calle Cervantes asomado a la ventana cuando ya él no podía salir! El Cristo de la Expiración aparece por lo más alto de la calle Cervantes, y desde el pozo de la calle volvemos a rememorar aquella crucifixión de Jesús. Pero nosotros no vamos a mostrar ni indiferencia ni insultos, como hacían algunos de los que estaban allí en Jerusalem. Leemos en San Mateo: “Los que paseaban le insultaban moviendo la cabeza y diciendo: “Sálvate a ti mismo”. Con este despropósito, un sentimiento me brota: ¡Qué cinismo! ¡Si ellos le entregaron por envidia y establecieron la sentencia con condena de crucifixión!  Y aprendemos que es cierto que no nos podemos mofar de las personas que soportan cualquier clase de injusticia. Eso es crueldad, y nosotros no somos crueles.

 

Desde el pozo de la calle escuchamos a Jesús decir: “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado”. Y ese quejío de Cristo es acompañado por la saeta de Manolito el Luri y de Rosalía, entre otros. El cante jondo se presta al sentimiento de dolor de Cristo en la pasión espereña.

 

Con Jesús estaba María. La vemos vestida de verde esperanza. ¿Por qué esperanza en este tremendo panorama? Porque ella es modelo, modelo de fe. Para ella la promesa de Dios es más fuerte que la evidencia que está presenciando.

 

El Cristo de la Expiración, cuando estaba en la cruz, pidió: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Se muestra así que Él supo perdonar. Saber perdonar, ¡qué bueno es eso para conseguir la felicidad y la libertad! Saber perdonar es el camino para vivir sin rencores ni odios.  Con el corazón limpio para ver a Dios, exclamó Jesús sus últimas palabras: “En tus manos encomiendo mi espíritu”. Y murió con una paz y una libertad tremenda. Y entonces “El Verbo enmudece, se hace silencio mortal, porque se ha “dicho” hasta quedar sin palabras, al haber hablado todo lo que tenía que comunicar, sin quedarse nada para sí” explica Benedicto XVI en la exhortación apostólica La Palabra de Dios.

 

“Al atardecer, vino un hombre rico de Arimatea, llamado José, que era también discípulo de Jesús. Este se presentó a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús”. Entonces Pilato ordenó que se lo dieran. Y José tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia y lo puso en su propio sepulcro, que era nuevo y lo había hecho excavar en la roca; y tras rodear una piedra grande a la puerta de sepulcro, se marchó. Estaban allí María Magdalena y la otra María, sentadas delante del sepulcro”. Cristo ha muerto y lo enterramos en nuestra pasión espereña. Los costaleros han aprendido de José de Arimatea y llevan al Santo Entierro camino de la iglesia. Por la calle Cadena llevan el cuerpo muerto de Jesús con un paso pausado. El costalero carga con su fuerza el cuerpo inerte de Cristo, y Nuestra Señora de la Soledad agradece esa ayuda. La Virgen se siente aliviada porque su soledad está acompañada. Yo no puedo evitar mencionar mi vivencia del año pasado cuando llegué a mi casa y me encontré el cuerpo inerte de mi padre. ¡Cuánto agradezco la ayuda de los vecinos y familiares que aliviaron mi dolor! Comprendo a la Virgen cuando siente el apoyo del costalero.

 

Jesús ha muerto. Hasta las marchas de Semana Santa quedan quietas y sin sonido. ¿Qué hacemos ahora? Guardar silencio. ¿El silencio de la pena? No, el silencio interior para madurar el fruto de la vida, pasión, muerte y resurrección de Cristo. Un silencio poliédrico, es decir, con muchas facetas. Un silencio que cito textualmente de La Madre Teresa de Calcuta. Ella decía a las Misioneras de la Caridad: “El silencio nos da una nueva visión de la vida. En él nos sentimos llenas de energía del propio Dios, que hace que lo hagamos todo con alegría”. El silencio debía ser necesariamente interior y tiene, repito, estas facetas:

 

“Silencio de los ojos, abriéndolos continuamente a la belleza y la bondad de Dios en todas partes, y cerrándolos a los defectos de los demás y a todo lo que es pecaminoso o perturbador para el espíritu…

 

Silencio de los oídos, atentos siempre a la voz de Dios y al llanto del pobre y el necesitado, cerrándolos a todas las voces que vienen del mal o de cuanto hay de negativo en la naturaleza humana, por ejemplo, la murmuración, el chismorreo, los comentarios pocos caritativos.

 

Silencio de la lengua, para alabar a Dios y decir su palabra, que da vida y que es Verdad que ilumina e inspira, aporta paz, esperanza y alegría, y  evitar la autodefensa y cualquier palabra que provoque confusión , inquietud, dolor y muerte.

 

Silencio de la mente, abriéndola a la Verdad y al conocimiento de Dios a través de la plegaria y la contemplación, como María cuando meditó las maravillas del Señor en su corazón, y cerrándola a todas las mentiras, distracciones y los pensamientos destructivos, como juicios temerarios, desconfianzas en la relación con los demás, pensamientos y deseos de venganza.

 

Silencio del corazón, amando a Dios con todo el alma, la mente y la fuerza, y a los demás como Dios ama, deseando solo a Dios y evitando todo egoísmo, odio, envidia, celos y codicia.”

 

El silencio interior es una propuesta para hacer prosperar el espíritu cofrade de la pasión espereña porque, como muy acertadamente dijo Philip Groening, “Sólo en el silencio más absoluto se empieza a oír. Sólo cuando se prescinde del lenguaje se empieza a ver.

 

 

Y ya, todo se recoge. Las flores se guardan, los pasos se desmontan, nuestras Vírgenes van a sus camerinos y también nuestros Cristos. Los palios se doblan con cuidado. Un recuerdo muy vivo me llega desde mi niñez: “Veo a mi tío Manolo Teresita doblando el manto de la Virgen. Lo extiende en el mostrador de madera del estanco. ¡Con qué cuidado le pasa la mano! ¡Con qué simetría lo pliega! Lo guarda en una caja de tapa celeste y lo amarra con una guita fina. Ahora toca las túnicas: Las extiende, las dobla, las empaqueta en papel y las ata con cuerda, una a una, fijando con buena letra la talla.”

 

Se acabó la Semana Santa,  pero el espíritu cofrade recomienza.

 

  

 

PREGÓN SEMANA SANTA DE ESPERA 2011

19 de Marzo de 2011

Por:

Sta. Dª Isabel María Romano Luceño

Iglesia Parroquial de Santa María de Gracia

 

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