Hermandad de la Borriquita
¿Qué celebramos en la Semana Santa?
Un año mes se acerca la Semana Santa. La Semana Santa sigue siendo un tiempo
de especial densidad, y las formas de vivirla desde las fe son innumerables.
El domingo de Ramos bendeciremos los ramos y palmas, recordando la entrada
de Jesús en Jerusalén. En nuestro pueblo saldrán puntualmente a las calles
las procesiones de Cristo Atado a la Columna, Nuestro Padre Jesús, la
Expiración y el Santo Entierro, con pasos de una belleza sin par acompañados
por cofrades de rostro oculto, cuya pluralidad incluye hombres y mujeres,
niños y ancianos, y hoy en día creyentes y no creyentes en una extraña y
sorprendente mezcla. La Parroquia, intenta cuidar en la medida de lo
posible, el que las celebraciones sean significativas. De nuevo el templo ve
crecer la afluencia de fieles, sobre todo el Jueves y el Viernes Santo, y
sorprendentemente no tanto el Sábado, porque parece que los cristianos
estamos más preparados para compartir el dolor, asomarnos a la cruz, y
asumir el sacrificio, y por el camino olvidamos la dicha, el gozo o la
palabra definitiva que es una palabra de Vida.
Tanto dinamismo tiene una explicación. Decimos que, desde la fe, estos son
los días centrales del año litúrgico. Podemos afirmar que el corazón del
misterio pascual, lo que sucedió con Jesús, se condense de modo privilegiado
en el triduo pascual y en unas celebraciones plagadas de simbolismos: la
Cena del Señor, el vía crucis, la adoración de la Cruz o la Vigilia
Pascual...
Pero,
¿por que
este acento, este énfasis, esta insistencia en celebrar lo que ya
conmemoramos habitualmente? ¿No
recordamos cada domingo en la Eucaristía el corazón del Evangelio y la
revelación definitiva de Dios en Jesucristo? ¿No es el misterio pascual lo
que está en el corazón de esta celebración, donde una vida arrebatada se
descubre fecunda, un pan-cuerpo-entregado, vino-sangre-derramada se
convierten en semilla de vida eterna? ¿Por qué detenernos tan especial y
densamente estos días en algo que deberíamos tener presente todo el año?
La Semana Santa suele ser el momento de mayor intensidad en la expresión de
la religiosidad popular. Pero también hay que admitir notables diferencias
entre unas y otras "Semanas Santas". En algunos lugares, desborda por
completo los grandes días del Triduo Pascual y se proyecta durante todo el
año. En otros lugares, se pone en marcha las vísperas del domingo de Ramos y
concluye con la procesión del Resucitado.
¿Qué celebramos en la Semana Santa?
¿Qué contemplamos? ¿Qué dejamos que, lentamente, a través de gestos comunes
y de una contemplación individual, en oficios o procesiones, en la
celebración compartida o en la oración y la reflexión individual nos toque
profundamente?
EL SERVICIO.
EL Jueves Santo la liturgia recoge preciosamente el lavatorio de los pies
como expresión de una lógica alternativa, la de quien, siendo el primero, se
ciñe una toalla a la cintura, lava los pies a los suyos y les invita a hacer
lo mismo. ¿Qué hace este gesto tan denso? La inversión de categorías, donde
el grande se hace pequeño y enaltece a los humildes. La gratuidad es un
gesto aparentemente innecesario. La llamada a vivir desde esa misma lógica.
En un mundo en que parece que el gran éxito en la vida es ser servido, está
llamada a lavar los pies polvorientos del amigo resulta, cuanto menos, una
provocación.
LA FRATERNIDAD.
También el Jueves Santo explicitamos la celebración del amor fraterno.
Recorremos parte de la oración de Jesús en el Evangelio de Juan, nos
sentimos amigos y no siervos. Compartimos una misma mesa, y en ese gesto nos
encontramos llamados a vivir en plenitud. Nos reconocemos hijos de un mismo
Padre, y en consecuencia, hermanos. La comensalidad, propia de lo
celebrativo en todas las culturas, se explicita aquí como hermandad, como la
experiencia de estar vinculados por un amor com6n que recibimos
incondicionalmente.
LA
ENTREGA EUCARISTICA. Dar la vida no es
morir, sino vivir de una manera determinada, dándose día a día, hasta la
muerte si hace falta. Esto es lo expresado definitivamente en la Eucaristía.
El darse sin
reserva. El compartirse para los otros. El derramarse de una manera fecunda.
Ese es el sacerdocio de Jesús, en el que la entrega es de uno mismo. Y es
también ese sacerdocio el que conmemoramos el Jueves Santo.
LAS ENCRUCIJADAS VITALES.
La hora santa, con su evocación de la agonía de Jesús en el Huerto, es un
precioso reflejo de nuestras propias incertidumbres. A veces por cosas muy
cotidianas. En otros momentos por la necesidad de tomar decisiones
trascendentales... el hecho es que en ocasiones también nosotros pasamos por
esas vacilaciones. A Jesús lo acompañamos en una situación límite. Le vemos
en la tesitura de huir o seguir, de resistirse o ser coherente con aquello
que lleva proclamando con su vida durante largo tiempo, de rebelarse o
aceptar lo que viene. Y en su respuesta valiente vemos también un reto y una
llamada para nuestros propios dilemas, para las situaciones en que hemos de
optar, para tantas veces en que a la luz del Evangelio nos sentimos urgidos
a algo difícil.
EL SUFRIMIENTO Y LA SOLEDAD.
Todo el Viernes Santo es un día árido. Viendo a Jesús juzgado por los
poderes religiosos y políticos de su época, abandonado par muchos de sus
amigos, nos asomamos al dolor. Acompañando a Jesús camino de la cruz (vía
Crucis), nos toca intuir la indiferencia de unos, la compasión de otros... A
veces nos sentiremos como ese Cirineo que carga con la cruz, y otras como
Verónica que seca el rostro de Jesús. Podemos reconocernos en un gobernador
romano más pendiente de lo conveniente que de lo justo. Tal vez estemos
escondidos, entre la muchedumbre, temerosos de ser señalados como amigos de
este criminal sin delito. 0 quizás nos asomemos, de puntillas, al dolor y al
abandono en que parece estar sumido Jesús. Y en el camino, también
reconocemos nuestras propias cargas, algo que nuestro mundo no nos prepara
demasiado para vivir. Hoy en día, cuando parece que en todo momento hay que
"estar bien", la contemplación de la agonía del Justo resulta un desafío y
una escuela.
LA CRUZ.
La adoración de la cruz el Viernes Santo, tras haber escuchado la lectura de
la Pasión, es uno de los momentos más significativos de la liturgia. No
adoramos un trozo de madera, ni prestamos macabra reverencia a un
instrumento de muerte. Para nosotros la cruz es mucho más que eso. Es el
espacio donde se abrazan las víctimas y su liberador. Es el lugar donde los
que padecen, por la injusticia, el odio, por el mal que atraviesa nuestro
mundo, se encuentran con el inocente que viene a salvarlos. La cruz nos
habla de un dolor que atraviesa nuestro mundo. Nos invita a alzar la mirada
con honestidad y percibir las fisuras y las heridas que golpean y mutilan.
Nos habla de fracasos y de rechazo, de pecado y de un Dios que parece
callar.
LA ESPERA.
El Sábado Santo es el tiempo del silencio y la espera. Cuando parece que
nada puede pasar. Cuando lo que queda es la nostalgia par lo que parece
perdido, y la incertidumbre ante lo que pueda llegar. Tiene mucho de rutina
y hábito. Tiene mucho de confianza sin pruebas. Es creer sin saber, anhelar
sin exigir, buscar sin plaza. Es el tiempo de los discípulos asustados, de
Maria Magdalena inquieta... el tiempo de calma insegura de quienes le han
condenado. Muchas veces nosotros mismos podemos vivirnos en este tiempo...
cuando las heridas son lejanas, pero la cura no termina de llegar; cuando la
esperanza parece estrellarse con la realidad; cuando el dolor ya no quema,
pero sigue ahí, cuando la ilusión parece domesticada a dormida.
LA VIDA.
Y entonces llega la palabra definitiva de Dios. "No busquéis entre los
muertos al que vive". Hasta aquí hemos ido asomándonos a una historia que
parece tremendamente exigente, trazada con dolor, con cruz, con encrucijadas
en las que no es fácil elegir lo que parece correcto. Podría decirse que
todo invita hasta aquí a una seriedad definitiva, a una solemnidad absoluta
y a una circunspección inevitable. Sin embargo es la celebración de la
resurrección lo que ilumina con fuerza invencible todo lo anterior. La
palabra Última de Dios es una palabra de Vida. La muerte no ha vencido al
justo. La cruz esta vacía, y las víctimas de la historia están desclavadas.
Hablamos entonces de salvación y de liberación. La sombra y la tiniebla dan
paso a la luz, la noche al día, el llanto al júbilo.
A veces es más fácil sentirse en sintonía con lo que hemos celebrado los
días anteriores, y parece en cambio lejana esta alegría imbatible. Parece
que es más posible empatizar con la experiencia de la soledad o el dolor y
cuesta más el salto de fe hacia la afirmación definitiva de la resurrección.
Y sin embargo, es la cave de todo el edificio, la Única que le da sentido a
todo lo anterior, al servicio sin condiciones, a la entrega radical, a la
soledad o a la cruz.
Conclusión
Al acercarse estas fechas, una vez más, nos disponemos a celebrar. No es lo
de siempre, porque cada vez somos distintos, o llegamos con una carga
diferente. Porque un año estamos heridos, y al siguiente nos sentimos
pletóricos, unas veces nos toca celebrar cansados, otras exultantes y otras
envueltos en el ritmo cotidiano, sin tiempo para grandes emociones. A veces
tenemos preguntas y otras una fe clamada. Un ano la vida nos sonríe y otras
parece que el mundo conspira contra uno. Y Dios, en su historia, nos toca de
manera diferente.
Y por eso, esa misma verdad del Evangelio, esa lógica del Reino que se nos
presenta en historia milenaria, el Dios que en Jesús sigue dando su vida por
enfrentarse al pecado que mata, y que al final se laza vencedor, es noticia
nueva. Y toca nuestras vidas, y nos ensena a leer el mundo y sus historias.
Seguiremos recibiendo un pan de vida que se da para nosotros, y en el
lavatorio se nos lavaran los pies a todos mientras se nos invita a hacer lo
mismo. Tal vez al contemplar los pasos procesionales que otros hombres
esculpieron hace siglos, descubriremos en ellos detalles de una historia
nueva. Adoraremos una cruz donde las víctimas son desclavadas, y en el fuego
de una hoguera arderán las miserias, una vez más vencidas. Nos lavaremos de
nuevo en un agua viva. Escucharemos la historia de la salvación, que enlaza
con nuestras historias, y sentiremos que la Última palabra de esa historia
es una palabra de Vida. Y todo ese proceso nos hablara de nuestras luchas y
nuestros miedos, de las noches oscuras y las encrucijadas que jalonan
nuestro camino, nuestras traiciones y nuestras valentías.
Volveremos a ser Pedro asustado o Maria herida, Juan fiel o Judas obcecado,
Pilatos lavándose las manos o Caifás rasgándose las vestiduras; seremos
Cirineo cargando con nuestra porción de cruz o Verónica consolando al Justo
humillado. Y, tal vez, como el centurión ante la cruz, abriremos los ojos al
reconocer que este inocente entregado, este justo ajusticiado es, en verdad,
el Hijo de Dios. Seremos en fin, Magdalena sorprendida y alegre o caminantes
inciertos hacia un Emaús de encuentro y reconocimiento.
Y en este proceso de nuevo nos sentiremos abrazados por un Dios que nos
llama y nos levanta con Él, un Dios que vacía los sepulcros y reconcilia a
la humanidad consigo. Y todo estará bien.
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@ Antonio Durán Azcárate. 2001 - 2009 Espera ( Cádiz ) ANDALUCÍA - ESPAÑA