LA MADRUGÁ Y EL NAZARENO

                Hablar de la Madrugá, es hablar del Nazareno, de recogimiento, de oración que cada cual va pronunciando en su interior durante la Estación Penitencial.

                Estar con Jesús, el Nazareno, es querer acompañarlo en su triste y duro peregrinar, ya sea para limpiar su rostro como hizo la mujer Verónica o para intentar limpiar nuestra Alma de pecado a través de la penitencia.

                Como Verónica o como Simón, el pueblo sale cada Madrugá en ayuda de Jesús, y a su vez en nuestra propia ayuda, porque necesitamos de su salvación, de su amor, de sus milagros, de su cariño y comprensión, El que siempre nos acompaña en cada momento y vivencia de nuestra vida, a Él al que nos encomendamos ante cualquier dificultad, al que miramos a los os llenos de dolor y bondad y le agradecemos su ayuda, su protección y su compañía. Él, que como nadie conoce nuestros anhelos, nuestros miedos y nuestras verdades. Él, que es la fuerza, la luz y la esperanza.

                Decir Nazareno es decir fe y devoción.

                Pero en ésta Madrugá, avanza junto a nosotros y tras Él, una Madre Dolorosa, con los ojos llenos de lágrimas y el rostro lleno de desconsuelo, un dolor solo mitigado por el alivio de saber que es Hijo de Dios y sentirse rodeada del pueblo por el que su hijo está sufriendo tanto.

                Ojalá, Madre Dolorosa, nosotros pudiéramos mitigar un dolor tan grande como el que sufre una madre que pierde a su hijo. Ojalá, Madre Dolorosa, todos nos acerquemos a ti a través de tu dolor, sepamos superar nuestras penas y lleguemos así hasta tu Hijo.

                Que el Nazareno y su Madre Ntra. Sra. de los Dolores nos guíen y acompañen en nuestra vida, como nosotros los acompañamos en su peregrinar, la Madrugá del Vienes Santo.

 

Miguel Salas Romano. Hermano Mayor