ESTUVO
ENTRE NOSOTROS
-Carta a
la tía Zulema-
Querida tita Zulema, mi tía la de Uruguay:
Te quiero contar como sucedió todo. Quiero abrir el torrente de mi ansiedad y
ojalá pueda arribar al puerto de tu imaginario aquel hermoso día en el que los
Garrido teníamos una cita con el recuerdo y la justicia callada.
Nos separa todo un océano, pero el escenario que quiero que llegue a tus lejanos
ojos, es el de esa tarde de verano que por unos instantes se inundó de pasado
remoto hecho presente. Te juro que por unos instantes, ese tiempo pasado se
podía atrapar entre nuestros dedos y dejarse ver como película sepia, congelado
en el iris de los más ancianos.
……….La emblemática calle Los Toros y la alquimia de su geografía, se iba
vistiendo de fiesta y de encuentros. Eran las ocho y media de la tarde de un
mismo día que 74 años antes fusilaron al abuelo. Sólo quedó vacío el nido de las
viajeras cigüeñas que sobre el campanario miraba a esa emblemática calle
llenarse de primos que venidos de la diáspora, quedaron ebrios de abrazos
traídos de Madrid, Ceuta, Valencia, Cádiz, Sevilla…
La baranda de la plaza de la iglesia se iba llenando de espereños, que curiosos
miraban hacia la casa de los Garrido y anhelaban ver descorrer la bandera de
Andalucía que dejaría al descubierto a las nueve en punto, la placa del abuelo
Curro.
Flanqueando el portal de la casa de los Garrido estaban sentadas en sendos
sillones de mimbre, tu concuñada Rafaela Jiménez de noventa años y Frasquita la
Serena. Ambas testigos de las asesinas balas que inmortalizaron a un hombre que
no iba de paso.
Tres balcones, sí tres balcones como recordarás tiene la solariega casa. Estos
se vistieron con paño púrpura y sobre ellos colgaban tres enorme cuadros de tela
que estampaban retratos ancestrales de la Segunda República. El del centro
mostraba con porte mayestático a nuestro querido abuelo Curro…carismático,
digno, humano. A ambos lados, imágenes atávicas de mítines desde esos mismos
balcones donde el abuelo está junto a su
íntimo amigo don Elías Ahúja, hombre millonario y filántropo de causas
nobles. Bajo ellos todo un mar de trabajadores que ataviados con grandes
sombreros y sujetando el bocado de sus mulos, pedían sudar y encallarse las
manos por algo legítimo. Los caleidoscópicos ojos de mis hijos extrañaban estas
escenas venidas de lejos.
Desde la parte alta de la calle, la banda de música se abrió paso y la vibración
cercana de sus instrumentos nos emocionó el recuerdo.
A mí por ejemplo se me hizo presente aquellos años en los que era un joven
estudiante y volvía al pueblo en verano. ¿Te acuerdas de la panadería tita; si
la de la misma casa del abuelo?
Pues recordé ese mismo viejo despacho de pan, donde ya antes que despuntara el
día, entraban camino del tajo, uno a uno jornaleros de mirada limpia y manos
nervudas como troncos de olivo. Sí me acordé de aquellos que traspasando desde
la oscuridad de la calle, daban los buenos días y espetaban “Garrido, dame esa
pieza de pan”. Luego su mente que aún despertaba del sueño, arrastraba el eco
del apellido y su voz apagándose como el pabilo de una lucerna, musitaban Curro,
tu abuelo Curro Garrido…….rompiendo después a llorar como zagales. De sus
suspiros se descolgaban sílabas que hablaban del hombre que les regaló el sueño
de la tierra y la dignidad del obrero.
Sí tía Zulema fui testigo, el tío Paco, tu difunto marido estuvo entre nosotros,
pues le noté entre las cálidas sombras sonrientes de mi padre, Cristóbal,
también de Pepe, de Teresa, Víctor y Mario. Sentí su abrazo de “cálida sombra”
cuando se me escaparon las primeras lágrimas. Te cuento como fue.
…….Mientras Pedro nuestro alcalde hablaba de que no fue una muerte estéril, sino
una semilla de libertad, la tía Felisa esperaba nerviosa su turno. Entonces fui
testigo de cómo un corro de huerfanitos la serenaban en tanto su longeva hermana
sujetaba entre sus dedos la trémula carta dirigida al padre. Decirte tita que el
entrañable primo Paco, el viejo cura rojo de la familia, escribió esta página de
amor que Felisa nos leyó emocionadamente a todos. Entonces su voz se hizo aire,
y este elevó a los cielos un eco que todos hicimos nuestro. Así de este modo los
siete hermanos recuperaron orgullosos por un instante, el perfumado abrazo de un
padre que se fue sin marcharse.
Sí tía Zulema, mi tita de Montevideo; ten por seguro que Paco Garrido, tu marido
estuvo entre nosotros pues tras los flashes quedaron abrazadas a la última
superviviente, seis sombras cálidas
y sonrientes. Felisa posó bajo la placa que inmortalizaba la hazaña de su padre,
precursor de la primera Reforma Agraria de Andalucía, mártir de la Libertad y de
la Democracia. Pero para mí lo mejor quedaba escrito bajo su busto. Las dos
líneas de un poema recuperado de viejos baúles, donde su hijo Mario lo biografió
magistralmente como ser humano…
“Sangre Caliente de macho
y un corazón de niño”
Luego vinieron más fotos, abrazos entre primos que no nos veíamos desde la
última Garridada, felicitaciones a las autoridades, barril de cerveza para todo
el pueblo invitación de la familia, entrevistas de la televisión local, besos y
más fotos con las dos abuelas sentadas en el sillón. Hablamos de ustedes los que
no pudieron venir y como
sorprendentemente nos reuníamos noventa y uno; más coloquios improvisados donde
se hablaba de aquellos luchadores de la Segunda República y siempre de vez en
cuando con el vaso en la mano echando una miradita a esa placa que ya pendía de
la fachada. La misma que ya inmortaliza para siempre, la peripecia humana de un
hombre que dio su vida por los demás y al que involuntariamente de paso le
hurtaron la infancia plena de sus hijos.
La calle Los Toros fue recuperando su pulso normal pues nos íbamos
paulatinamente a celebrarlo al Madrigal, lugar sobrecogedor con las mismas
coordenadas que el Edén y donde al tío Mario le gustaba vernos a todos juntos.
La noche fue exquisita pues a medida que esta avanzaba se iba remansado el
viento de la tarde y junto al pino grande celebramos una fiesta en la que
disfrutamos desde los niños a los ancianos.
Contábamos con dos camareros, dos barbacoas y un escenario con grandes bafles.
Empezó el espectáculo el músico de la familia; el primo Juan Cristóbal, alias El
Rokero Empotrao que tomó el micro y nos deleitó con una composición flamenca que
había compuesto para el abuelo. Todos nos emocionamos mucho y seguro que tu
difunto se habría arrancado a cantar con su ya sabida querencia por el cante a
la guitarra. Luego vino el desmadre y era una gozada ver a tantos primos bailar
juntos; bueno increíble, con decirte que la tía Felisa vestida con su risa de
cascabeles, agachaba tanto el culo bailando, que si le hubiésemos puesto una
nuez en el suelo, la casca.
Te cuento, la noche fue larga y cálida como nuestros abrazos de despedida para
los que se iban retirando. Poco a poco el vino fue perdiendo su espuma, la luna
se fue adueñando de nuestras miradas y los grillos de nuestras voces.
Apagamos el último foco alimentado por el generador y unos pocos disfrutamos
algo más del Madrigal, ya casi en silencio, siluetándonos con las sombras de la
noche que no se quería despedir.
Fui el último, monté en el coche y antes de tomar la curva que conduce a la
cancela miré por el retrovisor y los vi de nuevo. Eran ellos tita. Fue como un
haz de luz efímero y preñado de espíritus centinelas del tiempo. Arrimaron entre
sí sus viejas sillas de enea en corro de muertos muy vivos y comenzaron a
charlar de lo suyo. De Pepa la Manca, aquella que le limpió la sangre de la boca
del abuelo y como luego junto a Frasquita la Serena le raparon la cabeza y
pasearon su escarnio por el pueblo. De la Reforma Agraria, de las
Colectividades, de Miserias Andaluzas su primera novela, de la Batalla del Ebro
donde estuvo Cristóbal, del Tiempo de la hambre, de boyeros, gañanes, gañanías y
de olivares perdidos. Del sueño terrenal de Curro Garrido. También cómo José
María Pemán dio el plácet para que al abuelo lo pudieran sacar de la cárcel de
Jerez y llevarlo a fusilar a su pueblo; de cómo negó a sus verdugos la venda y
murió mirándolos cara a cara, como los hombres machos. Porque así murió Curro
Garrido, aquel hombre bueno que además de predicar, dio trigo.
Si tita, mi tía la de América, así quedaron garabateados esos seis luceros en el
cristal del recuerdo, abismándose de anhelos perdidos, pero ya juntos a la
estrella y calor de su padre.
Con cariño, tu sobrino Cristóbal
Cristóbal Garrido Jiménez
Jerez de la Frontera a 31 de Agosto de 2010
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@ Antonio Durán Azcárate. 2001 - 2010 Espera ( Cádiz ) ANDALUCÍA - ESPAÑA