SEPTIEMBRE ESPEREÑO, CELEBREMOS EL MISTERIO DE LA CRUZ
Queridos espereños y espereñas, y devotos del Santo Cristo de
la Antigua, venidos de tan diferentes puntos de la geografía peninsular. Nos
disponemos a celebrar festivamente la exaltación de la Santa Cruz. Vivir la cruz
del Santo Cristo implica en cada uno de nosotros un estilo de vida coherente con
lo que decimos creer y celebrar. Este estilo de vida se asienta sobre un
misterio: el misterio de una vida que se genera donde aparece la muerte, el
misterio de un amor que brota donde se manifiesta el odio. La Cruz del Santo
Cristo de la Antigua resume todo esto.
Recordemos que, por una parte, la Cruz es el símbolo del
misterio de la libertad humana rebelde: es producida por la voluntad de rechazo,
de venganza y de autoafirmación hasta la eliminación del otro. Es aquello que
todo ser humano puede llegar a ser cuando rehusa a Dios. Es símbolo del ser
humano caído, del no-ser-humano; símbolo del crimen. Por otra parte, la Cruz es
símbolo del misterio de la libertad humana en su poder: cuando es soportada
dentro de un compromiso para superarla y volverla entonces más inviable en el
mundo; símbolo de otro tipo de vida, descentrada de sí misma, vida del profeta,
del mártir, del revolucionario, de la persona del Reino de Dios. No provoca la
cruz, sino que la soporta; no sólo la soporta, sino que también la combate, y al
combatirla es hecho víctima al ser crucificado; al ser crucificado, puede
transfigurar la cruz haciéndola sacrificio de amor por los otros. Se transforma
en símbolo del hombre y la mujer nuevos y vivientes, símbolo de amor.
Cada cruz contiene una denuncia y un llamamiento: Denuncia el
cerrarse de lo humano sobre sí mismo hasta el punto de crucificar a Dios; y
llamamiento a un amor capaz de soportarlo todo. Esta paradoja de la cruz no se
entiende por la razón, la lógica de la cruz no se realiza sino en la vida:
combatiendo y asumiendo la cruz y la muerte. Así como no se mata el hambre de un
desfallecido haciéndole un discurso sobre el arte culinario, así tampoco se
resuelve el problema del sufrimiento simplemente penando en él. Es comiendo como
se mata el hambre. Es luchando contra el mal como se supera su carácter absurdo.
Como dijo y vivió San Pablo:
"Atribulados en todo, mas no aplastados; perplejos mas no desesperados;
perseguidos más no abandonados; derribados mas no aniquilados. Como
desconocidos, aunque bien conocidos; como quienes están condenados a la muerte,
pero vivos; como tristes, pero siempre alegres; como pobres, aunque enriquecemos
a muchos; como quienes nada tienen, aunque todo lo poseemos" (2 Cor
4.8-9; 6.9-10).
El Santo Cristo nos revela lo que se oculta en el drama de la
cruz y de la muerte: el sentido último de la vida. Al pasar por todo esto,
transfiguró el dolor y la condenación a muerte, haciéndolos un acto de libertad
y de amor que se entrega a sí mismo, un acceso posible a Dios y una nueva
aproximación a aquellos que lo rechazaban: perdonó y se entregó confiadamente a
Alguien mayor. Perdón como forma dolorosa de amor. Entrega confiada como total
descentración de sí mismo para centrarse en Alguien que le sobrepasa y para
arriesgarse al Misterio portador del sentido último de la vida. Esta oportunidad
se nos ofrece: podemos aprovecharla y entonces quedamos sosegados en la
confianza; podemos perderla y entonces zozobraremos en la desesperación. Tanto
el perdón como la confianza, que derrama el Santo Cristo, constituyen las formas
por las cuales no dejamos que el odio y la desesperación se queden con la última
palabra.
Antonio J. Aguilar Verdugo, Párroco de Espera.
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@ Antonio Durán Azcárate. 2001 - 2011 Espera ( Cádiz ) ANDALUCÍA - ESPAÑA