¡Santo Cristo, Tu eres nuestra única y verdadera esperanza!
Un año más, y como es tradicionalmente habitual, nos
disponemos a prepararnos para celebrar nuestras Fiestas Patronales. Dentro de
pocos días, y a lo largo de la segunda semana de septiembre, el Santísimo Cristo
de la Antigua bajará desde su ermita-santuario para estar con nosotros y
situarse en medio de su pueblo.
Gracias Padre, por habernos dado a los espereños lo que más
querías. Gracias Padre, porque tu hijo el Santísimo Cristo de la Antigua, vino a
Espera para hablarnos de Ti.
Contemplando la imagen de nuestro Patrón, tenemos una
manifestación clara de lo que es paradigma excepcional de Liturgia Viva. En
efecto, el Santo Cristo baja de su ermita para salir al encuentro de todos los
espereños y espereñas, nos convoca a la Asamblea de hijos de Dios y nos invita a
conversar con Él, a dialogar sobre su vida y sobre las nuestras, a enseñarnos lo
que fue su vida y a manifestarnos lo que espera de las nuestras. Él nos habla
desde la Cruz, y nos muestra las huellas imborrables e inequívocas de su Pasión,
de su Muerte y también, aunque parezca mentira, de su Resurrección, pues sólo
hay que mirar con detenimiento su boca para apreciar ese esbozo de preciosa y
enigmática sonrisa entre dientes, donde queda claramente de manifiesto la
victoria de la Vida sobre la muerte.
Cristo crucificado, el Santo Cristo, nos invita a
que salgamos a su encuentro, para decirnos que Él es la única esperanza que hay.
Y se nos muestra en la Cruz no en cuanto a sufrimiento, sino en cuanto a
victoria sobre el sufrimiento y camino a una Resurrección, no la cruz como meta,
sino como etapa intermedia que da sentido a una etapa final, que no es la Cruz,
sino la Gloria Eterna.
El Santo Cristo, una vez que entra en la Iglesia, nos va a
acompañar durante una semana; viene para instalarse en “medio” de nosotros. Qué
gran lección nos está dando: toda acción cristiana ha de tener en “medio”, en
“el centro” a Dios mismo, que se ha hecho carne y habita entre nosotros; Cristo
mismo, vivo y presente en su Iglesia, el Jesús de Nazaret, el Jesús de los
Evangelios (y nunca jamás el que cada uno fabricamos a nuestra medida para
aplacar nuestra corrosiva conciencia) debe recobrar su verdadero y único
protagonismo, así como su “prioridad” por encima de todos y de todas las cosas.
El Santo Cristo, piedra angular y roca segura sobre la que podemos construir
nuestras vidas.
Durante su estancia entre nosotros,
en su Iglesia, nos convoca para que constituyamos “La
asamblea litúrgica” que es ante todo comunión en la fe y nos exhorta
a la unión de todos los cristianos para que formemos un
solo cuerpo, en auténtica comunión.
Nos invita para que participemos en las diferentes
celebraciones litúrgicas que se van a llevar a cabo, pero especialmente
nos
invita a todos para que dirijamos nuestra mirada, nuestra mente, nuestros
afectos y nuestro propio cuerpo a lo que constituye la realidad más maravillosa
de la Iglesia: la Santísima Eucaristía, la Santa Misa. Nos incita a ahondar en
la fe católica respecto a la Santa Misa, para celebrarla y vivirla con una
participación más consciente y piadosa, para que nos acerquemos más al fin de la
Iglesia, de su Liturgia y especialmente de la Santa Misa:
¡que Dios sea glorificado y que nosotros seamos
santificados!
Al comienzo de la Celebración Litúrgica pedimos al Santo Cristo que nos perdone
todos nuestros fallos y cuantos errores y sobre todo las faltas de amor hayamos
podido cometer, para inmediatamente alabar, bendecir y glorificar a Dios-Padre a
través del su Hijo el Santísimo Cristo de la Antigua, y gracias a la acción
santificadora del Espíritu Santo.
En la parte de la misa correspondiente a la proclamación de la Palabra Divina,
Dios sale al encuentro de sus hijos y dialoga con nosotros, pues tras la escucha
de las lecturas proclamadas y la homilía pronunciada, viene nuestra meditación,
reflexión, captación e interiorización del mensaje y compromiso adquirido de
poner en práctica las enseñanzas del Maestro.
Seguidamente, y dentro de ese diálogo sincero y abierto,
refrendamos nuestra Fe proclamando el Credo, y a continuación le presentamos las
súplicas por nuestras necesidades y las del mundo entero.
Terminada esta parte, pasamos a la
Liturgia Eucarística propiamente dicha.
Cristo, que está glorioso junto al Padre, que ya se ha
hecho presente y actúa cuando se proclama la Palabra de Dios, porque es Él mismo
quien habla, se hace también presente en la persona del ministro, “ofreciéndose
ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la
Cruz”.
En los signos del
pan y del vino, Cristo mismo, vivo y glorioso, está presente de manera real y
substancial, con su cuerpo, su sangre, su alma y su divinidad.
La Eucaristía es Cristo, presente de forma sacramental.
Terminada la consagración, pasamos al banquete de la Sagrada Comunión. La
ofrenda de Cristo al Padre, que es Él mismo, se nos da en comida y bebida. Al
comulgar con Cristo, ofrecido a Dios, nos dejamos hacer uno con Él, y de esta
forma simbólica se realiza nuestra unión con Jesús muerto y Resucitado. En la
Sagrada Comunión, al recibir a Cristo recibimos el fruto de su sacrificio: el
Espíritu Santo para el perdón y la santificación. La Eucaristía realiza la
unidad de la Iglesia. Cristo nos da el Espíritu Santo, para que seamos un solo
cuerpo y un solo espíritu por la Fe y la Caridad. Eucaristía y Caridad,
Eucaristía y servicio a los pobres, necesitados y desvalidos son inseparables.
La Eucaristía nos ha de llevar a removernos las entrañas, para dejar de mirarnos
al ombligo con nuestras preocupaciones, dándole gracias a nuestro Cristo de la
Antigua por cuanto somos y tenemos, y comprometidos firmemente en trabajar,
individual y colectivamente en socorrer a tantísimas personas, que están
esperando ansiosas nuestra ayuda. Por ello tengamos siempre en cuenta las
siguientes palabras de Jesús: “Si traes tu ofrenda
al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí
tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y
entonces ven y presenta tu ofrenda.
(Lucas 5, 23-24).
De esta fuente del Banquete
Eucarístico, emana toda la vida cristiana. Es comiendo el Cuerpo y bebiendo la
Sangre de Cristo como adquirimos la fuerza y la energía necesaria y suficiente
para actuar conforme a la propuesta de Jesús: la santificación diaria en la vida
familiar, en el ámbito laboral, en nuestros ratos de ocio, en la edificación de
la sociedad y sobre todo
en la donación, en
la entrega y en el servicio generoso y desinteresado a nuestros hermanos, y muy
especialmente a los más necesitados. De
aquí también brota la misión de la Iglesia en la tarea de la evangelización,
para anunciar a
Cristo a todos los hombres.
Finalmente, damos gracias a Dios, lo glorificamos
nuevamente y salimos, tras recibir su bendición, dispuestos a realizar la tarea
que El Santo Cristo nos tiene encomendada: ser fiel reflejo de Él ante nuestros
hermanos.
Debemos ser conscientes y tener siempre presente que la
Eucaristía es obra y acción del mismo Jesucristo vivo y presente, y un don del
propio Jesucristo. Él instituyó el memorial de su pasión en la noche de su
entrega, como sacrificio perpetuo, y lo dio a la Iglesia como don y como
mandato: Haced esto en memoria mía. Así, pues, recibimos a la Santa Misa, como
el don, el regalo supremo de Cristo, que recibimos con amor y gratitud y también
como orden suya que la Iglesia tiene la obligación de cuidar
y obedecer.
Nuestro Santísimo Cristo de la Antigua, vuelve a su casa del
Castillo, en medio de la expectación, del fervor, del testimonio sincero, fiel y
valiente de todos y cada uno de los espereños y de cuantos devotos y devotas le
adoran y veneran, niños y mayores, jóvenes y ancianos, hombres y mujeres, y tras
de Sí va dejando un reguero de Gracia, una Gracia de Dios, que se derrama a
raudales sobre cuantos acudimos a su llamada ya sea presentes físicamente o
presentes en espíritu y corazón.
El Santísimo Cristo entra en su morada. Él ha estado grande
con nosotros y estamos alegres. Nos abrazamos a Él y le juramos adoración
eterna, pero en la penúltima mirada antes de la despedida, con un hasta luego,
sentimos que emana Vida, Esperanza, Seguridad, Paz, Resurrección,…, y además
redescubrimos el Amor con que Dios nos ha amado en su Hijo Jesucristo, en
nuestro Santo Cristo, que en la Cruz vence al pecado y a la muerte con la total
entrega de Sí mismo.
Cuando vamos saliendo por
la puerta de la ermita-santuario sentimos como si alguien nos tocara en el
hombro, y al mismo tiempo escuchamos como en un susurro que dice:
Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas
a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente del Pueblo sencillo y
humilde de Espera. Si, Padre, así te ha parecido mejor.
Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y
nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. Cargad
con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis
vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera. (San Mateo 11,
25-30)
Y, entonces, recordamos y resuenan en nuestro interior aquellas Palabras de
aquellos dos hombres vestidos de blanco, el día de la Ascensión:
“Espereños, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al Cristo, mirando al Cielo? El
mismo Jesús, Vuestro Santo Cristo de la Antigua, que os ha dejado para quedarse
en su casa, para subir al Cielo, volveré año tras año, hasta que vuelva
definitivamente como Le habéis visto marcharse”. (Hch 1,11)
Y estas otras:
En aquel tiempo, uno de los letrados
se acercó a Jesús y le preguntó: ¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?
Jesús le contestó: El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, El
Santísimo Cristo de la Antigua de Espera, es el único Señor, y amarás al Señor,
tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas
tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro
mandamiento mayor que éstos.
(Marcos
12, 28-31).
Y también las siguientes:
“Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda
criatura. El que crea y sea bautizado, se salvará; pero el que no crea, se
condenará”. (Marcos
16, 15-17).
Desde el Grupo de Liturgia de la Parroquia Santa María de
Gracia, estos son los objetivos programados:
§
Leer, por parte de los
componentes del grupo encargado de la organización de la Liturgia, con
frecuencia semanal, las lecturas propuestas por la Santa Madre Iglesia, para la
Liturgia Dominical.
§
Reflexionar y meditar
acerca de las lecturas proclamadas.
§
Intervención final del
Párroco, para corregir errores, aclarar dudas y puntualizar las verdaderas
enseñanzas que fluyen de dichas lecturas.
§
Interiorizar las enseñanzas
emanadas del proceso anterior, a los efectos de proclamar de la forma más fiel y
fidedigna posible, las lecturas bíblicas correspondientes, para llegar de la
mejor manera a los feligreses.
§
Adecuar el espacio
eclesial, con la limpieza, la ornamentación y cuantos detalles contribuyan al
engrandecimiento y engalanamiento del templo parroquial.
§
Prestar especial atención a
las diferentes posturas religiosas según los momentos de la Celebración
Litúrgica, la dignidad de los gestos y la belleza de su arte, siendo
especialmente cuidadosos en la actitud reverente ante Su Divina Majestad.
§
Elegir y ensayar las
canciones en consonancia con la liturgia del día,
apreciándose el valor del canto verdaderamente litúrgico. “Ciertamente no
podemos decir que en la liturgia sirva cualquier canto. A este respecto se ha de
evitar la fácil improvisación o la introducción de géneros musicales no
respetuosos del sentido de la Liturgia,
y
§
Preparar las ofrendas que
se presentarán en el ofertorio, acordes a la festividad litúrgica que se
celebre.
Y todo ello, con el único y firme propósito de que nuestra
participación en la celebración litúrgica contribuya, dentro de la humildad más
respetuosa y de nuestro respeto más escrupuloso, a la mayor solemnidad y
dignificación de dichas celebraciones, teniendo siempre presente que el único y
auténtico protagonista es Jesucristo y nosotros meros invitados al Banquete
Eucarístico, y que el fin último es glorificar a Dios-Padre, a través de su Hijo
nuestro Señor Jesucristo, en la venerable imagen de nuestro Santísimo Cristo de
la Antigua, en la unidad del Espíritu Santo; fuerza, esperanza y alimento de
Vida Eterna, que nos impulsa a proclamar el Evangelio y a intentar vivir de
acuerdo con el plan de vida proclamado por El Santo Cristo en las
Bienaventuranzas. Con Su ayuda y toda confianza depositada en Él, con seguridad
indudable iremos consiguiéndolo.
A todos cuantos leyeren este artículo, les pedimos que
unan sus voces a las de nuestro grupo de Liturgia, para gritar a los cuatro
vientos: ¡¡Viva el
Santísimo Cristo de la Antigua!!
¡Felices Fiestas patronales!
Que Él nos guarde, nos guíe y nos bendiga.
Antonio Jesús Mariscal Bautista, coordinador de
El GRUPO DE LITURGIA DE NUESTRA PARROQUIA DE SANTA
MARÍA DE GRACIA.
DIÓCESIS DE ASIDONIA-JEREZ.
ESPERA (CÁDIZ).
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@ Antonio Durán Azcárate. 2001 - 2011 Espera ( Cádiz ) ANDALUCÍA - ESPAÑA