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REVISTA DEL CRISTO 2011

¡Santo Cristo, Tú eres nuestra única y verdadera esperanza!

 

¡Santo Cristo, Tu eres nuestra única y verdadera esperanza!

 

Un año más, y como es tradicionalmente habitual, nos disponemos a prepararnos para celebrar nuestras Fiestas Patronales. Dentro de pocos días, y a lo largo de la segunda semana de septiembre, el Santísimo Cristo de la Antigua bajará desde su ermita-santuario para estar con nosotros y situarse en medio de su pueblo.

Gracias Padre, por habernos dado a los espereños lo que más querías. Gracias Padre, porque tu hijo el Santísimo Cristo de la Antigua, vino a Espera para hablarnos de Ti.

Contemplando la imagen de nuestro Patrón, tenemos una manifestación clara de lo que es paradigma excepcional de Liturgia Viva. En efecto, el Santo Cristo baja de su ermita para salir al encuentro de todos los espereños y espereñas, nos convoca a la Asamblea de hijos de Dios y nos invita a conversar con Él, a dialogar sobre su vida y sobre las nuestras, a enseñarnos lo que fue su vida y a manifestarnos lo que espera de las nuestras. Él nos habla desde la Cruz, y nos muestra las huellas imborrables e inequívocas de su Pasión, de su Muerte y también, aunque parezca mentira, de su Resurrección, pues sólo hay que mirar con detenimiento su boca para apreciar ese esbozo de preciosa y enigmática sonrisa entre dientes, donde queda claramente de manifiesto la victoria de la Vida sobre la muerte.  Cristo crucificado, el Santo Cristo, nos invita a que salgamos a su encuentro, para decirnos que Él es la única esperanza que hay. Y se nos muestra en la Cruz no en cuanto a sufrimiento, sino en cuanto a victoria sobre el sufrimiento y camino a una Resurrección, no la cruz como meta, sino como etapa intermedia que da sentido a una etapa final, que no es la Cruz, sino la Gloria Eterna.

El Santo Cristo, una vez que entra en la Iglesia, nos va a acompañar durante una semana; viene para instalarse en “medio” de nosotros. Qué gran lección nos está dando: toda acción cristiana ha de tener en “medio”, en “el centro” a Dios mismo, que se ha hecho carne y habita entre nosotros; Cristo mismo, vivo y presente en su Iglesia, el Jesús de Nazaret, el Jesús de los Evangelios (y nunca jamás el que cada uno fabricamos a nuestra medida para aplacar nuestra corrosiva conciencia) debe recobrar su verdadero y único protagonismo, así como su “prioridad” por encima de todos y de todas las cosas. El Santo Cristo, piedra angular y roca segura sobre la que podemos construir nuestras vidas.

Durante su estancia entre nosotros, en su Iglesia, nos convoca para que constituyamos “La asamblea litúrgica” que es ante todo comunión en la fe y nos exhorta a la unión de todos los cristianos para que formemos un solo cuerpo, en auténtica comunión. Nos invita para que participemos en las diferentes celebraciones litúrgicas que se van a llevar a cabo, pero especialmente  nos invita a todos para que dirijamos nuestra mirada, nuestra mente, nuestros afectos y nuestro propio cuerpo a lo que constituye la realidad más maravillosa de la Iglesia: la Santísima Eucaristía, la Santa Misa. Nos incita a ahondar en la fe católica respecto a la Santa Misa, para celebrarla y vivirla con una participación más consciente y piadosa, para que nos acerquemos más al fin de la Iglesia, de su Liturgia y especialmente de la Santa Misa: ¡que Dios sea glorificado y que nosotros seamos santificados!

Al comienzo de la Celebración Litúrgica pedimos al Santo Cristo que nos perdone todos nuestros fallos y cuantos errores y sobre todo las faltas de amor hayamos podido cometer, para inmediatamente alabar, bendecir y glorificar a Dios-Padre a través del su Hijo el Santísimo Cristo de la Antigua, y gracias a la acción santificadora del Espíritu Santo.

En la parte de la misa correspondiente a la proclamación de la Palabra Divina, Dios sale al encuentro de sus hijos y dialoga con nosotros, pues tras la escucha de las lecturas proclamadas y la homilía pronunciada, viene nuestra meditación, reflexión, captación e interiorización del mensaje y compromiso adquirido de poner en práctica las enseñanzas del Maestro.

Seguidamente, y dentro de ese diálogo sincero y abierto, refrendamos nuestra Fe proclamando el Credo, y a continuación le presentamos las súplicas por nuestras necesidades y las del mundo entero.

Terminada esta parte, pasamos a la Liturgia Eucarística propiamente dicha. Cristo, que está glorioso junto al Padre, que ya se ha hecho presente y actúa cuando se proclama la Palabra de Dios, porque es Él mismo quien habla, se hace también presente en la persona del ministro, “ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la Cruz”.  En los signos del pan y del vino, Cristo mismo, vivo y glorioso, está presente de manera real y substancial, con su cuerpo, su sangre, su alma y su divinidad. La Eucaristía es Cristo, presente de forma sacramental.

Terminada la consagración, pasamos al banquete de la Sagrada Comunión. La ofrenda de Cristo al Padre, que es Él mismo, se nos da en comida y bebida. Al comulgar con Cristo, ofrecido a Dios, nos dejamos hacer uno con Él, y de esta forma simbólica se realiza nuestra unión con Jesús muerto y Resucitado. En la Sagrada Comunión, al recibir a Cristo recibimos el fruto de su sacrificio: el Espíritu Santo para el perdón y la santificación. La Eucaristía realiza la unidad de la Iglesia. Cristo nos da el Espíritu Santo, para que seamos un solo cuerpo y un solo espíritu por la Fe y la Caridad. Eucaristía y Caridad, Eucaristía y servicio a los pobres, necesitados y desvalidos son inseparables. La Eucaristía nos ha de llevar a removernos las entrañas, para dejar de mirarnos al ombligo con nuestras preocupaciones, dándole gracias a nuestro Cristo de la Antigua por cuanto somos y tenemos, y comprometidos firmemente en trabajar, individual y colectivamente en socorrer a tantísimas personas, que están esperando ansiosas nuestra ayuda. Por ello tengamos siempre en cuenta las siguientes palabras de Jesús: “Si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda. (Lucas 5, 23-24).

De esta fuente del Banquete Eucarístico, emana toda la vida cristiana. Es comiendo el Cuerpo y bebiendo la Sangre de Cristo como adquirimos la fuerza y la energía necesaria y suficiente para actuar conforme a la propuesta de Jesús: la santificación diaria en la vida familiar, en el ámbito laboral, en nuestros ratos de ocio, en la edificación de la sociedad y sobre todo en la donación, en la entrega y en el servicio generoso y desinteresado a nuestros hermanos, y muy especialmente a los más necesitados. De aquí también brota la misión de la Iglesia en la tarea de la evangelización, para anunciar a Cristo a todos los hombres.

Finalmente, damos gracias a Dios, lo glorificamos nuevamente y salimos, tras recibir su bendición, dispuestos a realizar la tarea que El Santo Cristo nos tiene encomendada: ser fiel reflejo de Él ante nuestros hermanos.  

Debemos ser conscientes y tener siempre presente que la Eucaristía es obra y acción del mismo Jesucristo vivo y presente, y un don del propio Jesucristo. Él instituyó el memorial de su pasión en la noche de su entrega, como sacrificio perpetuo, y lo dio a la Iglesia como don y como mandato: Haced esto en memoria mía. Así, pues, recibimos a la Santa Misa, como el don, el regalo supremo de Cristo, que recibimos con amor y gratitud y también como orden suya que la Iglesia tiene la obligación de cuidar  y obedecer.

Nuestro Santísimo Cristo de la Antigua, vuelve a su casa del Castillo, en medio de la expectación, del fervor, del testimonio sincero, fiel y valiente de todos y cada uno de los espereños y de cuantos devotos y devotas le adoran y veneran, niños y mayores, jóvenes y ancianos, hombres y mujeres, y tras de Sí va dejando un reguero de Gracia, una Gracia de Dios, que se derrama a raudales sobre cuantos acudimos a su llamada ya sea presentes físicamente o presentes en espíritu y corazón.

El Santísimo Cristo entra en su morada. Él ha estado grande con nosotros y estamos alegres. Nos abrazamos a Él y le juramos adoración eterna, pero en la penúltima mirada antes de la despedida, con un hasta luego, sentimos que emana Vida, Esperanza, Seguridad, Paz, Resurrección,…, y además redescubrimos el Amor con que Dios nos ha amado en su Hijo Jesucristo, en nuestro Santo Cristo, que en la Cruz vence al pecado y a la muerte con la total entrega de Sí mismo.

Cuando vamos saliendo por la puerta de la ermita-santuario sentimos como si alguien nos tocara en el hombro, y al mismo tiempo escuchamos como en un susurro que dice:

Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente del Pueblo sencillo y humilde de Espera. Si, Padre, así te ha parecido mejor.

Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar.

Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera. (San Mateo 11, 25-30)

Y, entonces, recordamos y resuenan en nuestro interior aquellas Palabras de aquellos dos hombres vestidos de blanco, el día de la Ascensión:

“Espereños, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al Cristo, mirando al Cielo? El mismo Jesús, Vuestro Santo Cristo de la Antigua, que os ha dejado para quedarse en su casa, para subir al Cielo, volveré año tras año, hasta que vuelva definitivamente como Le habéis visto marcharse”. (Hch 1,11)

Y estas otras:

En aquel tiempo, uno de los letrados se acercó a Jesús y le preguntó: ¿Cuál es el primero de todos los mandamientos? Jesús le contestó: El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, El Santísimo Cristo de la Antigua de Espera, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que éstos. (Marcos 12, 28-31).

 

Y también las siguientes:

“Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que crea y sea bautizado, se salvará; pero el que no crea, se condenará”. (Marcos 16, 15-17).

Desde el Grupo de Liturgia de la Parroquia Santa María de Gracia, estos son los objetivos programados:

§ Leer, por parte de los componentes del grupo encargado de la organización de la Liturgia, con frecuencia semanal, las lecturas propuestas por la Santa Madre Iglesia, para la Liturgia Dominical.

§ Reflexionar y meditar acerca de las lecturas proclamadas.

§ Intervención final del Párroco, para corregir errores, aclarar dudas y puntualizar las verdaderas enseñanzas que fluyen de dichas lecturas.

§ Interiorizar las enseñanzas emanadas del proceso anterior, a los efectos de proclamar de la forma más fiel y fidedigna posible, las lecturas bíblicas correspondientes, para llegar de la mejor manera a los feligreses.

§ Adecuar el espacio eclesial, con la limpieza, la ornamentación y cuantos detalles contribuyan al engrandecimiento y engalanamiento del templo parroquial.

§ Prestar especial atención a las diferentes posturas religiosas según los momentos de la Celebración Litúrgica, la dignidad de los gestos y la belleza de su arte, siendo especialmente cuidadosos en la actitud reverente ante Su Divina Majestad.

§ Elegir y ensayar las canciones en consonancia con la liturgia del día, apreciándose el valor del canto verdaderamente litúrgico. “Ciertamente no podemos decir que en la liturgia sirva cualquier canto. A este respecto se ha de evitar la fácil improvisación o la introducción de géneros musicales no respetuosos del sentido de la Liturgia, y

§ Preparar las ofrendas que se presentarán en el ofertorio, acordes a la festividad litúrgica que se celebre.

Y todo ello, con el único y firme propósito de que nuestra participación en la celebración litúrgica contribuya, dentro de la humildad más respetuosa y de nuestro respeto más escrupuloso, a la mayor solemnidad y dignificación de dichas celebraciones, teniendo siempre presente que el único y auténtico protagonista es Jesucristo y nosotros meros invitados al Banquete Eucarístico, y que el fin último es glorificar a Dios-Padre, a través de su Hijo nuestro Señor Jesucristo, en la venerable imagen de nuestro Santísimo Cristo de la Antigua, en la unidad del Espíritu Santo; fuerza, esperanza y alimento de Vida Eterna, que nos impulsa a proclamar el Evangelio y a intentar vivir de acuerdo con el plan de vida proclamado por El Santo Cristo en las Bienaventuranzas. Con Su ayuda y toda confianza depositada en Él, con seguridad indudable iremos consiguiéndolo.

A todos cuantos leyeren este artículo, les pedimos que unan sus voces a las de nuestro grupo de Liturgia, para gritar a los cuatro vientos: ¡¡Viva el Santísimo Cristo de la Antigua!!

¡Felices Fiestas patronales!

Que Él nos guarde, nos guíe y nos bendiga.

 

Antonio Jesús Mariscal Bautista, coordinador de

El GRUPO DE LITURGIA DE NUESTRA PARROQUIA DE SANTA MARÍA DE GRACIA.

DIÓCESIS DE ASIDONIA-JEREZ.

ESPERA (CÁDIZ).

 

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