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REVISTA DEL CRISTO 2010

“Santísimo Cristo de la Antigua, protégenos”

 

“Santísimo Cristo de la Antigua, protégenos”

 

            A la memoria de Don Vicente Vega Garrido, señor y caballero espereño, al que tuve el honor de conocer y tratar. Su devoción al Santísimo Cristo de la Antigua y a Nuestra Señora de la Soledad bien merece que los haga yo notar.

            Todavía recuerdo y me llena de estupor la historia que un señor murciano, que había aprovechado un viaje a Jerez para pasar por ese pueblo y comprar aceite en el famoso Molino de los Diezmos espereño, me contó mientras tomábamos un café en el restaurante “Frasquito”, en nuestro pueblo de Espera. Todavía estaba muy nervioso y le invité a charlar. Él, como desahogo, no tuvo inconveniente; mas, antes me preguntó: - “¿Es cierto que esta tarde se entierra a Don Vicente Vega Garrido, dueño del molino de aceite?”

-Totalmente cierto. A las campanas hemos oído tañir. Esta misma tarde es el entierro.

El señor murciano se removió nervioso en su asiento y comenzó a narrarme su historia, la cual yo transmito como ejemplo de protección que el Santísimo Cristo de la Antigua lleva a cabo con todos sus devotos.

-¡Qué fresco hace hoy!  Si no fuera por saludar  a  Vicente y por comprar un aceite tan bueno …

            Esto decía un señor de Murcia mientras bajaba de su coche el 8 de marzo de 2007. Dirigió sus pasos hacia el viejo y bello edificio (antigua Casa de los Diezmos) un poco preocupado por no ver a nadie y estar la puerta aparentemente cerrada. Era extraño pues, incluso los domingos, abrían para la venta de aceite. Se acercó a la puerta de entrada, empujó y ésta cedió. Entró en el molino, atravesó un corto pasillo e iba a girar hacia la derecha cuando vio a su amigo Vicente Vega de pie en el patio mirando el reloj solar de piedra.

            -Pensaba, Vicente, que no había nadie. Esto está hoy muy solo.

            -Estaba esperándote- dijo Vicente. Las cinco garrafas que quieres están colocadas en la entrada, a la izquierda. La factura también la tienes preparadas para que la firmes. Estoy aguardándote para llevarte a la ermita del Santísimo Cristo de la Antigua; hoy podrás cumplir tu deseo ya que la ermita del castillo estará abierta. Así que recoge las garrafas, mételas en el maletero y vamos andando hacia la ermita o santuario del castillo. Hoy verás la imagen.

            Rápidamente firmó la factura, recogió y metió en el amplio maletero las garrafas y alegremente dijo el señor murciano:

            -No viene mal estirar las piernas, recorrer una empinada cuesta y hacer deporte. Estoy deseoso de ver esa imagen tan alabada. ¿Seguro, Vicente, que está abierto el santuario?

            -Totalmente seguro. Tengo una cita allí mismo dentro de un rato  contestó mostrando una ligera sonrisa.

            Subieron la cuesta hacia el santuario. El foráneo quedose maravillado de la facilidad con la que subía su amigo Vicente. Aprovechando que oía una coplilla desde una bocacalle, hizo una breve parada:

Rapidito y bien subía

la ladera del Señor;

allí Soledad María,

junto al Cristo de amor,

van a darle compañía.

            Continuaron su ascensión y llegaron por fin ante la puerta de la antigua ermita, la cual forma parte de un viejo castillo. Esa puerta se abrió silenciosamente entrando Vicente y, tras él, su amigo. La ermita-santuario es chiquita y preciosa; a la derecha está la Virgen de la Paz; a la izquierda un pequeño altar que contiene los restos de San Prudencio mártir; al frente vio la imagen del Santísimo Cristo, metida en su urna. Parecía que aquella venerada imagen estaba a punto de salir de la urna, casi parecía moverse.

- ¡Es muy bella! Merece la pena la subida que me he pegado, amigo Vicente - exclamó volviéndose.

            De repente, notó algo raro en el ambiente; sus ojos comenzaron a sentirse deslumbrados; aún así, observó que entraba una señora de rasgos finos y delicados, vestida denegro; incluso veía a su amigo Vicente muy difuminado: Tragó saliva, pensó que sería la consecuencia del esfuerzo de la subida.

            -No te asustes, amigo; quiero que comuniques a mi familia que no debe sufrir por mí. Voy a un juicio pero llevo a los dos mejores abogados que existen: El Santo Cristo de la Antigua y Nuestra Señora de la soledad, mi amada virgen. Además me hará también compañía en el “viaje” mi niño Francisco José.

            En ese momento el foráneo vio entrar una figura vaporosa y joven por la puerta de la ermita que se colocó al lado de la bella mujer de negro. Igualmente escuchó a su espalda un ruido de cómo si alguien, lentamente, se acercara desde el fondo de la ermita; pero no se atrevió a volverse. De nuevo, Vicente le dijo:

 

            Tranquilízate, buen amigo; nada te va a pasar. Cuenta lo que has visto y comunica este mensaje final a mi familia:

 

Llegado este momento,

no sufras mi amada y querida Paca;

ni tú, mi niña Isabel María,

ni tú, hijo Vicente,

ni tú, mi fiel Domingo.

En muy buena compañía

rindo cuentas de mis días.

 

Juan José Soler.

 

 

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