“Santísimo Cristo de la Antigua, protégenos”
A la memoria de Don Vicente Vega Garrido, señor y caballero espereño, al
que tuve el honor de conocer y tratar. Su devoción al Santísimo Cristo de la
Antigua y a Nuestra Señora de la Soledad bien merece que los haga yo notar.
Todavía recuerdo y me llena de estupor la historia que un señor murciano,
que había aprovechado un viaje a Jerez para pasar por ese pueblo y comprar
aceite en el famoso Molino de los Diezmos espereño, me contó mientras tomábamos
un café en el restaurante “Frasquito”, en nuestro pueblo de Espera. Todavía
estaba muy nervioso y le invité a charlar. Él, como desahogo, no tuvo
inconveniente; mas, antes me preguntó: - “¿Es cierto que esta tarde se entierra
a Don Vicente Vega Garrido, dueño del molino de aceite?”
-Totalmente cierto. A las campanas hemos oído tañir. Esta misma tarde es el
entierro.
El señor murciano se removió nervioso en su asiento y comenzó a narrarme su
historia, la cual yo transmito como ejemplo de protección que el Santísimo
Cristo de la Antigua lleva a cabo con todos sus devotos.
-¡Qué fresco hace hoy! Si no fuera
por saludar a
Vicente y por comprar un aceite tan bueno …
Esto decía un señor de Murcia mientras bajaba de su coche el 8 de marzo
de 2007. Dirigió sus pasos hacia el viejo y bello edificio (antigua Casa de los
Diezmos) un poco preocupado por no ver a nadie y estar la puerta aparentemente
cerrada. Era extraño pues, incluso los domingos, abrían para la venta de aceite.
Se acercó a la puerta de entrada, empujó y ésta cedió. Entró en el molino,
atravesó un corto pasillo e iba a girar hacia la derecha cuando vio a su amigo
Vicente Vega de pie en el patio mirando el reloj solar de piedra.
-Pensaba, Vicente, que no había nadie. Esto está hoy muy solo.
-Estaba esperándote- dijo Vicente. Las cinco garrafas que quieres están
colocadas en la entrada, a la izquierda. La factura también la tienes preparadas
para que la firmes. Estoy aguardándote para llevarte a la ermita del Santísimo
Cristo de la Antigua; hoy podrás cumplir tu deseo ya que la ermita del castillo
estará abierta. Así que recoge las garrafas, mételas en el maletero y vamos
andando hacia la ermita o santuario del castillo. Hoy verás la imagen.
Rápidamente firmó la factura, recogió y metió en el amplio maletero las
garrafas y alegremente dijo el señor murciano:
-No viene mal estirar las piernas, recorrer una empinada cuesta y hacer
deporte. Estoy deseoso de ver esa imagen tan alabada. ¿Seguro, Vicente, que está
abierto el santuario?
-Totalmente seguro. Tengo una cita allí mismo dentro de un rato
contestó mostrando una ligera sonrisa.
Subieron la cuesta hacia el santuario. El foráneo quedose maravillado de
la facilidad con la que subía su amigo Vicente. Aprovechando que oía una
coplilla desde una bocacalle, hizo una breve parada:
Rapidito y bien subía
la ladera del Señor;
allí Soledad María,
junto al Cristo de amor,
van a darle compañía.
Continuaron su ascensión y llegaron por fin ante la puerta de la antigua
ermita, la cual forma parte de un viejo castillo. Esa puerta se abrió
silenciosamente entrando Vicente y, tras él, su amigo. La ermita-santuario es
chiquita y preciosa; a la derecha está la Virgen de la Paz; a la izquierda un
pequeño altar que contiene los restos de San Prudencio mártir; al frente vio la
imagen del Santísimo Cristo, metida en su urna. Parecía que aquella venerada
imagen estaba a punto de salir de la urna, casi parecía moverse.
- ¡Es muy bella! Merece la pena la subida que me he pegado, amigo Vicente -
exclamó volviéndose.
De repente, notó algo raro en el ambiente; sus ojos comenzaron a sentirse
deslumbrados; aún así, observó que entraba una señora de rasgos finos y
delicados, vestida denegro; incluso veía a su amigo Vicente muy difuminado:
Tragó saliva, pensó que sería la consecuencia del esfuerzo de la subida.
-No te asustes, amigo; quiero que comuniques a mi familia que no debe
sufrir por mí. Voy a un juicio pero llevo a los dos mejores abogados que
existen: El Santo Cristo de la Antigua y Nuestra Señora de la soledad, mi amada
virgen. Además me hará también compañía en el “viaje” mi niño Francisco José.
En ese momento el foráneo vio entrar una figura vaporosa y joven por la
puerta de la ermita que se colocó al lado de la bella mujer de negro. Igualmente
escuchó a su espalda un ruido de cómo si alguien, lentamente, se acercara desde
el fondo de la ermita; pero no se atrevió a volverse. De nuevo, Vicente le dijo:
Tranquilízate, buen amigo; nada te va a pasar. Cuenta lo que has visto y
comunica este mensaje final a mi familia:
Llegado este momento,
no sufras mi amada y querida Paca;
ni tú, mi niña Isabel María,
ni tú, hijo Vicente,
ni tú, mi fiel Domingo.
En muy buena compañía
rindo cuentas de mis días.
Juan José Soler.
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@ Antonio Durán Azcárate. 2001 - 2010 Espera ( Cádiz ) ANDALUCÍA - ESPAÑA