¡Santo Cristo: cuán grande es nuestro amor hacia ti!
Cuando te piden que escribas algo par la Revista del Cristo, la verdad es que,
contarías tantas cosas, que no sabes muy bien por dónde empezar.
En estos momentos, me vienen a la mente, recuerdos de mi infancia, de mi
colegio, de mis compañeras y compañeros de clase, de mis amigas, de los
profesores y profesoras; especialmente de dos de mis profesoras: Doña Ana y Doña
Carmina, dos mujeres a las que hoy en día sigo teniendo mucho cariño y gran
respeto. De manera muy especial, recuerdo a Doña Ana, dando clases de Religión,
y esa manera tan característica que tenía de inculcarnos la Fe, y convencernos
de que Jesús era el mejor amigo de todos los niños.
Por supuesto, yo siempre me lo creí, y como todo espereño, a nuestro amigo
Jesús, lo vemos reflejado en la imagen de nuestro Santo Cristo.
Fui una niña feliz y todos los días le daba gracias a Dios por ello.
Fui creciendo y me hice una adolescente, convencida de que tenía el mejor amigo
que se podía tener.
Confiaba plenamente en el Santo Cristo. Le contaba todo lo que en mi vida
pasaba, tanto mis alegrías como mis penas, mis ilusiones y mis decepciones, mis
logros y mis fracasos; siempre segura de que me escuchaba y que estaba conmigo.
Me hice adulta y, aunque el destino quiso que viviera lejos de Espera, nunca
dejé de sentir ese amor, que todos los espereños sentimos por nuestro Santo
Cristo.
Hasta que un día me decepcionó. La decepción que sentí fue tan grande, que llevo
casi once años enfadada con Él. Dije que no volvería a verle, y llevo muchos
años sin subir al Castillo.
Cuando me enfadé con Él, estaba trabajando, cuidando a personas mayores. Todas
las tardes, de todos los días, yo las pasaba acompañando a la Señora Lorenza,
una mujer que había sufrido una trombosis.
A mí me parecía una enfermedad tan dura y tan cruel que no pasaba ni un día, sin
que yo hablara con El Santo Cristo para pedirle que, a mi madre, no me la dejara
nunca como a la Señora Lorenza.
Estaba segura de que me escuchaba y que mis peticiones, las tendría en cuenta.
Pero, cuál fue mi sorpresa, cuando un día me llamó mi hermana, para decirme que
a nuestra madre le había dado una trombosis. ¡No me lo podía creer! Reaccioné
con rabia y sentí una gran decepción. Toda mi Fe, mis rezos y peticiones no
habían servido para nada. Justo, mi madre estaba, como yo tantas veces le había
pedido que no me la dejara.
Después de llevar tantos años enfadada con el Santo Cristo, creo que el poder
contarlo, me ha servido de desahogo, y esto hace que me sienta algo mejor; y a
partir de ahora, seguro que empezaré a ver las cosas de otra manera.
Cada vez que tengo ocasión de estar con mis padres, intento cuidarles lo mejor
que puedo, y darles todo el cariño que se merecen.
Siento que la enfermedad de mi madre está sirviendo para que, de alguna manera,
les recompensemos de todo lo que ellos han tenido que trabajar y sufrir para
criar a ocho hijos.
Hace veintiséis años que, por circunstancias de la vida, no he podido ver al
Cristo en sus Fiestas Patronales. Creo que este año, si Él quiere, voy a poder
verlo, por lo menos el día de la bajada, y seguro que aprovecharé ese encuentro
para hacer las paces, porque, si algo no quiero, es seguir siendo una espereña
enfadada con su Cristo.
Mª. Dolores Cano Castillo
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@ Antonio Durán Azcárate. 2001 - 2010 Espera ( Cádiz ) ANDALUCÍA - ESPAÑA