“…Terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y se lo llevaron para crucificarlo. Al salir encontraron a un hombre de Cirene que se llamaba Simón y lo forzaron a llevar su cruz…”
Mt. 27, 31 – 32
Así relata San Mateo el comienzo de la Pasión de Jesús y cuántas veces la hemos leído y la hemos visionado en nuestra mente intentando imaginar lo que Jesús sintió en esos momentos cuando portaba la Cruz con su cara ensangrentada por la corona de espinas, su espalda abierta por los latigazos, sus muñecas abiertas por tanto golpe recibido y encima soportando la burla de los romanos, y aun así Jesús se mantenía callado. El permanecía callado porque cumplía la voluntad del Padre: “Padre mío si es posible, que se aleje de mi ese trago. Sin embargo, no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres Tú” (Mt. 26, 36)
Bendito silencio el de Jesús: silencio ante el Sanedrín que lo acusaba, silencio ante Pilatos, silencio cuando el pueblo gritaba la liberación de Barrabás, cuando le azotaban, cuando le coronaron de espinas, cuando le crucificaban, cuando le insultaban camino del Calvario… Silencio, siempre silencio.
Con esta conducta, Jesús nos enseña lo importante que es el silencio en muchas ocasiones y como todo esto vuelve a cobrar vida la Madrugada del Viernes Santo, al ver a nuestro Nazareno y nuestra Madre llena de Dolores por nuestras calles, con el que sobran las palabras. Acompañamos así a Jesús en su silencio, haciéndonos uno con Él e intentando ser ese Cireneo que callado ayuda como puede al Señor en ese momento de dolor y tristeza y lo acompañamos haciéndole sentir que no está solo, que tiene muchos cireneos.
Y en estos momentos nuestra oración callada y abrazada por el frío de la noche e iluminada por los cirios gastados, debe tener presente a tantos y tantos que aun permanecen callados y que no se les da oportunidad de poder lazar la voz, y que siguen siendo despreciados, marginados, explotados, abandonados o asesinados, para que nuestro silencio y nuestra oración en esa noche se unan con Jesús por todos esos nuestros Hermanos.
Participemos, pues un año más en esta Semana Santa con devoción, pero también y sobre todo con nuestro compromiso ante los demás como Jesús lo hizo, hasta el extremo de lavar los pies a sus discípulos como signo de su servicio humilde y sencillo, para luego morir crucificado entregándonos hasta su último aliento de amor y Resucitar para vivir para siempre en medio de nosotros.
Que Nuestro padre Jesús Nazareno y su madre Nuestra Señora de los Dolores nos bendigan a todos.
Miguel Salas Romano
Hermano Mayor
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@ Antonio Durán Azcárate. 2001 - 2004 Espera ( Cádiz ) ANDALUCÍA - ESPAÑA