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La Cuaresma es uno de los tiempos en que más urgentemente somos invitados a confrontar día tras día nuestra vida con la Palabra de Dios, para renovarnos cara a la Pascua.
Cuaresma y Pascua forman parte de una misma realidad. Cuarenta días de Cuaresma, camino hacia la Cruz. Cincuenta días de Pascua, camino hacia la plenitud del Espíritu. O sea, noventa días de tiempo fuerte, momentos intensos de reflexión para nuestra Comunidad Cristiana, siguiendo los pasos de Cristo.
Lo más importante de la Cuaresma es... la Pascua. El paso a través de la Cruz a la vida nueva. Un paso que hace dos mil años dio Cristo Jesús y que ahora nos toca dar a nosotros con Él. La Pascua que Él inauguró hace dos mil años está en marcha todavía. Es Pascua creciente, “Completo en mi cuerpo lo que falta a la pasión de Cristo” dirá San Pablo (Col.1, 24). A la Pascua de Cristo le falta que sea también Pascua Nuestra: que nos configuremos a Él en su camino Pascual, con todas las consecuencias.
La Cuaresma no es un tiempo de tristeza o de angustia. Es una preparación seria, eso sí, pero no triste, a la Resurrección. La consigna inicial será la “metánoia”, o sea, el cambio de mentalidad. Para que el hombre viejo, que por desgracia va creciendo muy deprisa en nosotros, vaya cediendo terreno al hombre nuevo. Todo lo que hay de pecado, de contrario al Evangelio, de contrario a la Pascua en nosotros, Dios lo quiere destruir, para que así podamos incorporarnos al camino de Jesús hacia la vida.
Nuestra Cuaresma es la de los catecúmenos, porque todos necesitamos profundizar en nuestro conocimiento y seguimiento de Cristo.
Nuestra Cuaresma es la de los penitentes, porque todos somos superficiales y pecadores en nuestra vida cristiana.
Nuestra Cuaresma es la de los pobres, porque somos muy consumistas, muy instalados y corremos el peligro de caer en la codicia.
Nuestra Cuaresma es la de los humildes, porque nos gusta prevalecer, destacar, rivalizar, y podemos caer en la envidia y en el afán comparativo.
Nuestra Cuaresma es la de los misericordiosos, porque somos más bien insensibles, intolerantes, y podemos caer en la dureza de corazón.
Nuestra Cuaresma es la de los solidarios, porque nos falta generosidad, no sabemos compartir y podemos caer en la injusticia.
Nuestra Cuaresma es la de los pacíficos, porque llegamos fácilmente a la violencia, en palabras y actitudes y podemos caer en la crueldad.
Nuestra Cuaresma es la de los que oran, porque vivimos superficialmente, demasiado volcados hacia afuera, haciendo nuestra voluntad y corremos el peligro de alejarnos de Dios.
Nuestra Cuaresma es la de los que saben amar, porque nos amamos excesivamente a nosotros mismos, somos egoístas, nos cuesta amar como Jesús nos amó, no queremos dejar morir nuestro espíritu…
Cada día seremos INVITADOS por la Palabra de Dios a CONVERTIRNOS y a seguir el camino de la Pascua, fijos los ojos en Cristo Jesús, el primero que la vivió en serio.
En la Cuaresma es más importante lo que Dios quiere hacer con nosotros que lo que nosotros podamos hacer por Él. Es más central la Gracia que nuestros “sacrificios”
Son CUARENTA DÍAS DE GRACIA: como los cuarenta días de Moisés en la cumbre del Sinaí, preparando la Alianza; como los cuarenta años de peregrinación del pueblo por el desierto, camino de la tierra prometida; como los cuarenta días de Elías, en marcha hacia el encuentro con Yahvé en el monte Horeb; como los cuarenta días de Jesús en el desierto, ante de dar inicio a su misión mesiánica.
En la Pascua de este año, con su preparación y su prolongación. Dios nos quiere comunicar su vida con mayor plenitud. Y por eso somos invitados a una mayor oración y una escucha más atenta de su Palabra, a recordar nuestro Bautismo y a celebrar también nuestra reconciliación con Dios.
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@ Antonio Durán Azcárate. 2001 - 2003 Espera ( Cádiz ) ANDALUCÍA - ESPAÑA